Index   Back Top Print

[ DE  - ES  - IT  - PT ]

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO SOBRE
LA CRISIS DE OCCIDENTE Y LA MISIÓN ESPIRITUAL DE EUROPA


Jueves 12 de noviembre de 1981

 

Muy honorables señoras y señores:

1. En el curso de pocos días, Roma ha sido sede de dos significativos Congresos internacionales, cuyas deliberaciones tienen por objeto Europa. Tras el Coloquio internacional sobre las comunes raíces cristianas de las naciones europeas, debaten ustedes en su Congreso de dos días acerca de "La crisis de Occidente y la misión espiritual de Europa".

Ya esta circunstancia externa subraya la gran actualidad y significación que adquieren en nuestros días los problemas e interrogantes que plantea el presente y el futuro de Europa. Hay cada vez más gente que toma conciencia de ello y, mediante un profundo conocimiento de la historia y de las expresivas fuerzas de la herencia espiritual-cultural de Europa, trata de definir nuevamente la verdadera identidad y la consecuente misión de Europa en el ámbito de la comunidad actual de los pueblos.

Con ocasión de este Congreso, les doy la más cordial bienvenida a este encuentro, aquí en el Vaticano, y les aliento en sus reflexiones y esfuerzos. Tal como el Concilio Vaticano II solemnemente corroboró, en la Constitución Pastoral fundamental "Gaudium et spes", "los gozos y la esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo... son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo" (Gaudium et spes, 1). Esto es válido de modo especial con respecto a las cuestiones centrales de la sociedad humana, como el mantenimiento de la paz, el respeto de los derechos humanos, la lucha contra la miseria y la opresión, la realización de una convivencia entre los pueblos más justa y más digna del hombre.

2. El tema de este Congreso, por lo demás, se refiere a una duradera "crisis de Occidente", a una crisis de la sociedad y cultura occidentales. Reconocer justamente y a tiempo las deficiencias y los peligros resulta un primer paso importante para superarlos o, al menos, para tomar las medidas oportunas. No sólo un país, ni siquiera sólo un continente, sino la humanidad entera está hoy amenazada por el peligro de un autoaniquilamiento atómico. La humanidad es víctima de cambios explosivos en el Tercer Mundo, que conducen a catástrofes de hambre, a una corrupción de las estructuras sociales e internacionales y a una expansión del terrorismo y la violencia. Las expansiones industriales y económicas incontroladas amenazan el equilibrio ecológico. El reto del totalitarismo, con nuevas formas y métodos, coloca a, las democracias parlamentarias ante nuevos, y difíciles problemas.

Las raíces y causas de está critica situación de la humanidad al final del segundo milenio del cristianismo son profundas y múltiples. En última instancia se fundan en una crisis de la cultura, en la mina o debilitamiento de los valores ideales comunes y de los principios éticos y religiosos universales. Por lo demás, también las grandes ideologías modernas se han consumido como formas seculares de sustitución de la religión.

Cuando ustedes, en este Congreso, frente a esta crisis de la civilización que concierne a todo el mundo, se preguntan por la "misión espiritual de Europa", somos conscientes de que Europa, de la que surgió la cultura occidental, también ha contribuido ella misma a esta peligrosa situación actual. De Europa han surgido en un corto espacio de tiempo dos guerras mundiales; que han producido un interminable sufrimiento a muchos pueblos y han causado el miedo y el horror en toda la humanidad. Desde Europa se han expandido por toda la tierra ideologías, que en muchas partes ahora causan estragos como enfermedades importadas. A partir de esta complicidad nace para Europa una especial responsabilidad, en el sentido de aportar una contribución decisiva para la efectiva superación de la actual crisis mundial. Ello exige de la misma Europa, sin embargo, ante todo, una profunda renovación espiritual-moral y política, a partir de la fuerza y la norma de su origen cristiano.

3. Esa necesaria reflexión es la que ha llevado a la Iglesia, en este tiempo de cambio histórico mundial, a encomendar los destinos de Europa a la especial protección de tres grandes Santos, los Santos Patronos Benito, Cirilo y Metodio. Per la misma razón, la Santa Sede, el Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas y algunos obispos, así como personalidades de la vida eclesiástica, han señalado repetidamente la gran responsabilidad que, por la fuerza de su herencia espiritual y religiosa, le corresponde a Europa con respecto a su propio futuro y al del mundo entero.

La historia de Europa y la de cada uno de sus pueblos está marcada por la fe cristiana y el respeto a la dignidad del hombre, creado a imagen de Dios y redimido por la sangre de Cristo. La responsabilidad personal, el respeto de la libertad, la veneración a la vida, la máxima estima del matrimonio y de la familia eran así los principios normativos. La comprensión cristiana del hombre ha configurado la tradición europea de los derechos humanos, que ha quedado plasmada en las constituciones modernas y en las Declaraciones de los Derechos Humanos del Consejo de Europa y de las Naciones Unidas. De acuerdo con el pensamiento cristiano, el hombre está en el centro de la vida social, económica y estatal, tal como yo mismo lo he subrayado especialmente en mi última Encíclica Laborem exercens.

El mundo necesita una Europa que tome nuevamente conciencia de su fundamento cristiano y de su identidad y que, a la vez, esté dispuesta a configurar su propio presente y futuro a partir de ahí. Europa fue el primer continente con el que el cristianismo se familiarizó profundamente y el que, a partir de ello, experimentó un empuje espiritual y material inconmensurable. ¿No es posible crear también hoy nuevos impulsos y fuerzas para una amplia renovación espiritual-moral y política de Europa a partir del mismo fundamento ideal, mediante una seria toma de conciencia, de manera que Europa pueda llevar a cabo, responsable y efectivamente, en el marco de la actual comunidad de pueblos, la misión espiritual que le corresponde?

4. Así, pues, honorables señoras y señores, tomen conciencia en sus reflexiones de que la misión de Europa es la de los europeos y la misión de éstos es la de los cristianos de Europa. Como numerosos movimientos de renovación en la historia, también el que pretende un mejor conocimiento de Europa tiene que empezar en el corazón de cada hombre y, ante todo, en el corazón  de los cristianos. De esta forma se dará el decisivo sí a la amplia llamada de Dios; de esta forma se tomarán en serio y se utilizarán los medios que Dios nos ofrece en su Iglesia; ahí, en el ámbito del individuo cristiano, tiene que vivirse concreta y ejemplarmente la voluntad de Dios con respecto a todos los ámbitos de la existencia humana. Partiendo de ahí, en definitiva, los cristianos podrán también —individualmente o, mejor todavía, en unión con quienes se hallan animados de los mismos sentimientos— aportar sus valores vitales y sus convicciones, en colaboración con hombres de otras mentalidades, a la configuración humana del Estado y de la sociedad, y podrán también contribuir decisivamente a la renovación interior de toda Europa.

Ojalá los cristianos, en especial los políticos cristianos, se den cuenta nuevamente y de forma total de su responsabilidad y tarea que les incumbe en nuestro tiempo, tanto en Europa como en todo el mundo, y sean, de acuerdo con su vocación cristiana, verdadera levadura que preserve a la humanidad de corromperse y la renueve desde dentro. Con este fin, invoco también para vuestras deliberaciones la luz y la asistencia de Dios y les imparto de corazón mi especial bendición apostólica.

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana