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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN LA INAUGURACIÓN DE LA EXPOSICIÓN POR EL CENTENARIO
DE LA APERTURA DEL ARCHIVO SECRETO VATICANO

Sábado 4 de abril de 1981

 

Me encuentro de nuevo entre vosotros en este Archivo Secreto Vaticano, donde se conservan numerosos documentos que, como es sabido, nos transmiten las vicisitudes históricas del pasado relativas, sobre todo, a la vida de la Iglesia en sus múltiples manifestaciones.

Mi presencia en esta ocasión, como en la del 18 de octubre del año pasado, se debe a las manifestaciones organizadas por el Archivo Vaticano para conmemorar el primer centenario de su apertura a los estudiosos. En el pasado octubre, tuve la satisfacción y la alegría de inaugurar el grandioso complejo de salas que, bien se puede decir, duplican abundantemente los locales del Archivo; pero no menor satisfacción se me ofrece hoy al inaugurar esta exposición de documentos, que presenta, a grandes rasgos, una muestra del ingente material que conserva el Archivo Secreto Vaticano: material que se ha convertido en objeto de estudio sobre todo después de la apertura del mismo Archivo, hace 100 años

Doy las gracias cordialmente al señor cardenal Antonio Samorè, Archivista de la Santa Iglesia Romana –y con él al reverendísimo monseñor Martino Giusti, Prefecto, y a todo el personal del Archivo Secreto Vaticano– por el cordial saludo que me ha dirigido y por las amables palabras con las que ha explicado brevemente el significado y los contenidos de la exposición. La expresión de mi gratitud se extiende, después, a los eminentísimos cardenales, a las personalidades del a Curia, del mondo de la cultura y a todos los presentes, por el realce que dan con su presencia a esta ceremonia.

Al congratularme por la realización de este exposición documental, no puedo menos de subrayar la importancia que reviste esta manifestación en el ámbito cultural y didáctico: por esto resulta muy hermoso que el Archivo Vaticano haya querido insertarla en el programa de las celebraciones con motivo del centenario.

Los documentos de la Iglesia dan testimonio, de modo particular, de la difusión del reino de Cristo en el mundo, la continua y solicita preocupación del Papa y de los Pastores de la Iglesia por la grey que les ha sido confiada, así como de su deseo y esfuerzos por el triunfo de la justicia y de la paz en el mundo. Se trata, pues, de testimonios que merecen todo nuestro respeto.

Además, es digno de tener en cuenta el alto valor de cada documento que, es, al mismo tiempo, precioso y sagrado. He aquí por qué no hay ninguna duda de que también los archivos pueden ser llamados "sapientiae templa", en virtud precisamente de esa riqueza de noticias y de saber que encierran y del impulso que dan a la investigación histórica, realizada con altísimo criterio científico.

He aquí, por tanto, que el cuidado, la conservación, la presentación digna y adecuada de estos documentos, desde los más humildes a los más preciosos, se convierte en un servicio prestado a la Verdad. Es un acto de amor a la Verdad. Y, como dije el 18 del pasado octubre en la inauguración del nuevo local de ampliación del Archivo Secreto, "el amor a la verdad es amor al hombre y es amor a Dios. Con esta persuasión la Iglesia colabora con todos los medios posibles en el conocimiento y difusión de la verdad, y prosigue por este camino". También esta exposición nos da una grata confirmación de ello.

Así, pues, el visitante de la exposición, consciente de esto, además de admirar el documento expuesto —a veces auténtica obra maestra del arte y de la belleza por el cuidado con que ha sido redactado— podrá encontrar en él, por su contenido, también gran enriquecimiento y consuelo espiritual. Puedo, pues, hacer votos, con las palabras de la "Gaudium et spes", para que esta exposición de documentos ayude a "cultivar el espíritu de tal manera que se promueva la capacidad de admiración, de intuición, de contemplación, y se haga capaz de formarse un juicio personal para cultivar el sentido religioso, moral y social" (Gaudium et spes, 39a).

No otros fueron los sentimientos que animaron a mi predecesor, el Pontífice León XIII, al poner a disposición de los estudiosos los Archivos de la Santa Sede. Hoy, a distancia de un siglo, recogemos los frutos de esa decisión providencial; frutos que tenemos razón de juzgar más que nunca satisfactorios por el bien que de ellos ha brotado en favor de la verdad.

Al congratularme vivamente con los promotores y con cuantos han colaborado en la realización de esta exposición, deseo que una manifestación tan significativa tenga pleno éxito, e imparto de corazón a todos vosotros, aquí presentes, la bendición apostólica.

 



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