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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO GENERAL
DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA


Viernes 23 de septiembre de 1983

 

Señor Cardenal y queridos miembros del COGECAL:

Doy gracias a Dios por este encuentro con vosotros, venidos a Roma para la X reunión del Consejo general de la Pontificia Comisión para América Latina. Conozco y valoro el trabajo que estáis realizando y me alegra constatar que perseveráis en el empeño de “hacer efectiva la comunión de las iglesias y sus instituciones, de las que sois dignos y cualificados representantes”,  para bien de la Iglesia en Latinoamérica.

Este año habéis queridos fijaros en algunos conceptos y orientaciones contenidos en la encíclica “Fidei Donum” de mi predecesor Pío XII, al cumplirse el 25° aniversario de la publicación de la misma. Y si bien este documento no se fijaba especialmente en la porción eclesial que atiende el COGECAL, Pío XII ya la tuvo presente al pedir a los obispos que orientaran el celo de sus Iglesias y en particular de sus sacerdotes “hacia las vastas regiones de América del Sur, donde sabemos que las necesidades son grandes”. 

Por otra parte, la “Fidei Donum” abrió camino a “un concepto nuevo de cooperación” entre las Iglesias, “entendida, no ya en un sentido único como ayuda dada por las iglesias de antigua fundación a las iglesias más jóvenes, sino como un intercambio recíproco y fecundo de energías y de bienes, en el ámbito de una comunión fraternal de Iglesias hermanas, superando el dualismo de “Iglesias ricas”-“Iglesias pobres”, como si hubiera dos categorías distintas: iglesias que dan e iglesias que reciben solamente ”.  Este enfoque es básico en el quehacer del COGECAL.

En sintonía con esta visión renovada por la “ Fidei Donum ” y atendiendo también a su posterior desarrollo, en particular en los textos conciliares,  habéis reflexionado tanto desde un ángulo teológico y espiritual como desde la experiencia de muchas actuaciones pastorales.

La gran riqueza de elementos que se dan vitalmente en la Iglesia una y santa, se refleja en la intercomunicación entre las Iglesias particulares y entre los grupos eclesiales legítimos, es decir, que están en comunión con la Jerarquía. Conviene mucho, por ello, que el desarrollo práctico de la intercomunicación atienda a la totalidad de elementos, uniéndolos en una síntesis armónica. Ello ayudará a que se mantenga siempre la autenticidad eclesial en estos contactos y mutuas ayudas.

Es también preciso que “todo se haga con decoro y orden”,  de modo que cada cual asuma las responsabilidades que le correspondan, coordinando luego las acciones con sentido práctico y espíritu fraterno.

Finalmente os ruego que en la intercomunicación entre comunidades eclesiales sintáis y manifestéis profunda solicitud por cuanto sirve al verdadero bien del hombre discernido desde la fe.

La atención que habéis prestado a los datos ciertos que la teología, la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio –sobre todo las indicaciones del último Concilio– aportan a vuestro empeño en lo referente a la misión en comunión, unida a la revisión realista y serena de las realidades, lograda en los últimos años, ha de fructificar en nuevos propósitos y renovados planes, que os lleven a una comunión más profundamente sentida en vuestros corazones y comunidades, y que sea cada día más eficaz en realizaciones concretas.

Ya a partir de los datos bíblicos en los que percibimos claramente esta motivación, se conocen muchas y variadas maneras de intercomunicación entre Iglesias y grupos de fieles, fruto de “la pluriforme gracia de Dios”.  Ello nos muestra caminos a seguir, adecuándolos al momento actual, y nos hace confiar en que el amor que el Espíritu “ derrama en nuestros corazones ”  nos abrirá nuevas formas de caridad eclesial.

El hecho de reuniros en el Año Santo de la Redención es un nuevo estímulo en vuestro empeño. Mirando al Redentor tomamos conciencia de que hemos de continuar sin desfallecer jamás. Todo es poco para corresponder a lo que El ha hecho por nosotros. A El servimos en definitiva en nuestro ministerio eclesial y, más concretamente, en la intercomunicación de toda clase de bienes entre las comunidades de seguidores suyos. A El servimos en el hombre latinoamericano que sufre y espera nuestra ayuda.

Pero no podemos olvidar las espléndidas realidades eclesiales y humanas de América Latina. He podido constatarlo en mis visitas apostólicas a esas tierras tan queridas. Se trata para la Iglesia del continente de la esperanza, lo cual reclama una singular solicitud por parte de todos. Vosotros la sentís y la traducís en obras con vuestro propio esfuerzo. Ojalá logremos entre todos que se cumplan los designios de Dios sobre aquellas Iglesias. Abramos allí más y más las puertas a Cristo. Que avanzando en la clarificación de deseos y empeños, estas Iglesias vivan en una comunión cada día más viva entre sí y con la Iglesia universal, y puedan colaborar cada vez más a la evangelización del mundo entero.

La cooperación de todos vosotros con las diócesis e instituciones que representáis es muy importante. Yo acabo dándoos las gracias por vuestro trabajo, pidiendo al Señor que os ayude en vuestro cometido e impartiendo a cada uno mi cordial Bendición.

 



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