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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE COLOMBIA ANTE LA SANTA SEDE*

Lunes 2 de marzo de 1987

 

Señor Embajador:

Me es grato dar mi más cordial bienvenida a Vuestra Excelencia, en este acto de presentación de las cartas credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Colombia ante la Santa Sede.

Ante todo, deseo manifestarle mi reconocimiento por las sentidas palabras que ha tenido a bien dirigirme, pues me han permitido comprobar una vez más el vivo afecto y devoción que los hijos de esa noble nación tienen al Sucesor de Pedro, sobre todo a raíz de mi visita pastoral, efectuada en julio del año pasado. Deseo agradecerle, igualmente, el deferente saludo que me ha transmitido de parte del Señor Presidente de la República.

Vuestra Excelencia se ha referido a la necesidad de aunar todos los esfuerzos posibles con el fin de conseguir unas condiciones básicas, humanas y espirituales, que permitan al ciudadano colombiano ir construyendo una sociedad donde la reconciliación y convivencia fraterna, así como la justicia sean una constante y creciente realidad. Estos objetivos han encontrado siempre el pleno apoyo y defensa de la Iglesia en Colombia, la cual, siguiendo el mandato de Cristo (Mt 28, 19-20), quiere estar también presente en esta hora crucial de la humanidad y de esa comunidad católica en particular.

La realidad colombiana, que he tenido ocasión de conocer de cerca a través de mi contacto con sus gentes, en mi reciente viaje a esas tierras, me impulsa a dirigirme de nuevo a las autoridades y demás instancias del país, alentándoles a salvaguardar el rico patrimonio espiritual y cultural de los antepasados que se compendia en una serie de valores tan arraigados que es preciso tutelar siempre. Entre ellos sobresalen el respeto a la vida y al hombre, la capacidad de diálogo y la búsqueda del bien común.

Para llevar a cabo esta tarea habrá que contar con la participación de todos los estamentos sociales en la búsqueda y consolidación de estos objetivos prioritarios. Mi predecesor Pablo VI en su viaje a Colombia en 1968, lanzó ya un llamado en esos términos a los responsables de aquella sociedad: “Percibid y emprended con valentía las innovaciones necesarias para el mundo que os rodea... Y no olvidéis que ciertas crisis de la historia habrían podido tener otras orientaciones si las reformas necesarias hubiesen prevenido tempestivamente, con sacrificios valientes, las revoluciones explosivas de la desesperación” (Homilía de la misa para la "Jornada del desarrollo" 23 de agosto de 1968: Insegnamenti di Paolo VI, VI, (1968) 383 ss.).

Colombia puede considerarse un país potencialmente rico merced a sus variados recursos naturales y posibilidades de diversa índole. Pero para que esa riqueza pueda llegar a colmar las mínimas necesidades vitales de la gente indigente y hacer de ella ciudadanos de pleno derecho, es necesario dejar de lado cualquier forma de egoísmo y posible injusticia estructural, y superar todo tipo de antagonismo de clase, actitudes estas que impiden la consecución solidaria del bien común.

Es un motivo de consuelo para mí conocer, por parte de Vuestra Excelencia, el denodado empeño del Gobierno por afrontar equitativamente los complejos problemas que en este instante afectan al país. En mi encuentro con los Dirigentes en Bogotá tuve ocasión de invitarles a ser artífices de una sociedad más justa  «en donde la laboriosidad, la honestidad, el espíritu de participación en todos los órdenes y niveles, la actuación de la justicia y la caridad, sean una realidad. Una sociedad que lleve el sello de los valores cristianos como el más fuerte factor de cohesión social y la mejor garantía de su futuro. Una convivencia armoniosa que elimine las barreras opuestas a la integración nacional y constituya el marco del desarrollo del país y del progreso del hombre» (Discurso durante el encuentro con el presidente de la República, 1 de julio de 1986, n. 3).

Solamente así será posible la integración de los sectores marginados y su reinserción social. En este ámbito la Comunidad eclesial colombiana está intensificando su ministerio y atención a la causa de los más pobres y abandonados, en perfecta sintonía con la Doctrina Social de la Iglesia. En este cometido estrictamente pastoral espera seguir contando con el apoyo y necesaria colaboración de los diversos estamentos políticos y económicos.

Señor Embajador, al pedir al Altísimo, dador de todo bien, que haga fructificar estos anhelos, para que sean fuente de concordia y bienestar social, invoco también la intercesión de Nuestra Señora de Chiquinquirá sobre el querido pueblo colombiano, sobre sus gobernantes y. de manera especial, sobre Vuestra Excelencia, deseándole al mismo tiempo feliz acierto en el cumplimiento de la alta y noble misión que le ha sido encomendada.


*Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. X, 1 pp. 480-482.

L'Attività della Santa Sede 1987 pp. 148-149.

L’Osservatore Romano 3.3.1987 p.4.

L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n.10, p.10.



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