DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE TAILANDIA ANTE LA SANTA SEDE
Viernes 9 de marzo de 1984
Señor Embajador:
Es para mí una gran alegría poderle dar hoy la bienvenida como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Tailandia. Su presencia subraya y consolida aún más las excelentes relaciones entre la Santa Sede, el pueblo tai y sus líderes.
Le estoy particularmente agradecido por el gentil saludo que me ha dirigido en nombre de Su Majestad el Rey Bhumibol Adulyadej. Quiero pedirle, a mi vez, que transmita a Su Majestad la seguridad de mi sincero respeto, así como mi oración y mejores deseos por su bienestar y el de toda la familia real.
Acaba usted de referirse al aprecio por los ideales de libertad -incluida la libertad religiosa-, el respeto mutuo, la tolerancia y mutuo entendimiento que el Pueblo tai se ha procurado y de los que disfruta desde hace siglos, formando parte del tejido de la vida social de su País. Subrayar esta herencia tan rica equivale, como usted mismo ha dicho, a tener una profunda conciencia de la dignidad y valor de todo ser humano, una conciencia estrechamente vinculada a las creencias religiosas de la gran mayoría de los tais. La fe cristiana se ha encontrado allí como en su propia casa, y se esfuerza por colaborar con todos los medios para que sean realidad todos estos ideales al servicio de todos los pueblos, especialmente de aquellos en los que su falta es más alarmante. Es motivo de alegría oírle hablar de la aportación de los cristianos a la sociedad tai, especialmente en los campos de la salud y la educación.
Señor Embajador: En el momento en que comienza usted su Misión de Representante de su País ante la Santa Sede, hay una preocupación especial que quisiera mencionar, un tema que ocupa de manera especial el pensamiento y la actividad de los poderes públicos: el tema de la paz. Hay serias y graves amenazas para la paz en nuestro mundo contemporáneo. No obstante, en mi Mensaje para la Jornada mundial de la Paz del 1º de enero de 1984, llamé también la atención sobre ciertos signos positivos que apuntan ya en la oscuridad. Entre ellos, la crecida conciencia de «la indispensable solidaridad que une a pueblos y naciones, para la solución de la mayoría de los más importantes problemas». El papel de la diplomacia es reforzar esta solidaridad presentando las diferentes posiciones con claridad y objetividad, y buscando caminos para vencer los obstáculos sin recurrir a la fuerza.
A este respecto, aprecio el papel que juega Tailandia especialmente en Asia, en la promoción de iniciativas que defiendan el valor de la paz entre las naciones y el respeto de la dignidad única de todo ser humano. Pido a Dios Todopoderoso que continúe bendiciendo a los jefes de su País en sus altas responsabilidades.
Espero impaciente mi visita a Tailandia. Espero poder captar, aunque sea rápidamente, la riqueza de su cultura y la bondad de sus gentes. Ruego insistentemente al Señor para que mi visita sea portadora de estímulo para la comunidad católica, y para que se considere como una concreta expresión de respeto hacia las otras tradiciones religiosas. Espero también tener el honor de encontrarme con Su Majestad el Rey y con los miembros de la familia real, como también con los jefes políticos y religiosos de su País.
Señor Embajador: que Dios Omnipotente le ayude y le dé una gran felicidad en el cumplimiento de su misión.
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 16, p.6.
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