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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA GENERAL DEL CONSEJO SUPERIOR
DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS


Sábado 9 de mayo de 1981

 

Es para mí motivo de gran alegría encontrarme hoy con vosotros, miembros del consejo superior de las Obras Misionales Pontificias, acompañados por su presidente, mons. Secretario de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide; y con vosotros, secretarios generales y directores nacionales, de los cuales algunos son hermanos míos en el Episcopado, reunidos aquí de todas partes del mundo para la acostumbrada asamblea anual.

Os saludo cordialmente, asegurándoos que tenéis un lugar especial en mi corazón.

Vuestra presencia evoca en mí la unidad y la catolicidad de la Iglesia, la comunión y la solidaridad entre las Iglesias locales y el carácter esencialmente misionero de la Iglesia de Cristo. Además, me hace llegar la llamada, viva y urgente, de las Iglesias particulares esparcidas por todo el mundo, con sus problemas, sus ansias, sus dificultades, en las que late el corazón de la Iglesia universal.

1. Deseo referirme en particular a las jóvenes Iglesias de los territorios de misión propiamente dichos —algunos de los cuales he tenido oportunidad de visitar— donde, mediante la obra ardua e infatigable de los misioneros, la palabra de Cristo Redentor se siembra y arraiga en los diversos contextos socio-culturales para dar lugar a un consolador florecimiento de nuevas comunidades cristianas. Muchas de ellas —como ya he podido poner de relieve durante mis viajes apostólicos— están insertándose plenamente en el dinamismo misionero de la Iglesia universal, respondiendo a las invitaciones del Concilio.

Si cada una de las Iglesias particulares es, de hecho. Iglesia universal ella misma y presencia del único sacramento de salvación, de ello se deriva que, como toda la Iglesia es misionera por su naturaleza, así cada una de las Iglesias locales será y deberá ser, por sí misma, misionera, esto es, partícipe, siguiendo la voz del Espíritu Santo, de la misión universal confiada por Cristo con mandato solemne a Pedro, a los Apóstoles y a sus Sucesores: la evangelización de la humanidad.

Por esto justamente la misión debe entenderse hoy como intercambio vital y mutuo en orden a este fin supremo, y como cooperación recíproca de cada una de las partes para desarrollo armónico del todo. Todas las Iglesias son hoy ricas y pobres bajo uno u otro aspecto: por lo cual, cada una de las Iglesias tiene algo que dar o que recibir. Las que son más ricas deben continuar sosteniendo a las más pobres; pero éstas pueden dar cada vez más sus riquezas espirituales; de este modo se realiza la imagen que San Pablo nos ha dejado de la Iglesia

2. Las Obras Misionales Pontificias, a las que representáis aquí, tienen un papel importante en la promoción de esta comunión y de esta solidaridad entre las Iglesias particulares.

Efectivamente, a ellas compete, ante todo, la tarea esencial de suscitar en cada una de las Iglesias una sensibilidad auténticamente católica, proyectándolas más allá de sus fronteras en una toma de conciencia cada vez más profunda de las necesidades de las otras comunidades cristianas del mundo. En efecto, sólo podrá realizarse una cooperación verdaderamente eficaz entre las Iglesias locales, cuando todo el Pueblo de Dios de cada una de las Iglesias sea sensibilizado "misionalmente"; esto es, cuando todos los fieles hayan comprendido bien que cada uno, aunque en diversa forma y medida, tiene el deber de colaborar en el esfuerzo enorme de evangelización de la Iglesia.

Esta conciencia misionera, presupuesto de una cooperación dinámica intereclesial, es la que están llamadas a desarrollar las Obras Misionales Pontificias. A través de ellas —"instrumentos privilegiados del Colegio Episcopal unido al Sucesor de Pedro y responsable con él del Pueblo de Dios, él mismo misionero" (Carta de Pablo VI al cardenal Renard, 22 de octubre de 1972)— el Papa, y con él los obispos, pueden realizar esta poderosa obra de animación de los fieles a fin de que éstos colaboren al designio salvífico de Dios.

3. Hay, además, un segundo aspecto, no menos importante, que hace de las Obras Misionales Pontificias un instrumento precioso de la cooperación misionera, y es el aspecto llamado económico. Conocéis las necesidades inmensas de tantas Iglesias locales en las zonas más lejanas de misión del globo y las también numerosas peticiones que llegan de todas las partes del mundo misionero, para conseguir los instrumentos mismos de la evangelización: escuelas de catequesis, lugares de culto, cuidado de las vocaciones y otros.

Compete también, pues, a las Obras Misionales Pontificias, además de un oportuno trabajo de sensibilización misionera, la tarea de recoger, en las varias Iglesias locales donde trabajan, las ayudas necesarias para aliviar, en cuanto sea posible, las enormes estrecheces y los muchos sufrimientos que afligen a millones de hermanos.

Sé que todos los años os reunís aquí, junto a la Sede de Pedro, para estudiar el modo de mejorar vuestros programas. Os presento de corazón mi gratitud, unida a la de todos mis hermanos en el Episcopado, por cuanto habéis realizado hasta ahora, y mi estímulo más vehemente para cuanto os proponéis realizar en el futuro.

Que la Virgen Santa, que animó con su presencia y su oración a la Iglesia naciente, acompañe con su materna protección vuestros trabajos y vuestros sacrificios. Os sostenga mi bendición.

Y ahora permitidme que dirija una palabra especial a los participantes de lengua alemana, de modo particular a "Missio".

El carácter mundial, la catolicidad de nuestra Iglesia raramente se ponen tan de manifiesto como aquí en Roma, en las reuniones de los directores nacionales de las Obras Misionales Pontificias. Representantes de 97 países se consultan acerca de los modos y medios de ayudar con la mayor rapidez, seguridad y efectividad a los más pobres de nuestros hermanos y hermanas. Las Iglesias de África, Asia, Oceanía y América Latina reflexionan y deciden junto con la Iglesia del Occidente una equitativa repartición de las propias aportaciones entre las Iglesias jóvenes del "Sur" —cuyo rápido crecimiento hace concebir grandes esperanzas— y las Iglesias del Viejo Mundo, las cuales pueden constatar con gran admiración cómo la semilla del Evangelio que ellas plantaron hace pocas generaciones va creciendo y produce ricos frutos.

Os recomiendo a todos los aquí reunidos fraternamente para vuestra mutua colaboración, que no os limitéis a la ayuda material, sino que sirváis al hombre con el amor de Cristo. El amor de Dios es indivisible. El que anuncia verdaderamente el Evangelio, el que acoge sinceramente la nueva gozosa del Reino de Dios, no puede mostrarse insensible ante los sufrimientos de los hermanos.

Los primeros promotores de la renovación misionera fueron hombres y mujeres de origen humilde. Y desde entonces hasta hoy, familias cristianas continúan sosteniendo el trabajo de las Iglesias jóvenes y de los misioneros que las han fundado. Quiero recordar a este propósito al médico y padre de familia Heinrich Hahn, de Aquisgrán, que en 1842 adoptó la iniciativa francesa y fundó en Alemania la "Asociación Francisco Javier". Hoy, a un siglo de su muerte, más de un millón de católicos alemanes sostienen aquella obra, que en 1972 adoptó el nuevo nombre de "Missio".

El Papa, a través de los representantes de las Obras Misionales Pontificias aquí presentes, agradece a todos los católicos de los cinco continentes el haber respondido al mandato misionero de Cristo y su contribución para instaurar entre los hombres una auténtica civilización del amor.

A todos los misioneros y cooperadores de las misiones, así como a todos loe amigos y patrocinadores de las misiones, imparto de corazón, en el amor de Cristo, mi bendición apostólica.

Os agradezco también a vosotros, queridos hermanos de lengua francesa, especialmente de Europa y de África, todo lo que hacéis para abrir constantemente vuestras comunidades eclesiales, por encima de sus necesidades inmediatas, a la dimensión universal en una solidaridad recíproca de estima, de ayuda generosa, de intercambio de servicios y testimonio, para impulsar la evangelización y fortalecer las Iglesias. El Señor resucitado sostenga vuestro celo.

Quiero añadir asimismo una palabra en inglés para manifestaros a todos mi profunda gratitud por vuestro esfuerzo solidario para difundir el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Enderezad todo !ló que hacéis a la proclamación de su santo nombre. Que mediante vuestros generosos esfuerzos, todo el Pueblo de Dios valore más todavía la dignidad de su vocación misionera.

Mi saludo cordial y lleno de benevolencia para vosotros, miembros del consejo superior de las Obras Misionales Pontificias de lengua española. Os expreso mi profunda complacencia y reconocimiento por vuestra valiosa colaboración en favor de la causa misionera de la Iglesia. Seguid con renovado entusiasmo en ese meritorio trabajo que de corazón aliento y bendigo.

 


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