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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CAPÍTULO GENERAL DE LOS PADRES DE SCHÖNSTATT


Viernes 28 de noviembre de 1980

 

Queridos hermanos:

Habéis deseado tener un encuentro cordial en Roma con el Sucesor de Pedro, después de la conclusión del segundo capítulo general de vuestra comunidad de los Padres de Schönstatt. He accedido gustosamente a vuestro anhelo y os saludo a todos con inmenso afecto. El superior general, cuyas palabras agradezco sinceramente, acaba de referirse al sentido e importancia de nuestro encuentro. Para mí es ésta una ocasión propicia en orden a expresaros a vosotros y a toda la Obra internacional de Schönstatt mi alegría por el desarrollo tan fecundo que desde los años de su fundación ha experimentado este conjunto de instituciones fundadas por el padre Kentenich como "Movimiento apostólico para la promoción, defensa y profundización de la vida cristiana". Frente a ciertos signos de crisis en algunos ámbitos de la vida religiosa y eclesial, el Movimiento de Schönstatt se distingue, también hoy, en sus diversas ramas y agrupaciones, por una especial vitalidad espiritual y un apostolado muy fecundo, impregnados por el espíritu del fundador en su gran amor a la Iglesia y su profunda devoción a la Santísima Virgen María. En agradecido reconocimiento por su herencia espiritual a la Iglesia quise mencionar expresamente al padre Kentenich en Fulda con ocasión de mi reciente visita a Alemania como una de las grandes figuras sacerdotales de los últimos tiempos y honrarlo así de una manera particular.

Las promesas que el padre Kentenich, personalmente y en nombre de su Obra de Schönstatt, hizo a mis predecesores, el Papa Pío XII y el Papa Pablo VI —la promesa de trabajar decididamente por la reconstrucción de un orden social cristiano, y también la de colaborar con todas sus fuerzas en la realización del Concilio Vaticano II— mantienen aún su actualidad y urgencia.

Por eso con tanta mayor gratitud recibo de vosotros, sus hijos espirituales, la renovación de estas promesas y os aliento a vosotros y a toda la familia de Schönstatt a que continuéis y aun acrecentéis vuestro compromiso corresponsable por la renovación moral de la sociedad a través de la revitalización y profundización de la vida religiosa y eclesial, según el espíritu del Concilio, en las familias, parroquias y comunidades eclesiales.

Esta palabra de aliento vale especialmente para vuestra comunidad de los Padres de Schönstatt, que se define como "parte motriz y central" de toda la Obra de Schönstatt. Vosotros mismos habéis puesto como finalidad de vuestro instituto, junto con las demás comunidades de Schönstatt, colaborar "en la educación de un hombre nuevo en una nueva comunidad, según la imagen de María, siendo levadura e instrumentos en las manos de Dios para la renovación de la sociedad".

En el espíritu de vuestro fundador, colocáis vuestro sacerdocio y acción pastoral bajo el especial amparo de la Santísima Virgen María, a la que llamé "Madre del sacerdote" en mi Carta del Jueves Santo de 1979.

Con referencia explícita a esta Carta habéis venido a Roma para consagraros solemnemente a la Madre de Cristo y de la Iglesia, respondiendo así a la llamada que hice en la mencionada Carta. Os agradezco sinceramente esta decidida y generosa respuesta a mi fraternal invitación.

Precisamente el Concilio Vaticano II ha señalado luminosamente la destacadísima posición de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, y la ha mostrado como "miembro excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia, y como su tipo y ejemplar acabadísimo de la misma en la fe y en la caridad", a quien la Iglesia católica venera "como a Madre amantísima, con afecto de piedad filial" (Lumen gentium, 53).

Como legado espiritual de nuestro encuentro de hoy con motivo de vuestra consagración a María os quiero dejar, a manera de reflexión final, lo dicho en la Carta a todos los sacerdotes: "Vuestra tarea (como sacerdotes) es anunciar a Cristo, que es su Hijo; ¿y quién mejor que su Madre os transmitirá la verdad acerca de El? Tenéis que alimentar los corazones humanos con Cristo; ¿y quién puede haceros más conscientes de lo que realizáis, sino la que lo ha alimentado?... se da a nuestro sacerdocio ministerial la dimensión espléndida y penetrante de la cercanía a la Madre de Cristo. Tratemos pues de vivir en esta dimensión" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 15 de abril de 1979, pág. 12).

El Concilio Vaticano II ha destacado también que la Santísima Virgen María "fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (Lumen gentium, 65).

Con vosotros encomiendo vuestra vida y acción sacerdotal al especial amparo de la Santísima Virgen María, a quien honráis bajo la advocación de "Tres Veces Admirable", y acompaño de corazón el apostolado de vuestra comunidad y de todos el Movimiento de Schönstatt. Con mi bendición apostólica.

 



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