DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL COLEGIO DE DEFENSA DE LA OTAN*
Lunes 12 de julio de 1982
Queridos amigos:
Me alegra daros la cordial bienvenida una vez más a los miembros del Colegio de Defensa de la OTAN. Es un placer para mi tener oportunidad de reflexionar con vosotros sobre algunos aspectos de la paz mundial, durante el curso de estudios que hacéis aquí en Roma.
1. En vuestro programa se os brinda ocasión especial para considerar algunas cuestiones que afronta el mundo y encuadrarlas en el amplia contexto de la defensa y la paz mundial. Por proceder de una docena de países, sabéis justipreciar el valor de la solidaridad internacional en su expresión positiva, que es la paz internacional, y en la negativa, que es el desacuerdo y la guerra.
2. La paz en su forma más alta es la expresión plena del amor fraterno. A su vez, la paz produce frutos tan necesarios para la sociedad: proporciona seguridad a la vida de los pueblos, da posibilidad de intercambio fructífero a la humanidad, y constituye la única defensa realmente efectiva del patrimonio cultural de las naciones, así como también de otros valores humanos.
Asimismo la guerra tiene sus frutos propios. Ayer precisamente hablé de algunos de éstos refiriéndome a la guerra del Líbano: bombardeos, privaciones, plaga de hambre y epidemias, y la pesadilla de más víctimas y de sufrimientos todavía mayores.
3. Está claro que la paz es el único marco donde es posible una defensa adecuada. La paz tiene exigencias y trae bendiciones. Si queréis garantizar la defensa, procurad la paz. Sí, la paz es el nombre nuevo de la defensa.
En todas sus declaraciones sobre la paz, la Iglesia católica no ha dejado de hablar sobre la defensa. En el Mensaje de la Paz de 1974, Pablo VI advertía que no se confundiera “la paz con la debilidad física y moral, con la renuncia al verdadero derecho y a la justicia ecuánime, con la huida del riesgo y del sacrificio, con la resignación pávida y acomplejada ante la prepotencia de los demás, y remisiva, por lo tanto, ante su propia esclavitud”. Y más adelante explicaba: “No es ésta la paz auténtica. Represión no es paz. Indolencia no es paz. El mero arreglo externo e impuesto por el miedo no es la paz”.
4. Al mismo tiempo está apareciendo cada vez con más claridad lo absurdo de la guerra en cuanto medio para procurar la paz. Este concepto yo mismo tuve interés en subrayarlo en mi visita reciente a Inglaterra, cuando hice notar que “el horror de la guerra moderna (nuclear o no) la hace totalmente inaceptable como medio de arreglar las diferencias entre las naciones (Coventry, 30 de mayo de 1982; L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 6 de junio de 1982, pág. 11)
La trascendencia de estas afirmaciones se palpa en las aplicaciones practicas: imposibilidad de aceptar la carrera de armamentos, necesidad de afrontar les cuestiones que subyacen en todo esto, urgencia de sustituirlo con valores positivos que atraigan la atención de la gente y la orienten a construir un mundo en paz fundado en la solidaridad humana.
5. No hace mucho, en mi visita a Ginebra propuse extensamente a la reflexión del mundo el concepto vital de solidaridad en el trabajo y de «humanización» de todo trabajo. Hay muchas reflexiones de esta naturaleza y todas ellas son dignas de vuestra atención e importantes para la causa que procuráis servir, pues en ellas está el camino por donde se alcanza de verdad el progreso de la humanidad y se garantiza la defensa de las naciones.
Señoras y señores: Toca a vuestra creatividad encuadrar estas grandes cuestiones día tras día en vuestros programas, ya que os ofrecen puntos de vista y medios para conseguir la defensa de vuestros países, vuestras casas y vuestros valores queridos.
El Dios de la paz bendiga a vosotros y vuestras familias, y os defienda del mal.
*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 36, p.4.
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