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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA FEDERAL CHECA Y ESLOVACA ANTE LA SANTA SEDE
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Viernes 21 de diciembre de 1990

 

Señor Embajador:

1. Nuestro encuentro para la entrega de las Cartas Credenciales mediante las cuales Su Excelencia, el Señor Vaclav Havel, Presidente de la República Federal Checa y Eslovaca, lo acredita ante la Santa Sede, es un feliz acontecimiento. Sea bienvenido en este momento en que se reanudan plenamente entre su país y la Sede Apostólica las relaciones que durante mucho tiempo estuvieron interrumpidas. El retorno de su país a la libertad y a la democracia ha permitido afortunadamente el restablecimiento de los antiguos lazos entre los nobles pueblos de Bohemia y Eslovaquia y el centro de la Iglesia Católica.

Usted mismo, Excelencia, ha señalado con delicadeza el carácter específico de esos lazos, considerando la naturaleza de la misión de la Santa Sede, que desea desempeñar un papel en la comunidad internacional con absoluta fidelidad al espíritu del Evangelio y al amor del hombre abierto a la dimensión trascendente de su destino.

2. También ha recordado como un acontecimiento significativo la visita pastoral que me fue posible realizar a su patria el pasado mes de abril. En efecto, la acogida que me reservaron en Praga, Velehrad y Bratislava me permitió apreciar la fidelidad profunda de su pueblo al Cristianismo y el deseo de expresar su fe sin obstáculos y de manifestar claramente su pertenencia a la vasta comunidad de los creyentes. Esté seguro de que en mi corazón atesoro el recuerdo vivo de mi viaje a su patria, y que revivo con emoción mis encuentros, los momentos de comunión intensa que he tenido con obispos, sacerdotes, religiosos, fieles católicos y toda la población.

3. De ahora en adelante, la República Federativa Checa y Eslovaca emprende el camino de la renovación y de la consolidación de sus instituciones, a la vez que trabaja por mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos. Los católicos están decididos a tomar parte en las inmensas tareas que hay que realizar. Por lo que concierne a su propia misión religiosa, la Iglesia anhela disponer del espacio vital que le es necesario, a fin de poder ofrecer a todos los que confían en ella los servicios que ha de realizar por vocación. No pide privilegios; desea únicamente llevar a cabo su actividad con libertad, pues está convencida de que su lugar en la sociedad corresponde no sólo a una justa herencia del pasado, sino también a una inspiración siempre viva en el corazón de nuestros contemporáneos.

Por ello, un diálogo confiado entre las comunidades eclesiales y las autoridades del Estado permitirá resolver los problemas que persisten tras las dificultades que han marcado estos últimos decenios. Bien integradas en la sociedad, estas comunidades necesitan disponer de medios convenientes para su misión. A este respecto, es de esperar que se regularicen las cuestiones referentes a la restitución de los bienes eclesiásticos. No se trata sólo de que las instituciones de la Iglesia vuelvan a poseer legítimamente su propio patrimonio, sino de que estén, además, en condiciones de desarrollar su propia vida y de ponerse al servicio del prójimo, especialmente en el ámbito de la educación y de la caridad.

4. En sus relaciones con los Estados, la Santa Sede busca sostener en todas las circunstancias el bien del hombre, del hombre en todas sus dimensiones, del hombre libre de vivir según los principios que le dictan su conciencia y su fe. De ahí que, en el conjunto de los derechos humanos que el mundo contemporáneo se esfuerza por reconocer y defender, la libertad religiosa ocupe un lugar preeminente. En nombre de dicha libertad fundamental, la Iglesia respeta las convicciones de las personas que no comparten su fe y espera de ellas igual respeto, extensivo a los diversos aspectos de su actividad, comprendidas sus manifestaciones públicas. La Iglesia pide poder dar a sus miembros una formación espiritual y moral coherente con su fe, formar a su clero y designar a sus pastores, organizar la educación religiosa de los niños y de los jóvenes en colaboración con las familias, expresarse a través de los medios de comunicación y publicar las obras que juzga útiles.

No dudo, Señor Embajador, de que el Gobierno que usted representa aquí esté dispuesto a permitir que la Iglesia pueda llevar a cabo libremente su misión en los diversos campos que acabo de mencionar. Con satisfacción le he oído asegurar que, por una parte y por otra, la buena voluntad sabrá superar las dificultades que puedan subsistir.

5. Durante mi peregrinación a Velehrad, el pasado 22 de abril, tuve la alegría de recordar en ese importante lugar la obra realizada a favor de los pueblos eslavos por los dos grandes apóstoles Cirilo y Metodio. Continúan siendo faros para la Iglesia. En el continente europeo, cuyos patronos son junto con San Bernardo, deseamos seguir su ejemplo, a fin de ponernos al servicio de toda la sociedad. Me dio mucho gusto poder anunciar, ante la tumba de San Cirilo, la convocatoria de una importante asamblea episcopal, cuya tarea consistirá en dar un impulso nuevo a la misión de la Iglesia en Europa para contribuir mejor a la fraternidad y a la solidaridad de millones de hombres y de mujeres que aspiran hoy a desarrollar los valores cristianos ya enraizados en su tierra.

Su patria ocupa un lugar privilegiado en el centro del continente. Estoy convencido de que tendrá un papel muy significativo en la construcción de una comunidad de naciones que proteja la dignidad y el bienestar de todos sus miembros y trabaje por la paz en el mundo entero.

6. Señor Embajador, esta audiencia tiene lugar unos días antes de Navidad. Mis deseos de felicidad para sus compatriotas y sus dirigentes se vuelven más ardientes en este tiempo. Le ruego que asegure a Su Excelencia el señor Vaclav Havel, a las autoridades del Estado y a sus compatriotas, los sentimientos de gran amistad que el Sucesor de Pedro alimenta hacia todos ellos.

En cuanto a usted, Señor Embajador, le deseo de todo corazón éxito en su misión y le garantizo que aquí encontrará siempre una acogida compresiva. Mis colaboradores están totalmente dispuestos a escucharle y a facilitar su tarea.

Invoco con fervor para usted y su país la intercesión de los grandes santos que marcaron su historia, a la vez que imploro para su felicidad y prosperidad la bendición de Dios.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española 1991 n.4, p.6 (p.42). 



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