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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE BANGLADESH ANTE LA SANTA SEDE

Viernes 2 de marzo de 1984

 

Señor Embajador:

Me complazco en aceptar las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Popular de Bangladesh. Le doy las gracias por los amables saludos que me acaba de transmitir de parte de las autoridades mas altas de su País y también por la noble expresión de sus íntimas disposiciones de corazón y mente con que usted emprende su misión ante la Santa Sede.

Usted se ha referido a la presencia de la Iglesia Católica en Bangladesh y a la aportación de las instituciones católicas y de su personal en varios campos de servicio a la gente. Ha aludido asimismo a la atención prestada a los refugiados. En todo ello la Iglesia procura seguir las enseñanzas y ejemplo de su Divino Fundador, que se propuso únicamente servir y no ser servido. Este servicio, sea a nivel personal e individual o a nivel de las organizaciones e instituciones que se ocupan de ello, es fruto siempre de la convicción de que cada ser humano es imagen única del Creador, que lo ha llamado a la existencia por amor y para que le ame (Cf. Familiaris consortio, 11.)

La Iglesia está plenamente al servicio de la dignidad del hombre. En este servicio procura cooperar con otras asociaciones privadas y con las autoridades públicas del mundo que defienden los valores constitutivos y cualidades de esta dignidad única. Y precisamente en este contexto, la Santa Sede se complace en darle la cordial bienvenida en cuanto Representante de su País, del Gobierno y del pueblo. Su presencia aquí consolida aun más las buenas relaciones ya existentes entre el Estado y la Iglesia en su País y le ofrece más oportunidades de diálogo y colaboración. Al promover relaciones con Gobiernos y Organizaciones internacionales, la Santa Sede obedece a las intenciones del Concilio Vaticano II cuando dice que «la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están, al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia para bien de todos, cuanto mejor cultiven ambas una sana cooperación entre sí, teniendo en cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo» (Gaudium et spes, 76).

No obstante, como usted ha indicado acertadamente, hoy en día ningún país ni pueblo pueden esperar potenciar un desarrollo y progreso verdaderos aislado de la comunidad mundial. Por esta razón, la Santa Sede procura estimular la mayor cooperación internacional a todo nivel, consciente de la verdad de que para alcanzar y mantener la paz es preciso que los pueblos estén libres de desigualdades excesivas y de toda forma de dependencia indebida. De nuevo nos señala el Concilio Vaticano II la óptica que dirige las actividades de la Iglesia en el campo de la cooperación y desarrollo internacionales: «Para establecer un auténtico orden económico universal hay que acabar con las pretensiones de lucro excesivo, ambiciones nacionalistas, afán de dominación política, cálculos de carácter militarista y maquinaciones encaminadas a difundir e imponer ideologías» (ib. 85). Estas afirmaciones las hizo el Concilio hace casi veinte años, pero son validas todavía hoy.

Señor Embajador: como usted bien sabe, su misión ante la Santa Sede, no es ante un poder de orden temporal o mundano. El corazón de esta misión se centra en los valores esenciales que dan sentido a los esfuerzos del hombre por instaurar una vida mejor en paz y armonía. Le deseo todo éxito y pido bendiciones divinas en abundancia para usted en el desempeño de su tarea.

Y, en fin, le ruego transmita mi saludo al Presidente de Bangladesh y al Presidente del Consejo de Ministros. Cuente usted, Señor Embajador, con mi respeto profundo y mi amor al pueblo de su País. 


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 16, p.6.



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