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SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS PEREGRINOS DE COLOMBIA

Viernes 4 de febrero 1983

 

Señor Cardenal:

Me es particularmente grato recibir esta mañana a Vuestra Eminencia, rodeado del afecto de Hermanos en el Episcopado, de familiares y amigos aquí presentes.

Estoy seguro de que el pueblo fiel colombiano y la entera Comunidad eclesial latinoamericana viven también con particular intensidad y alegría espiritual estos momentos, al ver que uno de sus ilustres hijos, el Arzobispo de Medellín, ha sido llamado a formar parte del Sacro Colegio.

Deseo aprovechar esta circunstancia que se me brinda para testimoniar ante todos vosotros mi aprecio por la persona del nuevo purpurado, tan estimado y querido no sólo en Colombia, sino también en América Latina. Entre sus muchas cualidades –dones todos ellos recibidos de Dios Padre– cabría destacar el celo pastoral que anima a su persona y la generosa entrega de la que ha dado repetidas pruebas en su constante, diligente y fructuoso servicio a la Iglesia en Colombia, a esta Sede Apostólica y a las Iglesias de América Latina, por su larga vinculación al Consejo Episcopal Latinoamericano.

Su aportación al estudio y clarificación de la teología, especialmente la llamada teología de la liberación, ha sido y sigue siendo un servicio particularmente eclesial para que la presencia del Evangelio, en armonía con las directrices orientadoras del Concilio Vaticano II y con el Magisterio de la Iglesia, sea una gozosa realidad en la nueva sociedad latinoamericana que se está delineando y tiene también hambre de Dios. El trabajo realizado dentro del CELAM, primero como experto, después como Secretario General y ahora como Presidente, ha mostrado a un hombre abierto a la cultura, unido a la prudencia del verdadero Pastor de la Iglesia, que en todo momento desea vivir fielmente el Mensaje de Cristo y hacerlo presente en las vicisitudes humanas de nuestra época.

Mis oraciones siguen acompañándolo, Señor Cardenal, para que su Comunidad diocesana de Medellín y los cristianos del continente latinoamericano, unidos a esta Sede por un mismo vínculo de fe, de amor y de paz, sean verdaderos testigos de Cristo y hallen, gracias a su guía pastoral, aliento en las actividades, alegría en la tribulación, ánimo y esperanza en las dificultades.

Con estos deseos, en prueba de. la estima y benevolencia que siento por la Iglesia de América Latina y por vosotros, os imparto mi Bendición Apostólica, que gustosamente extiendo a todos los amadísimos hijos de Colombia.

 



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