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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE CAMERÚN ANTE LA SANTA SEDE*

Lunes 6 de julio de 1985

 

Señor Embajador:

1. En primer lugar, deseo dar a Su Excelencia la bienvenida a esta casa y espero que la misión que usted inaugura hoy como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Camerún reforzará los vínculos de amistad y de colaboración entre su País y la Santa Sede, en beneficio de todos sus compatriotas. He prestado una gran atención a las palabras con las que usted ha subrayado la obra de la Iglesia en Camerún y ha evocado los ideales y las tareas programadas por su Gobierno y la cooperación que desea. Le doy las gracias vivamente por los sentimientos y expectativas que acaba de manifestar con relación a la Sede Apostólica.

Le agradecería manifestase mi gratitud al Excelentísimo Señor Presidente Paul Biya, y los ardientes deseos que formulo en favor del cumplimiento de su alto cargo al servicio de todos los camerunenses.

2. En efecto, la Santa Sede mira a Came­rún con solicitud particular. Por otra parte, numerosos ciudadanos camerunenses profesan la fe católica y, por ello, están en relación filial con el Obispo de Roma, Pastor universal. Por lo demás, con este espíritu precisamente he recibido aquí a mis hermanos los obispos de Camerún en visita «ad Limina». Pero, por otra parte, la Santa Sede se interesa también por todo su País, al que desea un progreso pleno, humano y espiritual. Esto testimonian, entre otras cosas, las relaciones diplomáticas en vigor desde hace 20 años y que usted recibe la misión de continuar y acrecentar.

Por lo demás, me siento muy feliz de recibirle ahora, pensando que vamos a vivir el mes que viene un momento particularmente intenso de estas relaciones mutuas, con ocasión de la visita pastoral de cuatro días que efectuaré a su País, por invitación conjunta de los obispos y del Presidente de la República.

No es el momento de exponer todo el proyecto de esta visita, pero usted mismo lo ha evocado en términos que me han emocionado. Diré sencillamente que mira en primer lugar a fortificar la fe y la conciencia de mis hermanos y hermanas católicos, cuya evangelización, hace menos de un siglo y para algunas regiones de Camerún mucho menos tiempo todavía, ha conocido un progreso sorprendente. Para un cristiano, recibir el bautismo es un acontecimiento importante. Pero se trata de desarrollar todas las consecuencias espirituales y morales de esta pertenencia a la Iglesia, de estar en estado de irradiar el testimonio del Evangelio y así mismo de aportar la contribución gozosa que los demás esperan de los discípulos de Cristo.

Voy a animar, a fortificar, a unir a los cristianos con sus obispos, estrechando su unidad con la Iglesia Católica. Al mismo tiempo mi visita se efectúa con disposiciones fraternas hacia los otros cristianos del País, así como hacia los demás creyentes y hombres de buena voluntad, con quienes me encontraré gustoso. Deseo que mi visita ayude a unos y a otros a vivir en la paz y justicia y a colaborar en todas las tareas esenciales para el bien común de todos.

3. Las duras tareas humanas, que constituyen el deber y la preocupación diaria de las autoridades civiles, interesan también mucho a la Iglesia. Usted mismo ha evocado, Señor Embajador, la necesidad de desarrollar las posibilidades económicas del País, acrecentar el bienestar material, individual y colectivo, abriendo el acceso a ello y al reparto a todas las poblaciones de manera equitativa, favorecer la comprensión y la justicia entre los grupos sociales y las etnias, y mantener la tolerancia y la paz, velando a la vez por la seguridad y la libertad. Todo esto supone un clima de respeto de la vida y de la identidad cultural de los demás, una gran honestidad para cumplir las tareas confiadas, una voluntad de cooperación y de participación en la justicia, un conjunto de valores morales y espirituales, por los cuales la Iglesia trabaja gustosa con los medios que le son propios, formando la conciencia de los individuos y de los responsables. Todos conocen en particular los servicios que la Iglesia ha prestado y sigue prestando en el campo capital de la educación, pero también de la higiene y de los cuidados sanitarios, así como de la asistencia social. La Iglesia no pretende otro fin sino el desarrollo pleno de las personas, de acuerdo con la caridad del Evangelio. Ella aprecia, como una exigencia fundamental, la libertad religiosa, el respeto de las conciencias, con la posibilidad para el creyente de tener los medios de formación, de culto y de vida comunitaria que le son necesarios.

4. Acabamos de hablar de tareas convergentes de la Iglesia y del Estado en su País. Pero la Santa Sede, centro de la Iglesia universal, extiende su solicitud a todo lo que favorece la paz internacional, el diálogo y la cooperación entre las naciones, la garantía de los derechos, la defensa de los que sufren agresiones injustas u opresión racial, o sencillamente condiciones de vida demasiado precarias. También en este campo la Santa Sede será siempre feliz de unirse al empeño de Camerún, en las instancias internacionales y especialmente en lo que concierne al continente africano.

Ruego al Señor que inspire siempre en los espíritus sentimientos de justicia y de fraternidad que son los únicos que aseguran la paz duradera y al mismo tiempo la supervivencia de la Humanidad, según el designio del Creador. Y deseo que los hombres, en su libertad, escuchen y sigan estas inspiraciones. Invoco especialmente las bendiciones del Altísimo sobre todo el pueblo camerunense y sus dirigentes, y le pido que favorezca su misión junto a la Santa Sede, así como los encuentros que tendré yo mismo dentro de poco en su querido País, cuya hospitalidad conozco.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 32, p.10 (p.490).



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