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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS COMUNIDADES DE SAN EGIDIO

Sábado Santo 25 de marzo de 1989

 

Es para mí motivo de particular gozo tener este encuentro con vosotros, amadísimos hermanos y hermanas pertenecientes a las Comunidades de San Egidio, que habéis querido reuniros en Roma para celebrar los misterios centrales de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Provenís de numerosos países, de diversos continentes en donde han nacido vuestras Comunidades, y veis en Roma, centro de la catolicidad, el signo de comunión en la unidad que Cristo quiere para su Iglesia. Sed pues bienvenidos a esta casa, que es la casa de todos los que non sentimos unidos por los vínculos del amor, de la fe, de la oración.

Habéis querido reuniros en esta ocasión para celebrar la Pascua: la gran alegría de sentirnos salvados por Cristo y vencedores con El del pecado y de la muerte.

La vida nueva que al Señor nos comunica ha de ser fuerza e impulso para que cada uno se empeñe con animo renovado en la extensión del Reino de Dios. “Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos” (1Co 12, 4-6). 

Vuestras jornadas de amistad, plegaria y reflexión en la Ciudad Eterna han de ser también un compromiso a ser apóstoles de la nueva evangelización en vuestras familias, con vuestros compañeros, en el trabajo, en el estudio, en la vida social. Sé que la formación cristiana que os esforzáis por profundizar en vuestras Comunidades os estimula a una participación más activa en la vida litúrgica y caritativa de la Iglesia, y, especialmente a un amor preferencial por los más pobres y abandonados.

Como os recordaba en nuestro encuentro del año pasado, con ocasión de vuestro XX Aniversario: “El primado de la caridad... es el corazón de vuestro compromiso. Es también una herencia de la Iglesia de Roma, a la que vosotros dais vigor” (A la Comunidad de San Egidio en el XX aniversario de su fundación, 6 de febrero de 1988).

Sed, por tanto, testigos de fraternidad, de servicio a los pobres, de espíritu de oración. Esta ha de ser vuestra regla de vida, que hará “brillar vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16). 

Buscad a Cristo entre los más necesitados, los que no tienen voz, los que sufren en el alma o en el cuerpo, recordando siempre las exhortaciones del Concilio Vaticano II, que todo cristiano está “llamado a la perfección de la santidad” (Lumen gentium, 5), y que “la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado” (Apostolicam Actuositatem, 1). 



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