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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE EL ACTO DE ENTREGA
DEL NUEVO ÓRGANO MÓVIL PARA LA BASÍLICA DE SAN PEDRO


Sábado 11 de abril de 1981

 

Muy estimado señor presidente,
 apreciados y distinguidos invitados:

Con gran alegría acepto en esta celebración y acepto ante su presencia el órgano transportable que el Sr. Helmut Schmidt, Canciller de la República Federal Alemana, me había anunciado como regalo del Gobierno para la Santa Sede en su visita al Vaticano el 9 de julio de 1979. Con la bendición litúrgica lo pongo oficialmente en servicio, un servicio que debe consistir sobre todo —tal como indica la tarjeta del envío— en acompañar y configurar con su funcionamiento los actos religiosos que se celebren en la plaza de San Pedro.

El encuentro de hoy es para mí una oportuna ocasión para renovar sinceramente mi agradecimiento, expresado ya en otro momento, al Sr. Canciller y al Gobierno de la República Federal Alemana. Asimismo, me brinda la oportunidad de pedirle a usted cordialmente, señor presidente, que a su regreso a la capital de la República transmita personalmente este agradecimiento con una palabra especial de reconocimiento y de aprecio. Doy también las gracias a todos aquellos que de una u otra manera han contribuido a la realización de esta hermosa iniciativa y también a cuantos han colaborado en la organización de esta significativa fiesta de consagración. Representados en usted, nombro aquí al presidente de la "Consociatio Internationalis Musicac Sacrae", sr. prelado profesor dr. Johannes Overath, a quien se debe en su mayor parte el plan organizativo y su ejecución. Nombro también al constructor del órgano, sr. Werner Walcker-Mayer, de cuyo taller, ya tradicional, ha salido un considerable número de órganos de primera calidad. Para ellos y para todos los aquí presentes, especialmente para el señor presidente. que representa al Sr. Canciller, vale mi cordial saludo de bienvenida y la expresión de mi agradecimiento singular.

El órgano pertenece, en su composición elemental, no sólo a los más antiguos instrumentos musicales de la humanidad, sino que entre ellos alcanzó también en el curso de la historia un puesto de honor incluso en los ambientes regios. Ya en los primeros siglos del cristianismo fue introducido en Europa a través de Bizancio y la corte franca. En la Iglesia latina muy pronto se convirtió en el instrumento tradicional y preferido para la música. En Alemania precisamente, gracias al progresivo perfeccionamiento técnico, la música de órgano originó obras maestras de la mayor calidad artística, logrando una expresividad religiosa especial. Basta aquí con mencionar ahora el nombre de Johann Sebastian Bach. Incluso en nuestros días el ejercicio de organista goza todavía de un atractivo especia], en cuya destreza se distinguen, como todos saben, altas personalidades de la vida pública.

En los tiempos más recientes la Iglesia ha hecho una llamada de gran autoridad, nada menos que a través del Concilio Vaticano II, a mantener "en gran estima" el órgano en la Iglesia latina como instrumento musical de tradición. Así dice literalmente la Constitución de Sagrada Liturgia: "Su sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales" (Sacrosanctum Concilium, 120). Es algo más que una feliz casualidad el hecho de que sea un órgano de fabricación alemana el que en adelante —siguiendo el espíritu del Concilio— embellezca las celebraciones solemnes en la plaza de San Pedro para la mayor gloria de Dios y la edificación espiritual de los hombres. Que mediante su música melodiosa y embelesante eleve a Dios los corazones de los creyentes en la oración y en el canto de la Iglesia; que él los disponga también, a través de una celebración eucarística más agradable, a servir a Dios en su vida con un corazón alegre. La música habla, cuando la palabra enmudece (cf. Agustín, Enarr. in Ps., 32). Ella expresa lo inefable, lo sublime. La música muda del órgano es capaz precisamente de significar, en su forma peculiar, los misterios litúrgicos; es capaz de interpretar y de avivar "la adoración en espíritu y en verdad" (Jn 4, 23). Que su lenguaje, comprensible a todos los hombres por encima de todas las fronteras, sirva para la consecución del amor y de la paz.

Con profundo agradecimiento por esta celebración y este encuentro de hoy, para todos los aquí presentes y para todos los que hayan tomado parte en este regalo pido en especial el don de la alegría cristiana, e imparto a todos de corazón la bendición apostólica.

 



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