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VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA 

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II 
A LAS RELIGIOSAS DE CLAUSURA
EN EL MONASTERIO DE LA ENCARNACIÓN DE ÁVILA

Lunes 1 de noviembre de 1982

 

Queridas hermanas, religiosas de clausura de España:

1. Peregrino tras las huellas de Santa Teresa de Jesús, con gran satisfacción y alegría vengo a Ávila. En esta ciudad se hallan tantos lugares teresianos, como el monasterio de San José, el primero de los “palomarcicos” fundados por ella; este monasterio de la Encarnación, donde Santa Teresa tomó el hábito del Carmen, hizo su profesión religiosa, tuvo su “conversión” decisiva y vivió su experiencia de consagración total a Cristo. Bien se puede decir que éste es el santuario de la vida contemplativa, lugar de grandes experiencias místicas, y centro irradiador de fundaciones monásticas.

Me complazco, por ello, de poder encontrarme en este lugar con vosotras, las monjas de clausura españolas, representantes de las diversas familias contemplativas que enriquecen la Iglesia: benedictinas, cistercienses, dominicas, clarisas, capuchinas, concepcionistas, además de las carmelitas.

El acontecimiento de hoy muestra cómo los diversos caminos y carismas del Espíritu se complementan en la Iglesia. Esta es una experiencia única para los monasterios y conventos de clausura que han abierto sus puertas para venir en peregrinación a Ávila. Para honrar, juntamente con el Papa, a Santa Teresa, esa mujer excepcional, doctora de la Iglesia, y sin embargo “envuelta toda ella de humildad, de penitencia y de sencillez”, como dijera mi predecesor Pablo VI (Pablo VI, Homilia, 27 de septiembre de 1970: Insegnamenti di Paolo VI, VIII [1970] 982 ss. 

Doy gracias a Dios por tal muestra de unión eclesial, y por poder realizar esta visita alargada a lo que aparece ante mis ojos como el gran monasterio de España que sois vosotras.

2. La vida contemplativa ha ocupado y seguirá ocupando un puesto de honor en la Iglesia. Dedicada a la plegaria y al silencio, a la adoración y a la penitencia desde el claustro, “vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3, 3).  Esa vida consagrada es el desarrollo y tiene su fundamento en el don recibido en el bautismo. En efecto, por este sacramento, Dios, que nos eligió en Cristo “antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El en caridad” (Ef 1, 4),  nos libró del pecado y nos incorporó a Cristo y a su Iglesia para que “vivamos una vida nueva” (Rm 6, 41). 

Esa vida nueva ha fructificado en vosotras en el seguimiento radical de Jesucristo a través de la virginidad, la obediencia y la pobreza, que es el fundamento de la vida contemplativa. El es el centro de vuestra vida, la razón de vuestra existencia: “Bien de todos los bienes y Jesús mío”, como resumía Santa Teresa (S. Teresa, Vida de Santa Teresa de Jesús, escrita por ella misma, 21, 5). 

La experiencia del claustro hace todavía más absoluto este seguimiento hasta identificar la vida religiosa con Cristo: “Nuestra vida es Cristo” (Moradas quintas, 2, 4),  decía Santa Teresa haciendo suyas las exhortaciones de San Pablo (cf. Col 3, 3).  Este ensimismamiento de la religiosa con Cristo constituye el centro de la vida consagrada y el sello que la identifica como contemplativa.

En el silencio, en el marco de la vida humilde y obediente, la vigilante espera del Esposo se convierte en amistad pura y verdadera: “Puedo tratar como con un amigo, aunque es el Señor” (S. Teresa, Vida de Santa Teresa de Jesús, escrita por ella misma, 37, 5).  Y este trato asiduo, de día y de noche, es la oración, quehacer primordial de la religiosa y camino indispensable para su identificación con el Señor: “Comienzan a ser siervos del amor . . . los que siguen por este camino de oración al que tanto nos amó” (S. Teresa, Vida de Santa Teresa de Jesús, escrita por ella misma, 11, 1). 

3. La Iglesia sabe bien que vuestra vida silenciosa y apartada, en la soledad exterior del claustro, es fermento de renovación y de presencia del Espíritu de Cristo en el mundo. Por eso decía el Concilio que las religiosas contemplativas “mantienen un puesto eminente en el Cuerpo místico de Cristo... Ofrecen, en efecto, a Dios un eximio sacrificio de alabanzas, ilustran al Pueblo de Dios con ubérrimos frutos de santidad, lo mueven con su ejemplo y lo dilatan con misteriosa fecundidad apostólica. Así son el honor de la Iglesia y hontanar de gracias celestes” (Perfectae Caritatis, 7). 

Esa fecundidad apostólica de vuestra vida procede de la gracia de Cristo, que asume e integra vuestra oblación total en el claustro. El Señor que os eligió, al identificaros con su misterio pascual, os une a sí mismo en la obra santificadora del mundo. Como sarmientos injertados en Cristo, podéis dar mucho fruto (Cfr. Io. 15, 5)  desde la admirable y misteriosa realidad de la comunión de los santos.

Esa ha de ser la perspectiva de fe y gozo eclesial de cada día y obra vuestra. De vuestra oración y vigilias, de vuestra alabanza en el oficio divino, de vuestra vida en la celda o en el trabajo, de vuestras mortificaciones prescritas por las reglas o voluntarias, de vuestra enfermedad o sufrimientos, uniendo todo al Sacrificio de Cristo. Por El, con El y en El, seréis ofrenda de alabanza y de santificación del mundo.

“Para que no tengáis ninguna duda a este respecto ―como dije a vuestras hermanas en el carmelo de Lisieux―, la Iglesia, en el nombre mismo de Cristo, tomó posesión un día de toda vuestra capacidad de vivir y de amar. Era vuestra profesión monástica. Renovadla a menudo! Y, a ejemplo de los santos, consagraos, inmolaos cada vez más, sin pretender siquiera saber cómo utiliza Dios vuestra colaboración” (Alocución a las religiosas contemplativas en el Carmelo de Lisieux, 2 de junio de 1980: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, III, 1 (1980) 1665 ss). 

Vuestra vida de clausura, vivida en plena fidelidad, no os aleja de la Iglesia ni os impide un apostolado eficaz. Recordad a la hija de Teresa de Jesús, a Teresa de Lisieux, tan cercana desde su clausura a las misiones y misioneros del mundo. Que como ella, en el corazón de la Iglesia seáis el amor.

4. Vuestra virginal fecundidad se tiene que hacer vida en el seno de la Iglesia universal y vuestras Iglesias particulares. Vuestros monasterios son comunidades de oración en medio de las comunidades cristianas, a las que prestan apoyo, aliento y esperanza. Son lugares sagrados y podrán ser también centros de acogida cristiana para aquellas personas, sobre todo jóvenes, que van buscando con frecuencia una vida sencilla y transparente, en contraste con la que les ofrece la sociedad de consumo.

El mundo necesita, más de lo que a veces se cree, vuestra presencia y vuestro testimonio. Es necesario por ello, mostrar con eficacia los valores auténticos y absolutos del Evangelio a un mundo que exalta frecuentemente los valores relativos de la vida. Y que corre el riesgo de perder el sentido de lo divino, ahogado por la excesiva valoración de lo material, de lo transeúnte, de lo que ignora el gozo del espíritu.

Se trata de abrirle al mensaje evangelizador que resume vuestra vida y que encuentra eco en aquellas palabras de Teresa de Jesús: “Id, pues, bienes del mundo... aunque todo lo pierda; sólo Dios basta” (S. Teresa, Poesías, 30). 

5. Al contemplar hoy a tantas religiosas de clausura, no puedo menos de pensar en la gran tradición monástica española, en su influencia en la cultura, en las costumbres, en la vida española. ¿No será aquí donde reside la fuerza moral, y donde se encuentra la continua referencia al espíritu de los españoles?

El Papa os llama hoy a seguir cultivando vuestra vida consagrada mediante una renovación litúrgica, bíblica y espiritual, siguiendo las directrices del Concilio. Todo esto exige una formación permanente que enriquezca vuestra vida espiritual, dándole un sólido fundamento doctrinal, teológico y cultural. De esta forma, podréis dar la respuesta evangelizadora que esperan tantas jóvenes de nuestro tiempo, que también hoy se acercan a vuestros monasterios atraídas por una vida de generosa entrega al Señor.

A este respecto quiero hacer una llamada a las comunidades cristianas y a sus Pastores, recordándoles el lugar insustituible que ocupa la vida contemplativa en la Iglesia. Todos hemos de valorar y estimar profundamente la entrega de las almas contemplativas a la oración, a la alabanza y al sacrificio.

Son muy necesarias en la Iglesia. Son profetas y maestras vivientes para todos; son la avanzadilla de la Iglesia hacia el reino. Su actitud ante las realidades de este mundo, que ellas contemplan según la sabiduría del Espíritu, nos ilumina acerca de los bienes definitivos y nos hace palpar la gratuidad del amor salvador de Dios. Exhorto pues a todos, a tratar de suscitar vocaciones entre las jóvenes para la vida monástica; en la seguridad de que estas vocaciones enriquecerán toda la vida de la Iglesia.

6. Hemos de concluir este encuentro, a pesar de lo agradable que es para el Papa estar con estas hijas fieles de la Iglesia. Acabo con una palabra de aliento: ¡Mantened vuestra fidelidad! Fidelidad a Cristo, a vuestra vocación de contemplativas, a vuestro carisma fundacional.

Hijas del Carmelo: Que seáis imágenes vivas de vuestra Madre Teresa, de su espiritualidad y humanismo. Que seáis de veras como ella fue y quiso llamarse —y como yo deseo se la llame— Teresa de Jesús.

Religiosas todas contemplativas: que también a través de vosotras se pueda ver a vuestros fundadores y fundadoras.

Vivid con alegría y orgullo vuestra vocación eclesial, rezad unas por otras y ayudaos, rogad por las vocaciones religiosas, por lo sacerdotes y vocaciones sacerdotales. Y rezad también por la fecundidad del ministerio del Sucesor de Pedro que os habla. Sé que lo hacéis y os lo agradezco vivamente.

Yo presento al Señor vuestras personas e intenciones. Y os encomiendo a la Madre Santísima, modelo de las almas contemplativas, para que os haga, desde la cruz y gloria de su Hijo, alegre donación a la Iglesia.

Llevad mi cordial saludo a vuestras hermanas que no han podido venir a Ávila. Y a todas os bendigo con afecto en el nombre de Cristo.

 



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