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DISCURSO DE JUAN PABLO II A LOS DIRIGENTES
DE LA CENTRAL LATINOAMERICANA DE TRABAJADORES

Martes 23 de marzo de 1982

 

Queridos hermanos, dirigentes de la Central Latinoamericana de trabajadores,

Gustosamente he aceptado la solicitud de un encuentro con vosotros, representantes cualificados del mundo del trabajo, al que me unen tantos recuerdos y vínculos de profunda estima.

Me complace ver en ese sector de la sociedad, como hombres y como cristianos, una admirable capacidad de compartir, que tanto enriquece al ser humano; sobre todo cuando no sólo alienta a una solidaridad externa entre personas, familias o grupos sociales, sino que se abre a la esfera del espíritu, condividiendo también las riquezas religiosas y morales.

Quiero ante todo expresaros mi vivo aprecio por la carta que me enviasteis hace algunos meses, para manifestar vuestra plena identificación con el espíritu y las orientaciones de la encíclica Laborem Exercens. He apreciado asimismo vuestras iniciativas en favor de la difusión, estudio y actuación de dicho Documento pontificio entre los trabajadores de América Latina. Tanto más cuanto que vuestra Central cuenta con más de 9 millones de trabajadores en ese “continente de la esperanza”. Os aliento, pues, a continuar prestando atención a los principios éticos que inspiran las enseñanzas sociales de la Iglesia.

El trabajo sindical es una verdadera vocación que ha de servir para la auténtica participación de los trabajadores en la defensa y promoción de sus valores e intereses vitales: desde su dignidad integral como personas, sea en el orden de sus necesidades económicas individuales, familiares, culturales y éticas, sea en el de una participación pública con vistas al bien común.

No ignoro las dificultades y obstáculos que vuestro servicio sindical debe afrontar ante condiciones de vida y trabajo, muchas veces duras, de millones de trabajadores, así como por indebidas restricciones que atentan contra el legítimo derecho de libertad asociativa. O también por presiones ideológicas que tienden a reducir la acción sindical a tareas burocráticas lejanas de la vida de los trabajadores, o limitadas a puros horizontes economicistas.

El sindicalismo viene deformado si es expresión de corporaciones egoístas o instrumento de manipulación por parte de intereses ideológicos y políticos. Por el contrario, ensalza su misión cuando, en un clima de respeto a todo grupo social y por encima de odios, asume la dignidad humana integral como criterio de servicio a los trabajadores, como toma de conciencia del sentido profundo del trabajo en la realización del hombre, como búsqueda de elevación y democratización auténtica de los ambientes de trabajo y de la vida social. Es ese substrato ético el que debe inspirar y guiar la actividad sindical.

Muchas esperanzas puede ofrecer en América Latina un sindicalismo revitalizado en la prueba, si es capaz de hacerse heredero e intérprete de las mejores tradiciones populares y nacionales de esencia cristiana y basadas en las enseñanzas sociales de la Iglesia. Del reencuentro cordial y respetuoso entre la Iglesia y el mundo laboral pueden brotar tantos frutos de esa “civilización del amor” a la que han convocado mi Predecesor Pablo VI y los Obispos latinoamericanos en Puebla.

La Iglesia sigue ofreciendo al mundo del trabajo la presencia estimulante y esperanzadora de Cristo, Señor de la historia, que llama a los sistemas económicos, a las culturas, personas, grupos sociales, a los Estados y al orden internacional a abrirse a nuevas perspectivas de acción en favor del hombre, partiendo de la común filiación en Dios Padre y de la fraternidad consiguiente entre todos los hombres.

Al concluir este encuentro, saludo en vosotros, con gran estima y afecto, a todos los trabajadores de América Latina y pido a Dios que bendiga a vosotros, a vuestras familias y a todos aquellos a quienes representáis. 

 



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