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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA VISITA OFICIAL DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE IRLANDA

Jueves 20 de abril de 1989

 

A Uachtarain uasal (Querido señor Presidente):

Céad mlle fáilte romhat chuig an Vaticám. (Cien mil veces bienvenido aquí al Vaticano).

1. Tengo inmenso placer en darle la bienvenida aquí hoy y a través de usted extender mi caluroso saludo al amado pueblo de Irlanda que ocupa un lugar especial de afecto en el corazón del Sucesor del Apóstol Pedro. La predicación de San Patricio a los irlandeses, en el plan de Dios para su Iglesia, resulta una de las más extraordinarias ilustraciones de la parábola evangélica del sembrador que salió para sembrar la semilla. La semilla cayó en tierra fértil y produjo cien veces más (cf. Mt. 13, 8). La singular contribución que Irlanda ha dado en los tiempos recientes a la evangelización de Europa y al desarrollo de la cultura europea, así como a la expansión misionera de la Iglesia en todo el mundo, ha forjado un vínculo inseparable entre vuestro País y la Santa Sede.

Durante mi memorable visita de 1979, experimenté personalmente la profundidad de esta «unión de caridad entre Irlanda y la Santa Iglesia Romana» (Homilía en el «Phoenix Park», 29 de septiembre 1979). Por todo esto he considerado mi visita «una gran deuda a Jesucristo, que es el Señor de la Historia y el autor de nuestra redención» (ib.). Nuestro encuentro hoy es un reconocimiento solemne y una feliz celebración de esta genuina amistad que por mi parte abraza a todo el pueblo de Irlanda, incluso a aquellos que siguen otras tradiciones religiosas.

2. La Irlanda moderna ha sido fundada en una visión de sociedad capaz de responder a las aspiraciones más profundas del pueblo y de asegurar el respeto a la dignidad y el derecho de todos los ciudadanos. Esta visión está vinculada al prolongado deseo por una efectiva realización de los profundos valores humanos y cristianos que nunca han dejado de resonar en las mentes y en los corazones del pueblo irlandés. Irlanda puede ciertamente estar orgullosa de los progresos realizados. Las dificultades -aun las más serias- no faltan, pero Irlanda es, en su conjunto, una sociedad cordial y amable, segura en el mantenimiento de su ley y radicada en los más altos ideales de justicia, paz y libertad.

En el Foro Internacional, Irlanda ocupa un sitio de relevancia particular. Muchas son las personas que en otras partes del mundo tienen sus orígenes en esta tierra, y un gran número de religiosos y religiosas irlandeses, así como de voluntarios en el trabajo social y el desarrollo sirven en casi todos los rincones de la Tierra. Igualmente notable es el hecho de que vuestro País ha conseguido también ser miembro responsable y activo en organizaciones como las Naciones Unidas y la Comunidad Europea.

Usted mismo como Ministro de Asuntos Exteriores negoció la entrada de Irlanda en la Comunidad Europea y actuó como Vicepresidente de la Comisión de la Comunidad Europea con especial responsabilidad para los Asuntos Sociales. He notado en el discurso sobre Jean Monet, que usted pronunció el año pasado en el Instituto Universitario Europeo, la profundidad de su empeño personal por los ideales de una Comunidad Europea común que al mismo tiempo, tenga en cuenta las riquezas de sus diferentes culturas y la unicidad de la historia de cada país. La voz de Irlanda en Europa y en el mundo es particularmente útil por ser una voz de amistad, buena voluntad y paz. Irlanda puede contribuir con la sabiduría de una reflexión tranquila e imparcial sobre las lecciones de la historia, a una reflexión hecha en el contexto del profundo Humanismo cristiano que es su carácter más genuino.

3. Como vuestra Excelencia sabe, en la basílica de San Pedro hay una capilla dedicada al gran irlandés San Colombano. El mosaico que está detrás del altar muestra a Colombano y a sus seguidores como «peregrinos pro-Cristo», embajadores y heraldos del Evangelio de Cristo. ¡Con qué frecuencia este papel vuelve a repetirse por parte de hombres y mujeres irlandeses que han sido y continúan siendo testigos de Cristo en todos los continentes! El mosaico lleva esta inscripción: Si tollis libertatem tollis dignitatem, si quitas al hombre la libertad, le quitas la dignidad («Carta n. 4, a Attala», en Obra de S. Colombano, Dublín, 1957, pág. 34). La frase habría podido ser pronunciada no por Colombano al empezar el siglo VII, sino por uno de vuestros últimos patriotas, por alguien que mira al mundo de hoy y perciba con dolor y tristeza que no todos son verdaderamente libres. Al lado de las viejas opresiones, las sociedades modernas están expuestas a nuevas formas de sujeción. Estas nuevas servidumbres son particularmente destructivas para la dignidad humana.

Con esto en la mente, durante mi visita a Irlanda hace dos años, hablé de una confrontación con valores y tendencias ajenas a la sociedad irlandesa. Las sociedades desarrolladas con demasiada frecuencia experimentan que los más sagrados principios «continúan siendo suplantados por falsas pretensiones» (cf. Homilía en el «Phoenix Park», n. 3). El egoísmo ocupa el sitio del valor moral y de la solidaridad. Los méritos propios se miden en términos de lo que uno tiene y no de lo que es. En consecuencia, se ha formado un clima de grandes y pequeñas injusticias y miles de formas de violencia. Lo que se acepta como verdadera libertad es en realidad sólo una nueva forma de esclavitud.

En estas circunstancias, las palabras encerradas en la capilla de San Colombano resuenan fuertemente en toda su sabiduría: si la verdadera libertad —la complacencia de elegir entre el bien y la verdad— se ha perdido, entonces la dignidad, los valores y los derechos inalienables de la persona están amenazados. Irlanda tiene los recursos espirituales y humanos para seguir el sendero de auténtico desarrollo que promovería todas las dimensiones de la persona humana, en el ejercicio de una justa y generosa solidaridad, especialmente hacia los miembros más débiles de la sociedad. Yo sé, Excelencia, que Ud. comparte, esta inquietud y estas convicciones. Yo le aseguro que mis frecuentes oraciones por vuestros amados ciudadanos reflejan la confianza en que Irlanda tenga éxito en este reto.

4. Como nación, Irlanda mantiene firmemente la paz, y el pueblo irlandés sinceramente guarda la paz en su corazón. Todavía la vida de la isla entera está envuelta por el clima mortal de intimidación y violencia que ha causado tantos sufrimientos a ambas comunidades en Irlanda del Norte durante los últimos veinte años. La violencia del tipo de aquella perpetrada en Irlanda del Norte, no ofrece solución a los reales problemas de la sociedad. No es el método democráticamente elegido por los pueblos de otras partes. No ofrece verdades que puedan traer o convencer las mentes y los corazones de la gente común. Su único argumento es el terror y la destrucción que produce.

Sólo una genuina voluntad de empeño en diálogos y valientes gestos de reconciliación llega al corazón de las causas subyacentes en la compleja situación presente de conflicto. Así como he escrito en el mensaje para la Jornada mundial de la Paz de este año, donde existen formando pareja comunidades caracterizadas por diferentes orígenes étnicos, tradiciones culturales y creencias religiosas, cada una tiene el derecho a su identidad colectiva que debe ser defendida y promovida (cf. n.3). Al mismo tiempo todos tienen que juzgar seriamente la rectitud de sus reivindicaciones a la luz de la verdad, que incluye desarrollos históricos y la realidad presente. Dejar de hacer esto implica el riesgo de quedarse prisionero del pasado sin perspectivas para el futuro (cf. n. 11).

El futuro está aún ante nosotros. Existe en los jóvenes irlandeses, católicos y protestantes, que desesperadamente quieren heredar una tierra en paz y una sociedad construida en justicia y respeto de todos sus miembros. Cuando se den cuenta de cómo la juventud europea reacciona positivamente para lograr la unidad entre gente de diferentes países y diferentes ambientes culturales, ¿no pretenderán la misma suerte para ellos ¿Quién puede arrogarse el derecho de negarles su futuro y su libertad?

Un imperativo moral permanece en todas las partes implicadas en llegar a un acuerdo político que respete los derechos legítimos y las aspiraciones de todo el pueblo de Irlanda del Norte. No faltan señales de esperanza, y rogaremos confiando en que un proceso guiado por la razón y la mutua aceptación no tardará en poner fin al derramamiento de sangre y traerá una justa reconciliación y una reconstrucción pacífica. ¡Qué Dios sostenga la perseverancia y el valor de los que trabajan con realismo y amor fraterno por una rápida llegada de ese día!.

5. Señor Presidente: Lo que más recuerdo de Irlanda está en una secuencia de imágenes apacibles: en la natural belleza del campo y la amistad de su gente; en la alegre y devota participación de una multitud inmensa en la Misa que celebré en el «Phoenix Park»; en el noble entusiasmo de un mar de jóvenes en Galway; en mi encuentro con los jefes de las otras Iglesias y Comunidades, así como en muchos otros encuentros personales y colectivos. Y en el fondo permanece la imagen de las ruinas del monasterio de Clonmacnois. Las ruinas hablan de una antigua fidelidad a Cristo. Los rostros de la gente hablan claramente de la fidelidad actual de Irlanda a Cristo y de la confianza con la cual afronta el futuro.

Mi personal complacencia por su visita es por eso profunda y llena de aprecio. Además, estamos celebrando el sexagésimo aniversario de las cordiales y fructuosas relaciones diplomáticas entre Irlanda y la Santa Sede. Que Dios Omnipotente continúe bendiciendo estas relaciones, para su gloria, por el bien de la Iglesia y por la paz y el bienestar del pueblo irlandés.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n.25, p.6.



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