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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II 
A LOS OBISPOS DE BOLIVIA 
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

13 de noviembre de 1980

 

Amadísimos Hermanos en el Episcopado,

Con profundo gozo os recibo hoy, Pastores del Pueblo de Dios en Bolivia, que tras un aplazamiento sugerido por especiales acontecimientos en vuestro País, habéis venido a Roma para realizar vuestra visita ad limina Apostolorum. Siento cercanos a vosotros a todos los miembros de vuestras respectivas comunidades eclesiales y también a ellos se dirige mi afectuoso pensamiento, asegurándoos con palabras del Apóstol San Pablo que “no ceso de dar gracias por vosotros y de hacer de vosotros memoria en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo... os conceda espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de El”.

Este fraterno encuentro del Sucesor de Pedro con vosotros, es el momento culminante de vuestra venida a Roma y la expresión alargada de esa comunión eclesial que se ha manifestado ya en los coloquios separados con cada uno de vosotros. Un hermoso camino para hacer cada vez más íntimos los vínculos de unión en el amor eclesial que mutualmente nos ligan.

Doy pues gracias a Dios por todo ello y por la ocasión que se me ha deparado de compartir con vosotros las esperanzas y problemas de vuestras diócesis, así como de alentaros en vuestra generosa entrega a la causa del Señor. Por esto deseaba veros “para comunicaros algún don espiritual, para confirmaros, es decir, para consolarme con vosotros con la mutua comunicación de nuestra fe”.

Deseo expresaros ante todo la íntima satisfacción que me produce constatar la sólida unión de miras y de sentimientos que existe entre los diversos miembros del Episcopado boliviano, aquí moralmente presente en su conjunto y guiado por el Presidente y Vicepresidente de la Conferencia Episcopal. Os exhorto a mantener y consolidar esa comunión, premisa indispensable para una labor pastoral eficaz y sin tensiones comunitarias debilitantes.

Otro motivo de alegría es para mí el empeño puesto por el Episcopado de Bolivia en la promoción de una catequesis acomodada a las circunstancias concretas de vuestro propio ambiente, siguiendo las directrices marcadas por la “Catechesi Tradendae”. No es pues necesario que insista en tal punto, que tanta importancia tiene para lograr esa evangelización profunda y generalizada a la que la Iglesia en Latinoamérica, y en Bolivia en particular, ha dedicado y dedica tan generosas energías.
Precisamente para dar una respuesta válida a esa necesidad evangelizadora sé que os estáis ocupando con renovado interés de la pastoral de las vocaciones nativas a la vida sacerdotal y a la vida consagrada en general. Se trata de un capítulo de importancia decisiva para la animación y mantenimiento en la fe de las comunidades eclesiales. Por este motivo, todas las iniciativas que emprendáis para potenciar tan fundamental sector de la pastoral cuentan con mi más complacido aplauso y mi más cordial aliento.

Para preparar adecuadamente el terreno en el que germinen esas vocaciones, sabéis bien cómo sea imprescindible atender con todo esmero el apostolado de la familia, al que el reciente Sínodo de los Obispos ha justamente consagrado su diligente estudio. En sus reflexiones e indicaciones podréis encontrar inspiración para dar un nuevo impulso a la pastoral familiar.

Esta labor deberá hallar su natural complemento en el esfuerzo educativo de las nuevas generaciones, para que se vayan consolidando en el conocimiento y vivencia de los principios cristianos y sean capaces de llevarlos luego a los diversos ambientes del entramado social. Las realizaciones logradas y la positiva contribución ofrecida por la Iglesia en Bolivia y por las escuelas católicas -de modo singular por la Universidad Católica de La Paz- son un elocuente testimonio del espíritu que anima a la Jerarquía y demás responsables, para educar en la fe y colaborar a la vez al bien de la sociedad entera.

Aunque la misión a realizar es muy amplia y quedan por obtener múltiples objetivos, veo asimismo con agrado que la Iglesia en Bolivia no ha olvidado en ningún momento las iniciativas encaminadas a favorecer la promoción también humana de los sectores más necesitados de la población. Os aliento a intensificar los esfuerzos en tal dirección, con la mirada puesta en la atención prioritaria, no exclusiva ni excluyente, a los pobres, de la que repetidamente yo mismo y los Obispos de Latinoamérica no hemos ocupado.

No desconozco igualmente que, en cumplimiento de vuestro deber y misión de responsables y guías de la comunidad eclesial en Bolivia, se ha elevado vuestra voz en momentos delicados para la pacífica convivencia en nivel nacional. Fieles a vuestro oficio de Pastores y guiados por una visión cristiana del ser humano, conscientes asimismo de la obligación de servir a la verdad en sus múltiples implicaciones, os habéis pronunciado en favor de “la dignidad del hombre y la libertad del Evangelio”. Es ésta una dimensión del propio magisterio, al que la Iglesia no puede renunciar, como parte indivisible de su servicio a Dios y al hombre.

Queridos Hermanos: Gustosamente me entretendría con vosotros acerca de otros temas concretos, pero no podemos alargar más este encuentro.

Seguid trabajando con renovado entusiasmo en la porción eclesial que os ha sido confiada. Quiera Dios que vuestro empeño y la eficaz colaboración de vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, laicos comprometidos y la de tantas otras personas de buena voluntad hagan disponibles, con el favor del Dueño de la mies que trasciende toda capacidad humana, las fuerzas necesarias para un fiel y continuado servicio a la Iglesia y al hombre hermano. Con mi plegaria por todos los hijos de vuestro querido País, os aseguro mi cordial benevolencia y os doy mi afectuosa Bendición.

 



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