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VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL

CEREMONIA DE DESPEDIDA DE NICARAGUA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Viernes 4 de marzo de 1983

 

Ilustres miembros de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional,
queridos hermanos en el Episcopado,
amados nicaragüenses,

Al concluir la segunda etapa de este mi viaje religioso por América Central que me ha traído a tierras de Nicaragua, me dispongo a dejar la capital de la nación, para proseguir la visita a los países cercanos.

Y antes de marchar, siento el deber de agradecer vivamente a la Junta de Gobierno y a cuantos de formas diversas han colaborado en ello, la cortesía de su acogida y los preparativos llevados a cabo para hacer posible mi venida y contactos con los fieles de este amado pueblo.

Agradezco asimismo cordialmente cuanto los queridos hermanos obispos han hecho para preparar espiritual y materialmente mis encuentros con la población católica, y su conocida disponibilidad a tomar sobre sí todos los cometidos que normalmente asume la Iglesia en casos semejantes, en un clima de libre iniciativa y colaboración con los eclesiásticos, miembros de las congregaciones religiosas y laicos responsables o miembros de los diversos sectores del apostolado o de la vida eclesial. También a todos ellos va en este momento el testimonio de mi admiración, de mi gratitud, de mi cariño y aliento más cordiales, para que sean fieles a su propia condición.

Recuerdo sobre todo con profundo consuelo, los encuentros tenidos en León y la Eucaristía celebrada en Managua con tantos fieles del país. Y a los que se han asociado otros muchos que, por razones diversas, no han podido estar presentes, para alimentar su fe cristiana, su convicción interior que les une a tantos millones de hermanos que, hoy sobre todo, miraban hacia ellos, rezaban con ellos y por ellos, en Centroamérica y en todo el mundo.

Se trata de los miembros de la comunidad eclesial nicaragüense, que tanto ha contribuido a la historia de la nación, también en tiempos recientes y en el actual momento; que busca en su derecho a la libre vivencia de la fe los motivos ideales que la alientan hacia el bien y la fraternidad; que desea avanzar por el camino de la justicia y solidaridad, sin perder la propia identidad cristiana e histórica.

Al despedirme de este querido pueblo, le expreso toda mi estima afectuosa, mando un renovado recuerdo a cuantos cristianos habrían querido encontrarme, los animo en la fidelidad a su fe y a la Iglesia, los bendigo de corazón –sobre todo a los ancianos, niños, enfermos y a cuantos sufren– y les aseguro mi perdurable oración al Señor, para que El les ayude en todo momento.

¡Dios bendiga a esta Iglesia. Dios asista y proteja a Nicaragua! Así sea.

 



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