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VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Aeropuerto Internacional de Asunción (Paraguay) 
Lunes, 16 de mayo de 1988

 

Señor Presidente de la República,
amados hermanos en el Episcopado,
excelentísimas autoridades civiles y militares,
queridos hermanos y hermanas del Paraguay:

1. En mi peregrinación evangelizadora por los caminos de América llego hoy a esta bendita tierra que he besado con amor y respeto, a este Paraguay Porá, cuna de hijos ilustres y de culturas que tanto aprecio merecen.

Aquí llegaron desde tierras de España, va a hacer ya casi 500 años, algunos esforzados misioneros que venían a sembrar la Buena Nueva de Cristo, para hacer participes de la luz y de los frutos de la Redención a los hombres y mujeres de estas latitudes.

Gracias, Señor Presidente, por las amables palabras que me acaba de dirigir. Gracias también por la invitación que, junto con el Episcopado paraguayo, me hizo en su día para visitar su país, haciendo así posible el encuentro del Papa con los hijos de esta noble nación. Reciban todos desde el primer momento mi saludo más afectuoso, mi saludo de Pastor universal de la Iglesia, que lleva en su alma “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los que sufren” (Gaudium et spes, 1). 

Hetá ara ma oyapó, aimesé hagüe penendivé. Ha peina aga, aimema pendeapytepe. A nezú ha a hetuma ko pe ne reta poraité Paraguay. (Hace ya mucho tiempo que he querido estar con vosotros; y heme aquí ahora entre vosotros. He doblado las rodillas y he besado vuestra hermosa tierra, Paraguay).

2. Sé que visito un país no exento de dificultades, pero lleno de esperanza y de fe en Dios. Sois un pueblo noble y prometedor; sufrido y que, a pesar de ello, infunde alegría; valiente para dominar la naturaleza bravía y superar toda clase de adversidades con innata fortaleza de ánimo; un pueblo tan generoso como acogedor y hospitalario; solar muy antiguo de preciadas culturas autóctonas, donde la semilla del Evangelio germinó y se hizo fecunda gracias también a vuestra peculiar bondad y a vuestro profundo sentido religioso, para producir frutos duraderos de recia vida cristiana. Por eso, el Papa, que conoce y aprecia las arraigadas virtudes que os caracterizan, desde hace mucho tiempo quería venir a visitaros, a estar aquí con vosotros para celebrar a Jesucristo y reflexionar juntos sobre su doctrina de salvación.

La finalidad de este viaje apostólico es hacer que el mensaje evangélico siga modelando más y más nuestros corazones y transforme nuestras vidas, proyectándose con fuerza y eficacia sobre todas las estructuras de la convivencia cívica y social.

3. La cercanía del V centenario de la llegada del mensaje cristiano a estas generosas tierras es una feliz ocasión para dar impulso a una evangelización renovada. Este es mi deseo al iniciar hoy mi visita al Paraguay, que tiene un carácter esencialmente religioso. “Pero –como nos dice el Concilio Vaticano II– precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina” (Gaudium et spes, 42). Por ello, quiero ser también heraldo de la doctrina social de la Iglesia, pues –como he dicho en mi reciente Encíclica Sollicitudo rei socialis– “La Iglesia tiene una palabra que decir... sobre la naturaleza, condiciones, exigencias y finalidades del verdadero desarrollo y sobre los obstáculos que se oponen a él. Al hacerlo así, cumple su misión evangelizadora, ya que da su primera contribución a la solución del problema urgente del desarrollo cuando proclama la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre, aplicándola a una situación concreta” (Sollicitudo rei socialis, 41). 

Con esa enseñanza social, a la que me he referido, quiero cooperar a hacer luz sobre los problemas que os afligen, con el afán pastoral de que se llegue a una solución justa y equitativa de los mismos.

4. En los días que permaneceré en este querido país, quiero estar muy cerca de todos los paraguayos y paraguayas. No me será posible, como hubiera sido mi deseo, visitar todos los departamentos de esta nación; sin embargo, cada encuentro con los diversos grupos o sectores de vuestra sociedad quiere ser un acercamiento del Papa a todos y cada uno de los paraguayos, para gozar y sufrir con vosotros, para confirmaros en la fe, para fortalecer el espíritu de caridad y solidaridad que debe presidir la convivencia ciudadana, para animaros en vuestro empeño de promoción humana y de renovación social, para estimularos a ser mejores, para orientaros, desde el Evangelio, en vuestro camino de esperanza.

Queridos paraguayos y paraguayas: Autoridades, hombres del trabajo y de la industria, ganaderos y campesinos, profesionales y intelectuales, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos comprometidos en el servicio de la Iglesia, ancianos, enfermos, jóvenes y niños... desde este momento os abrazo gozosa y entrañablemente con corazón de padre, hermano y amigo. Que la Virgen de los Milagros de Caacupé os ampare con su manto.

¡Alabado sea Jesucristo!



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