DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRIMER EMBAJADOR DE CABO VERDE
ANTE LA SANTA SEDE*
Viernes 13 de enero de 1984
Señor Embajador:
1. Es un placer para mí recibir las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Cabo Verde ante la Santa Sede. Antes de nada quiero expresar mi aprecio agradecido por la manifestación de los deferentes sentimientos de parte del Excmo. Sr. Don Arístides María Pereira, Presidente de la República, y agradecerle la designación aquí del primer Representante de su joven Nación en la persona de Su Excelencia, de acuerdo –como usted ha querido destacar– con el sentir del querido pueblo caboverdiano, en su mayoría católico.
Este encuentro de Cabo Verde, representado por Su Excelencia, con el Romano Pontífice, puede constituir ciertamente un hito miliario en el camino histórico de la Nación, llegada recientemente a la independencia; un hito que confirme un pasado de marcada presencia de la Iglesia y trace rumbos de futuro para continuar e incrementar las relaciones amistosas insertadas en un contexto de libertad religiosa.
2. En el mundo de hoy sucede que no todo lo que varios sistemas, ideologías e individuos consideran y pregonan como libertad, garantiza la libertad auténtica de la persona humana. Como es sabido, ésta implica siempre la exigencia de una relación honrada con la verdad, sin deformaciones ni manipulaciones partidistas, sobre todo con la verdad sobre el hombre, con la grandeza, dignidad y valor propio de su humanidad. Precisamente en esta verdad, lo más auténtica posible, junto al aprecio y respeto, se basa el diálogo.
3. La presencia aquí de Su Excelencia es expresión del deseo de dialogar que encuentra reciprocidad, con el intento conjunto de creciente comprensión y confianza al servicio de las grandes causas del buen entendimiento, solidaridad y paz entre los hombres, que es el terreno firme e indispensable para asentar bien la colaboración, el amor y la fraternidad; y con el intento, en fin, de estar al servicio de la gran causa del hombre con la verdad interior de su humanidad que lo coloca en el centro del cosmos y de la historia, y con la conciencia de formar con los demás una sola familia, la gran familia humana.
En la Carta que tuve el gusto de dirigir a la comunidad católica de Cabo Verde en mayo de 1983, hice un llamamiento a la solidaridad humana, no codificada ni tal vez codificable, pero que no deja de imponerse: algunas veces por motivos humanitarios en situaciones concretas de vida en la que se hallan algunos sectores de la familia humana; y siempre por imperativo de la visión correcta de una interdependencia cada vez más estrecha y extendida gradualmente a todo el mundo; esto hace que el bien común sea cada vez más universal y, por lo mismo, tenga que procurarse y promoverse a nivel mundial.
Reitero hoy mis votos de que encuentren eco en una solidaridad de gran amplitud, las dificultades y, al mismo tiempo, las cualidades de resistencia y valentía de la querida población caboverdiana dondequiera que se desenvuelva su existencia, dado el alto porcentaje de emigrados. Es de desear que los valores de que son portadores sean bien acogidos en todas partes también a nivel de legislaciones que les favorezcan, eliminen discriminaciones y les proporcionen seguridad y serenidad en la búsqueda de una mejor vida personal, familiar y social, lo cual es básico en la emigración; y asimismo esta buena acogida pueda contribuir a contactos y amistad entre los pueblos en una época como la nuestra, ensombrecida por muchas desigualdades y violencia, pero igualmente sedienta de justicia, paz, bondad, responsabilidad y dignidad humana, y amor.
4. La Iglesia, en el campo de su misión propia, procura contribuir a tal solidaridad humana. Encarnándose en la realidad concreta de cada pueblo, en su historia y en su proceso de desarrollo, se solidariza en las dificultades y comparte los sufrimientos y aspiraciones del hombre, deseando su plena realización personal al llevarle los fermentos del mensaje del Evangelio y los bienes de la salvación divina con destino universal.
Señor Embajador: anunciando ciertas perspectivas convergentes y destacando las buenas relaciones de la Nación de Cabo Verde y la Iglesia Católica, Su Excelencia hacía notar la contribución de ésta al desenvolvimiento humano y espiritual de las poblaciones locales. Ello me ofrece la oportunidad de reiterar la buena voluntad de la Iglesia de proseguir en la misma línea. Por tanto, ella confía en que los fieles católicos de Cabo Verde sepan discernir, ocupar el lugar y desempeñar la tarea que les incumbe por derecho y deber de hombres y de cristianos en la promoción del bien común y en el progreso de su País, bajo pena de grave infidelidad al hombre, a la Iglesia y a Jesucristo.
Pido al Altísimo, dador de todo bien, que haga fructificar los propósitos que acaba de expresar y haya siempre concorde determinación de mentes y voluntades para ponerlos en práctica en bien de la prosperidad de Cabo Verde. Le aseguro que podrá contar con la disponibilidad, comprensión y toda la ayuda y colaboración posibles de la Santa Sede, en el desempeño de su misión, que le deseo feliz y portadora de alegrías. Y rogándole presente mis mejores saludos al Señor Presidente de la República, pido a Dios Omnipotente favores y bendiciones para Su Excelencia, para todo el querido Pueblo caboverdiano y sus autoridades.
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 8, p.6.
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