DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS DELEGADOS DE LAS UNIVERSIDADES CATÓLICAS
Castelgandolfo
Sábado 9 de septiembre de 1989
1. Me alegra mucho encontrarme con vosotros, delegados de las Universidades Católicas, elegidos por el III Congreso Internacional del pasado abril, y os agradezco profundamente el diligente y cuidadoso esfuerzo con que, estos días, os habéis dedicado a la preparación de un proyecto de documento sobre el espíritu, la estructura y los fundamentos institucionales de las Universidades Católicas. El tema interesa particularmente a todos los que actúan en los institutos universitarios católicos y es urgente profundizarlo por el bien de la Iglesia y de su misión en la sociedad contemporánea.
Deseo ante todo subrayar que el largo camino, recorrido juntamente en los años pasados por los organismos eclesiales competentes en lo que se refiere a las Universidades Católicas, ya ha dado frutos alentadores. Tanto a nivel de Iglesias particulares como a nivel de la Iglesia universal se ha desarrollado una mayor corresponsabilidad acerca del papel de las Universidades Católicas. El trabajo emprendido debe proseguirse y perfeccionarse ulteriormente con la generosa contribución de todos: del laicado y de las familias religiosas, de las Conferencias Episcopales y de las organizaciones entre las universidades, de las que la Federación Internacional de Universidades Católicas es expresión autorizada.
El camino del diálogo y de la comunión solidaria entre estas instancias eclesiales y la Santa Sede es el único adecuado para conseguir los frutos deseados.
2. En las palabras que dirigí al congreso antes mencionado hice notar cómo el adjetivo "católico", mientras por un lado califica a la Universidad, por otro la ayuda a realizarse según su verdadera naturaleza y a superar los peligros de distorsiones indebidas. En aquella ocasión aludí también a la exigencia de una reflexión esmerada acerca del sentido eclesial de la Universidad Católica, a la luz de las dos Constituciones del Concilio Vaticano II, Lumen gentium y Gaudium et spes, y de la Declaración Gravissimum educationis. Es un aspecto sobre el cual vale la pena volver.
3. Una esmerada reflexión acerca del sentido eclesial de la Universidad deberá desarrollarse sobre la base de los principios eclesiológicos de los citados documentos. Se trata, como es bien sabido, de una eclesiología de comunión, que presenta a la Iglesia como Pueblo de Dios jerárquicamente estructurado. Este pueblo, en virtud de su participación en el misterio salvífico de Cristo, está constituido en la tierra como comunidad de fe, de esperanza y de caridad, a través de la cual Cristo difunde sobre todos la verdad y la gracia. Mediante el ministerio de los sagrados Pastores, a los que ha sido confiada la misión de discernir y de ordenar los carismas de los diversos miembros para el bien de todo el cuerpo, la Iglesia se pone como "signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano". De tal modo continúa la obra de Cristo en el mundo.
En este contexto teológico debe colocarse la misión y la responsabilidad de las Universidades Católicas. Estas participan obviamente de modo propio y peculiar en la misión de la Iglesia misma, pues viven y operan en su seno. En efecto, en el ámbito de la universidad católica realizan su misión apostólica, íntimamente derivada de la fe, personas revestidas de sagrada potestad para el servicio de los hermanos, como también, como miembros con título pleno del Pueblo de Dios, laicos dotados de carismas específicos o revestidos de particulares responsabilidades.
Sin embargo, esto no basta para definir la específica función eclesial de una Universidad Católica que, en cuanto expresión -en cierto sentido- de Iglesia, participa de la misión de ésta no sólo a nivel de personas aisladas sino también de comunidad. Con mucha razón, por tanto, habláis también de esfuerzo institucional de las Universidades Católicas.
4. De esto deriva que, si el cristiano, llamado a compartir con la Iglesia entera una tarea apostólica, debe obrar en sintonía con aquellos que han sido revestidos del "munus pastorale", con mayor razón vale eso para los organismos de apostolado eclesial que actúan a nivel institucional. A este respecto vale también lo que el mismo Concilio dijo en el Decreto Apostolicam actuositatem (cf. n. 24) acerca de la relación entre apostolado de los laicos y jerarquía.
Por eso las notas esenciales de una Universidad Católica, que describió el documento elaborado por el segundo congreso de los delegados, en noviembre de 1972, recuerdan con razón la exigencia de una íntima comunión con los Pastores de la Iglesia.
5. A la luz del Concilio Vaticano II, los Pastores de la Iglesia no pueden ser considerados como agentes externos a la Universidad Católica, sino como partícipes de su vida. He tomado nota con gusto de cuanto se dijo a este propósito en una recomendación del tercer congreso del pasado abril. Es oportuno que se saquen las consecuencias prácticas de esa recomendación aunque, como resulta obvio, de modo diferente según el tipo de universidad, y según las diversas facultades y las peculiares condiciones de los lugares.
6. En esta perspectiva aparecen evidentes también dos responsabilidades inseparables: la de la Iglesia hacia la Universidad Católica y la de la Universidad Católica hacia la Iglesia.
Por una parte será preciso sensibilizar más al Pueblo de Dios acerca de la indispensable función de las Universidades Católicas en el mundo de la cultura y especialmente en algunos contextos sociales. Hoy se nota cada vez más claramente un despertar de la sensibilidad eclesial con respecto al papel de las Universidades Católicas, con la consiguiente disponibilidad al sostenimiento moral y material por parte de la comunidad de los fieles, los cuales, mediante iniciativas apropiadas y a diversos niveles, pretenden hacer que toda universidad pueda perseguir adecuadamente sus propios objetivos.
Por otra parte, sin embargo, no se puede negar que ese despertar eclesial debe encontrar su momento importante en el seno de las mismas Universidades Católicas, ya que éstas son por su naturaleza un lugar privilegiado de promoción del diálogo entre fe y cultura, entre fe y ciencia. En la universidad, además, se forman los futuros hombres del saber, los cuales, asumiendo tareas comprometedoras en la sociedad y testimoniando con coherencia su fe ante el mundo, contribuirán a alimentar ulteriormente la participación comunitaria en los problemas de la universidad.
Este deber aparece cada vez más urgente, de manera especial si se tiene presente que hoy las preguntas acerca de los valores supremos se han hecho más insistentes, mientras la mentalidad pragmática y hedonista de la vida lleva a contrastes sociales y morales que pueden comprometer gravemente tanto la dignidad y la libertad de las personas como el bien de la sociedad.
7. Me he enterado con satisfacción de que la Congregación para la Educación Católica ha realizado una encuesta acerca de los Centros católicos presentes en el mundo. Esta encuesta ha llevado a la redacción de un "Directory of Catholic Universities and other Catholic Institutions of Higher Education", que registra al menos 936 Instituciones. Bajo este aspecto se entreven nuevas tareas de servicio también para la Santa Sede y la exigencia de relaciones adecuadas y actualizadas con los organismos representativos de las Universidades Católicas.
En mis viajes pastorales, como es bien sabido, siempre he deseado encontrarme con las Universidades Católicas de toda nación, para tratar los aspectos y las problemáticas peculiares de cada universidad. En el presente encuentro, tan relevante por los participantes y por los temas afrontados, he considerado oportuno llamar la atención de todos vosotros hacia algunos puntos fundamentales, deseando que sean ocasión de fecundos desarrollos y de aliento para la misión que os corresponde.
Al invocar sobre vuestras personas la abundancia de los favores divinos, con la protección de la Bienaventurada Virgen María, Sede de la sabiduría, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica.
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