DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE GAMBIA
ANTE LA SANTA SEDE*
Lunes 12 de julio de 1982
Señor Embajador:
Con mucho gusto recibo las Cartas que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Gambia ante la Santa Sede. Le doy la bienvenida y le agradezco cordialmente las amables palabras que me ha dirigido en nombre de su Presidente, Alhaji Sir Dawda Kairaba Jawara. En respuesta, le pido que devuelva estos saludos con la comunicación de mis mejores deseos.
Usted es el segundo Embajador nombrado para esta misión desde que fue instituida, hace dos años. Estas relaciones diplomáticas, como usted acaba de indicar, son signo de la mutua buena voluntad de trabajar armoniosamente para la mejora del pueblo de Gambia. La población católica intenta hacer todo lo que puede para ayudar al progreso de toda persona humana. Este compromiso deriva de la creencia de la Iglesia en que el hombre es para ella el camino para realizar su divina misión en el mundo. Por esto, en mi primera Encíclica señalé que la solicitud de la Iglesia «afecta al hombre entero y está centrada sobre él de manera del todo particular. El objeto de esta premura es el hombre en su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo” (Redemptor hominis, 13).
A este respecto, le agradezco la referencia a la resolución de su País en favor de la promoción de la paz y del entendimiento de la familia humana. Estoy convencido de que el pueblo del continente africano tiene una genuina sensibilidad para el noble ideal de la construcción de un mundo justo y pacífico. En efecto, durante mi alocución de despedida al final de mi segundo viaje pastoral a África, dije: El hombre africano tiene sobre todo un sentido del misterio, de lo sagrado, de lo absoluto... Aspira a vivir de acuerdo con el Dueño de la Naturaleza, libre de temores alienantes y está dispuesto a entrar en comunión profunda con el Dios de la paz” (19 de febrero, 1982).
He notado con satisfacción sus palabras de aprecio a la contribución de la Iglesia en favor del desarrollo tanto espiritual como socio-económico de su Nación. En el campo de la educación, lo mismo que en el de la sanidad o la agricultura, la Iglesia espera que el desarrollo material vaya unido con el progreso moral y con el crecimiento espiritual. Así, la Iglesia coopera de buen grado con la comunidad civil en todo esfuerzo que verdaderamente promueva el bien común.
Durante su estancia aquí, que confío será fructífera, puede estar seguro del vivo interés y cooperación de la Santa Sede al cumplimiento de su tarea.
*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 36, p.9.
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