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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE MAURICIO ANTE LA SANTA SEDE
*

Lunes 10 de julio de 1989

 

Señor Embajador:

Es un gran placer para mí recibirle en el Vaticano con ocasión de la presentación de las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Mauricio ante la Santa Sede. Aprecio los amables saludos y los buenos deseos que me ha transmitido de parte de Su Excelencia el Gobernador General, el Primer Ministro y el pueblo de Mauricio. Deseo pedirle que los intercambie con la seguridad de mis buenos deseos y oraciones por la paz y el bienestar de todos sus compatriotas.

Noto con satisfacción la mención que hace Su Excelencia de los continuos esfuerzos de la Santa Sede por promover la paz mundial y crear un mayor aprecio de la fraternidad humana y la solidaridad que son tan necesarias para la paz y el desarrollo. La dedicación de la Santa Sede a la causa de la paz mundial y de un auténtico desarrollo se funda en su convicción de que todos los seres humanos poseen igual dignidad. En mi Carta Encíclica «Sollicitudo rei socialis» he insistido en esta conexión intrínseca entre verdadero desarrollo y respeto por los derechos humanos – personales y sociales, económicos y políticos –. No es posible limitar el desarrollo sólo al campo económico, pues con demasiada frecuencia esto hace que la persona humana se convierta en mero objeto, en un medio para la producción y el provecho egoísta. Es más, el carácter moral de un desarrollo auténtico y su necesaria promoción están garantizados cuando se respetan estrictamente todas las exigencias que derivan del orden de la verdad y del bien propio de la persona humana (cf. Sollicitudo rei socialis, 33).

Deseo estimular todos los esfuerzos que realiza su Gobierno para proteger el derecho a la libertad religiosa. En mi Mensaje para la Jornada mundial de la Paz de 1988 señalaba que la libertad de practicar la propia religión toca las verdaderas profundidades del espíritu humano y es, por decirlo así, la razón de ser de las otras libertades. Esto hace posible buscar y aceptar la verdad sobre el hombre y el mundo, y permite así que el pueblo llegue a una comprensión más profunda de su propia dignidad. Por otra parte, la libertad religiosa ayuda al pueblo a cumplir sus obligaciones con mayor responsabilidad. Una relación sincera con la verdad es condición para una auténtica libertad (cf. Sollicitudo rei socialis, 33; cf. también Redemptor hominis, 12).

Me complace la mención de mi próxima visita pastoral a Mauricio en Octubre. Como usted sabe, iré a Mauricio como Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia Católica, para dar testimonio del Evangelio de Jesucristo y fortalecer en la fe a mis hermanos y hermanas católicos. Tengo muchas esperanzas de observar directamente la vida de la Iglesia en Mauricio, cuyo dinamismo apostólico me es muy conocido, y a la que deseo honrar elevando al diligente obispo, Jean Margéot a la dignidad de cardenal. Agradezco la oportunidad de visitar su país y de ofrecer a su pueblo un mensaje de aliento en la búsqueda de la solidaridad con las otras naciones del mundo.

Su Excelencia se ha referido a la estima de su Gobierno y de su pueblo por el esfuerzo de la Iglesia para mejorar la sociedad. La Iglesia ve la ayuda que presta como una consecuencia de su misión religiosa (cf. Gaudium et spes, 42). Mediante sus diversas actividades en el ámbito de la educación así como en el de las obras de beneficencia a favor de los enfermos y necesitados, procura ser una fuente de comprensión y paz, de desarrollo y solidaridad para todo el pueblo. A través de su esfuerzo por promover la armonía entre los diferentes grupos étnicos, culturales y religiosos, la Iglesia actúa conforme a su más íntima naturaleza, puesto que ella es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios, y de la unidad de todo el género humano (Lumen gentium, 1).

Usted ha dicho, Señor Embajador, que su tarea como Representante de su país será fomentar y fortalecer los lazos de amistad y cooperación entre Mauricio y la Santa Sede, y yo deseo asegurarle la total colaboración de los diversos organismos de la Santa Sede.

Puesto que está usted comenzando su misión, aprovecho la oportunidad para asegurarle mis oraciones, e invoco sobre Su Excelencia, su Gobierno y el pueblo de Mauricio la abundante bendición de Dios Todopoderoso.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n.34, p.10.



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