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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE MINUSVÁLIDOS
DE LA DIÓCESIS ITALIANA DE VERONA


Castelgandofo
Jueves 17 de septiembre de 1981

 

1. ¿Cómo expresaros la alegría que me proporciona vuestra visita, queridísimos hermanos y hermanas que habéis llegado de Verona, presididos por vuestro obispo mons. Giuseppe Amari, para rendirme testimonio de amor y veneración?

Os estoy agradecido por este gesto de afecto cordial que suscita en mi ánimo un eco fuerte y profundo. Os saludo uno a uno y con vosotros saludo a vuestros familiares, y a los sacerdotes y fieles de las comunidades parroquiales que os han acompañado y os atienden con solicitud. Mi recuerdo se extiende también a todos los otros minusválidos y enfermos de la diócesis de Verona que no han podido unirse a vuestra peregrinación, pero están presentes sin duda alguna con su cariño y oración.

A todos quiero decir la alta consideración con que la Iglesia mira vuestra condición y cuán en cuenta tiene la aportación que podéis prestar a su acción por la instauración del Reino de Dios en el mundo.

2. He sabido con satisfacción que en el Año Internacional del Minusválido proclamado por la ONU, vuestra diócesis ha organizado una serie de actividades encaminadas a inserir en la vida social y parroquial a cuantos se ven impedidos por alguna forma de "handicap".

A la vez que os digo cuánto valoro esta muestra concreta de sensibilidad humana y cristiana, deseo reafirmar el principio inspirador de toda la acción de la Iglesia en este campo, es decir, que el minusválido es sujeto humano con título pleno y sus derechos son sagrados e inviolables.

Es obligado, por tanto, favorecer su inserción en cuanto sea posible en la trama de las relaciones sociales ya que la marginación no debe incidir negativamente, en su maduración, humana y en la realización de las capacidades de que es portador, que con frecuencia son muy ricas.

Con la palabra y las obras, la comunidad eclesial debe hacerse testimonio de esta convicción, que en ella está reforzada por la luz de la fe. Pues la fe enseña a ver en toda persona la imagen de Dios, que esplende luminosa bajo el velo que el "handicap" acaso ha extendido sobre ella. En consecuencia, corresponde a la persona en todos los casos la primacía sobre otros valores, en particular los de orden económico.

3. Estoy seguro de que renovando las tradiciones de solicitud cristiana con los necesitados, que siempre la han distinguido, la diócesis de Verona acertará a crear nuevas formas de ayuda a fin de superar el aislamiento en que se ven marginadas con frecuencia las personas minusválidas y sus familias. Gracias a la generosidad de todos, el aislamiento dejará lugar al compartir, y de ello se seguirá un enriquecimiento recíproco y un crecimiento de todos que proporcionarán mayor gozo a cada uno.

Confío y deseo que la audiencia de hoy dé nuevo impulso a la tarea que ha asumido la diócesis entera en su plan pastoral, y suscite tanto en los minusválidos como en los "sanos" voluntad de descubrir nuevas formas de encuentro y colaboración.

Queridísimos hermanos y hermanas: Largo camino tenéis por delante, emprendedlo valientemente. Con vosotros camina el Señor que ha querido identificarse con toda persona necesitada o afligida.

Al invocar sobre vosotros y vuestros buenos propósitos ayuda divina constante, os imparto gustoso la propiciadora bendición apostólica que extiendo muy cordialmente a vuestros familiares y a todos los enfermos que encontraréis de nuevo al volver a vuestras parroquias. La Virgen os acompañe y proteja siempre.

Cuando el Papa terminó de leer su discurso bajó al patio para saludar a los enfermos y dialogar con ellos.

Os abrazo a cada uno de vosotros y a vuestras familias. Os agradezco el don que habéis traído aquí, el don de vuestro sufrimiento, don de sacrificio y oración. Sobre todo en estos tres meses, entre los que sufrimos ha habido gran solidaridad. Me encomiendo a vuestras plegarias y sacrificios siempre, no sólo hoy, sino todos los días de vuestra vida y de la mía. De nuevo doy las gracias a vuestras parroquias, a los sacerdotes, religiosas y familias que os han traído aquí. Quiero dar las gracias especialmente a los jóvenes, que son muchos y cantan, y cantan bien, y proporcionan alegría verdadera a los que sufren y a nosotros. Otra vez os doy las gracias, no sólo por el sacrificio y sufrimientos que padecéis, sino también por esta alegría que habéis traído a Castelgandolfo.

 



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