DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A SUS MAJESTADES
Y A LAS AUTORIDADES DEL GOBIERNO
EN EL PALACIO REAL*
Martes 2 de noviembre de 1982
Majestades,
Señores:
1. Es para mí motivo de satisfacción tener este encuentro con vuestras Majestades, con las Autoridades del Gobierno y los Representantes del Parlamento. Así como con los demás distinguidos miembros de los sectores más calificados de la sociedad española.
Agradezco ante todo la exquisita acogida, en perfecta consonancia con el profundo sentido de hospitalidad del pueblo español, y las deferentes palabras de Su Majestad, que tan autorizadamente interpreta el sentir de los españoles.
Y aunque mi viaje a España tiene un carácter eminentemente religioso, con esta visita de cortesía deseo expresar mi saludo y mi respeto a los legítimos Representantes del pueblo español, que los ha elegido como mandatarios suyos, para regir los destinos de la nación. Un respeto que quise dejar fuera de toda sombra de duda —si en alguno hubiera podido insinuarse— ya antes de mi venida y que hoy reitero en vuestro presente contexto público.
2. En la misma línea de mis precedentes viajes apostólicos, llego a España como mensajero de la fe, para cumplir el mandato de Cristo de enseñar su doctrina a todas las gentes. Un mensaje que es nuevo para cada persona o generación y es siempre Buena Nueva, porque habla de fe, de amor entre los hombres, respeto a su dignidad y valores fundamentales, de paz, de concordia, de libertad y de convivencia. Causas todas ellas que ayudan a la promoción del hombre y que tanto lugar ocupan en mis propias tareas.
Buena Nueva también para los pueblos, especialmente cuando están empeñados en construir sobre bases renovadas su presente y su futuro. Porque la Iglesia, respetando gustosamente los ámbitos que no le son propios, señala un rumbo moral, que no es divergente o contrario, sino que coincide con las exigencias de la dignidad de la persona humana y los derechos y libertades a ella inherentes. Y que constituyen la plataforma de una sana sociedad.
Es lógico a la vez que, fiel a su deber y aun respetando la autonomía del orden temporal (Gaudium et Spes, 36), la Iglesia pida la misma consideración hacia su misión, cuando se trata de la esfera de cosas que miran a Dios y que rigen la conciencia de sus hijos. En las diversas manifestaciones de su vida personal y social, privada y pública.
3. Soy consciente de que vengo a una nación de gran tradición católica, muchos de cuyos hijos contribuyeron intensamente a la humanización y evangelización de otros pueblos. Son páginas históricas que hablan muy alto de vuestro pasado.
Ahora estáis comprometidos en una nueva estructuración de vuestra configuración pública, que respete debidamente la unidad y peculiaridades de los diversos pueblos que integran la nación. Sin pretender dar juicios concretos sobre aspectos que no son de mi incumbencia, pido a Dios que os dé acierto en las soluciones a adoptar, para que se preserve la armónica convivencia, la solidaridad, el mutuo respeto y bien de todos.
Ese equilibrio de España repercutirá de manera positiva en el área geográfica de la que formáis parte, y en la que legítimamente deseáis integraros de modo más pleno. Una España próspera y en paz, empeñada en promover relaciones fraternas entre sus gentes y que no olvide sus esencias humanas, espirituales y morales, podrá dar una valiosa contribución a un futuro de justicia y paz en Europa y en el concierto de las naciones; sobre todo de aquellas con las que os unen especiales vínculos históricos.
4. Para lograr esos objetivos sé que os estáis esforzando por crear una convivencia civil en la libertad, participación y respeto de los derechos humanos. Dentro de la pluralidad de opciones legítimas y del debido respeto entre ellas que siente la sociedad española.
Os deseo que se salvaguarde siempre la libertad solidaria y responsable, ese don precioso de la persona humana y fruto de su dignidad. Y que vuestro sistema de libertad se base en todo momento en la observancia de los valores morales de la misma persona. Así podrá ella realizarse de veras, individual y colectivamente.
5. No puedo concluir estas palabras sin renovar mi agradecimiento a Su Majestad el Rey y al Gobierno, por la invitación a venir a este nobilísimo país, y por todas las facilidades que están prestando al mejor desarrollo del mismo. Quiero asegurarles mi profundo aprecio por todo ello.
Que Dios bendiga a la Familia Real, a las Autoridades todas y al querido pueblo español, para que disfrute siempre de un clima de paz, prosperidad, justicia y concordia.
*Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol.V, 3 pp. 1958-1060.
L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 45, pp. 11, 18.
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