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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE COSTA DE MARFIL
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Jueves 19 de noviembre de 1981

 

Queridos hermanos en el Episcopado:

Al recibiros hoy en esta casa, ¿cómo no evocar la acogida calurosa que me brindasteis en mi visita a vuestro país? Estaban reunidos alrededor de vosotros no sólo una muchedumbre de cristianos, sino también gran número de compatriotas vuestros de todos los horizontes espirituales. Dejadme dar de nuevo las gracias a todos por medio vuestro; mi gratitud va especialmente a las autoridades públicas y a los organizadores.

Éste entusiasmo espontáneo en torno al Sucesor de Pedro atestigua que en vuestra tierra la Iglesia, estrechamente unida a la Sede de Roma, es considerada como una realidad africana incluso fuera de las comunidades cristianas. Veo en ello una razón de estímulo para no dejaros impresionar por quienes, con el pretexto de conservar y fomentar las tradiciones culturales africanas, podrían acusar a las Iglesias locales de estar enfeudadas a una tutela extranjera. El carácter de júbilo popular de aquel recibimiento, las relaciones libres y permanentes que mantenéis con Roma y las Iglesias de otros continentes en clima de intercambio y quizás más aún la obra que impulsada por vosotros  lleva a cabo en el Instituto Católico de África Occidental ―que tuve la alegría de visitar― atestiguan la falsedad de esas acusaciones. Y yo añadiría que no está lejos el día en que estas Iglesias jóvenes de África presten servicios valiosos a las viejas cristiandades que les transmitieron el Evangelio y que continúan poniendo a disposición sacerdotes, religiosas y laicos cuyo desinterés es total. ¿No vemos ya felices comienzos de esta reciprocidad apostólica en el testimonio que dan en Europa los trabajadores cristianos de África y en la ayuda prestada por el ministerio de sacerdotes de vuestras diócesis durante sus estudios aquí? En este camino de ayuda fraterna, verdaderamente eclesial hay que avanzar y sin complejos.

Ello me lleva a deciros lo mucho que aprecio el esfuerzo emprendido en favor de las vocaciones, y que se debe mantener con tenacidad. Habéis notado un descenso en las entradas de muchachas en los noviciados. Si bien siguen manteniéndose las esperanzas de relevo sacerdotal —aunque desigualmente repartidas según las diócesis— vosotros seguís vigilantes y con razón. Cuando los jóvenes interrogan sobre la autenticidad de una posible llamada del Señor, suelen ser exigentes con ellos mismos y con los demás. Es menester que vean con sus propios ojos en los sacerdotes y religiosas que les rodean, que estas exigencias se ponen en práctica con alegría. Es preciso asimismo que en nuestra época de cambios profundos que repercuten en la afectividad, el don de sí mismos hecho al Señor con totalidad encuentre en recompensa la certeza de de una vida fraterna entre los sacerdotes o las religiosas. En este campo el papel del obispo es primordial, como bien sabéis. Según ordenaban los "Statuta Ecclesiae antiqua" en la época de San Cesáreo de Arlés, "el obispo debe considerarse el primero cuando celebra la Eucaristía, y uno entre hermanos cuando está a la mesa". Vuestra cercanía a vuestros hermanos sacerdotes es garantía de su fraternidad, no obstante las "tensiones inevitables y hasta necesarias a veces. Esta hermandad entre sacerdotes es un ejemplo para toda la comunidad cristiana, y podría constituir una motivación poderosa para reforzar sobre todo la disponibilidad de los jóvenes que quieran sumarse a ellos.

La abundancia de vocaciones es señal de generosidad y madurez en una comunidad cristiana; por tanto, tenemos derecho a esperar que estas se manifiesten también en muchos otros campos y, sobre todo, en la apertura de corazón de los cristianos al pobre y al extranjero, y en la toma de conciencia de sus responsabilidades apostólicas. Esto incluye —me parece— una apremiante invitación a la Iglesia en Costa de Marfil, ya que, no obstante la actual crisis económica mundial, vuestro país sigue estando en situación envidiable respecto de numerosas naciones de África. Ello explica en parte la afluencia de ciudadanos de países vecinos, especialmente de Alto Volta, que van a trabajar a vuestro país. Importa, por consiguiente, que vuestro celo pastoral con ellos no desfallezca y se vea ayudado por la cooperación estrecha y permanente con los obispos de Alto Volta. Ojalá no olvidemos nunca que la acogida al extranjero es una bendición de Dios, beneficiosa para el que acoge y para el acogido.

Al igual que en otros muchos países, os enfrentáis con las consecuencias de la urbanización rápida y todo cuanto ésta incluye de desarraigos, problemas sociales y sobre todo ansiedades.

La atracción ejercida por sectas que proliferan, revela en parte este sentimiento de inseguridad que experimenta el hombre perdido en la gran ciudad, sea cual fuere el ambiente a que pertenezca. Importa, pues, que a través de los sacerdotes y religiosas y de vuestros catequistas tan abnegados, para cuantos llegan sea la Iglesia acogedora, comprensiva, alegre, como en tiempos de los primeros cristianos. Para ello se necesitan estructuras adecuadas y flexibles. Ello requiere principalmente, como ocurre por fortuna en vuestro país, que los mismos catequistas reciban una sólida formación bíblica para que sepan dar cuenta con su vida y palabras y sin ambigüedades, de la esperanza que hay en nosotros. Claro está que tal atención prestada por la Iglesia a la gente de las ciudades presupone un realismo fundado en un conocimiento exacto de los factores económicos y sociológicos que jamás eluda la dimensión religiosa del hombre, con voluntad tenaz de luchar por la justicia, sin dejar de remediar de inmediato las necesidades del momento a través de la acción caritativa.

Habéis sostenido con discernimiento los esfuerzos de quienes están convencidos de la importancia esencial de la familia. Sé que habéis alentado la fundación de Asociaciones de familias cristianas. Jamás se dirá bastante hasta qué punto se halla en la familia la solución de muchos de los problemas que acabo de recordar: No olvidéis que salvaguardando y promocionando los valores de la familia es seguro que se trabaja en pro del desarrollo del hombre y en la humanización de la sociedad. Y cuando la familia es cristiana, es una "Iglesia doméstica", ya lo sabéis, es la primera célula misionera.

Antes de bendeciros quisiera aprovechar esta nueva oportunidad para manifestaros mi afectó, mi estima profunda de toda la labro apostólica que se lleva a cabo en Costa de Marfil bajo vuestra dirección. Cuando se piensa en la abnegación de los padres, en la valentía de los catequistas, en la caridad de las religiosas de dispensarios y escuelas, en la seriedad de los maestros que enseñan a la juventud, en las responsabilidades asumidas por los laicos, en el celo de los sacerdotes —tanto si proceden de vuestro país como si han llegado de lejos— y, en definitiva, en la oración y fe de todo el pueblo cristiano de Costa de Marfil, ¿cómo no experimentar sentimientos de orgullo y admiración? Decidles que el Papa piensa en ellos, ora por ellos y con ellos, y les bendice de todo corazón como os bendice a vosotros.

 



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