VISITA PASTORAL A LA DIÓCESIS DE POTENZA
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN EL HOSPITAL DE POTENZA
Martes 25 de noviembre de 1980
Quiero agradecer las palabras con que he sido recibido en esta circunstancia. He sentido como un deber, como un impulso del corazón y de la conciencia a venir aquí para estar más cerca de los que sufrís, al menos de una parte de los que habéis sufrido y sufrís. Esta necesidad interior está motivada por el deseo de compartir vuestras penas, no por una sensación; por compasión humana y cristiana. Vosotros los damnificados, los heridos, los que os habéis quedado sin casa, y con vosotros vuestros muertos, estáis ciertamente rodeados de la compasión humana y cristiana de todos vuestros compatriotas de toda Italia, y especialmente de la compasión de la Iglesia. Yo vengo, queridísimos hermanos, para mostraros el significado de esta cercanía, para deciros que estamos junto a vosotros, y daros un signo de esa esperanza que un hombre debe ser para otro hombre; para el hombre que sufre, el hombre sano; para un herido, un médico, un asistente, un enfermero; para un cristiano, un sacerdote. Así un hombre para otro hombre; y cuando muchos hombres sufren, se necesitan muchos hombres, muchísimos, que estén al lado de los que sufren.
Continuando las palabras de vuestro pastor y obispo, yo diría: No puedo daros nada más que esta presencia; pero con esta presencia y esta visita, relativamente breve y parcial, se expresa todo. Yo os ruego que veáis en esta visita parcial una actitud total, una respuesta total a vuestro sufrimiento.
He dicho que cuando sufren los hombres, cuando un hombre sufre, es necesario que otro hombre esté al lado del que sufre, le esté cercano, y así se actúa la presencia de Cristo en los dos; en el hombre que sufre y en el que está a su lado y le atiende. Y con la presencia de Cristo el mundo estigmatizado por la cruz lleva en sí la esperanza de la resurrección. Un mundo estigmatizado por la muerte —son tantos los muertos aquí, se habla ya de 3.000— lleva en sí la esperanza de la vida. Un mundo estigmatizado por la ruina, lleva en sí la esperanza de vida nueva, de reconstrucción, porque la vida y la caridad no pueden permanecer indiferentes ante la destrucción; tratan de reconstruir, de rehacer, de devolver el carácter humano y la dimensión humana al ambiente humano.
Estos son los sentimientos y las palabras que me brotan del corazón. Y ya veis que me vienen con dificultad, porque la emoción es mayor que la posibilidad de hablar y formular bien las ideas.
Quiero hablaros sólo con mi presencia y con este servicio de presencia. A veces nos queda sólo o sobre todo este modo de prestar nuestro servicio, nuestro ministerio humano, cristiano, sacerdotal. Nos queda sólo esto, la presencia. Sí, y también mi bendición. Quisiera bendecir a todos los presentes, especialmente a los que sufren, a los enfermos; y asimismo a los doctores, médicos, enfermeros y enfermeras, y a cuantos atienden a los enfermos y afligidos, y a cuantos siguen trabajando en los pueblos afectados por el terremoto a la búsqueda de personas que están todavía bajo los escombros.
A todos quiero bendecir de corazón con las palabras y con la gracia que lleva en sí la bendición del Sucesor de Pedro.
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