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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE ZAMBIA
ANTE LA SANTA SEDE
*


Viernes 19 de enero de 1990

 

Señor Embajador:

Es un placer para mí darle la bienvenida al Vaticano en el comienzo de su misión como Embajador de la República de Zambia ante la Santa Sede. Al aceptar sus cartas credenciales le pido que transmita mis cordiales saludos y mis mejores deseos al Dr. Kenneth David Kaunda, Presidente de la República, y a todo el pueblo de Zambia. Confío en que su estancia en Roma servirá para fortalecer las buenas relaciones que han mantenido Zambia y la Santa Sede.

Mi viaje pastoral a su nación el año pasado coincidió felizmente con el XXV aniversario de la independencia de Zambia. Tuve la oportunidad de ver por mí mismo los muchos desafíos a los que hacen frente sus conciudadanos. Pude apreciar el progreso que ha hecho su país hacia la realización de esos nobles ideales que han inspirado su crecimiento como una nación independiente y libre. Como amigo deseo animar a todos los que luchan por hacer de Zambia «un lugar de verdadera libertad, hermandad y solidaridad» (cf. Discurso pronunciado en el aeropuerto internacional de Lusaka, 2 de mayo de 1989).

Mi visita coincidió también con las celebraciones que marcaban el centenario de la presencia de la Iglesia Católica en su tierra. A través de las distintas actividades que han promovido en los pasados cien años, la Iglesia siempre se ha esforzado por servir a Dios trabajando para el bien auténtico de las personas. Durante los últimos veinticinco años en particular ha intentado desempeñar su propio papel en el desarrollo de Zambia como una sociedad moderna fundada sobre el respeto a la dignidad y la libertad de toda persona humana. La contribución de la Iglesia será siempre, por supuesto, una expresión de la fe que profesa. Ella está firmemente convencida de que el mensaje del Evangelio proporciona un cimiento sólido y duradero para la promoción y la protección de la dignidad humana. En fidelidad a la enseñanza de Cristo, la Iglesia desea cooperar con todos los que están comprometidos en preservar las verdades y los valores morales que son esenciales para la construcción de cualquier sociedad verdaderamente humana.

Dos principios evangélicos que guían a las Iglesias locales inspiran también la presencia de la Iglesia universal en medio de la comunidad internacional. A través de su actividad diplomática, la Santa Sede tiene la pretensión de ayudar al crecimiento de la paz y de un mayor respeto a la persona humana, salvaguardar los derechos fundamentales de los individuos y de las naciones, y promover el diálogo y la cooperación entre los pueblos. Estoy seguro, Señor Embajador, de que en el transcurso de su misión ante la Santa Sede encontrará muchas oportunidades de apoyar estos ideales.

Ha expresado usted su persuasión de que Zambia desempeña un papel especial en el continuo desarrollo de África y de sus pueblos. Durante mi visita expresé mi propia convicción de que la contribución de su país al futuro no puede separarse de su compromiso por los valores profundamente humanos que han encontrado su expresión en la política del Estado. Uno de los logros más duraderos de Zambia podría ser el testimonio seguro y convencido de estos valores en el contexto de la variable situación política y social de África. Un testimonio de esta clase requerirá sacrificios, desde el momento en que su nación se enfrenta a las serias dificultades a que usted ha hecho referencia. De todos modos, y por el bien de todos los africanos, «las dificultades del momento presente no deben conducir a disminuir su compromiso en la protección y la promoción de los derechos individuales de cada uno» (ib.).

De manera particular la presencia de tantos refugiados dentro de sus fronteras representa un gran desafío a la generosidad de Zambia y a su sentido de la solidaridad. En efecto, ha sido llamada, en un momento crítico de su crecimiento como nación, a compartir sus propios recursos con un ingente número de personas verdaderamente necesitadas. Los esfuerzos de su Gobierno por atender a estas víctimas de los conflictos y desequilibrios económicos, cualesquiera que sean los inmediatos sacrificios que ello conlleve, iluminan esos principios y virtudes que pueden proporcionar una base segura para el auténtico desarrollo de toda la región.

Su Excelencia ha recordado también los problemas surgidos de los conflictos raciales y del inaceptable sistema del «apartheid». Tengo la esperanza de que Zambia continúe alimentando el diálogo constructivo y la reconciliación entre todos los grupos que trabajan por la promoción de la justicia y de la paz en África del Sur. También aquí la fidelidad a los principios que sustentan el crecimiento de su propia nación ayudan a inspirar confianza en las soluciones que garanticen el respeto de la igual dignidad de cada persona como miembro de la familia humana e hijo de Dios. De este modo, Zambia puede dar una evidencia de su convicción de que una sociedad de paz y armonía no puede surgir nunca de la violencia y el odio, sino que, por el contrario, debe estar fundada en el respeto a todos, sin mirar la raza, el color o el credo.

Señor Embajador: al asegurarle el adecuado apoyo y cooperación de los distintos departamentos de la Santa Sede en el cumplimiento de su misión, aprovecho esta oportunidad para renovar mis mejores deseos a usted, al Presidente y al pueblo de la República de Zambia. Que Dios Todopoderoso les bendiga a usted y a sus conciudadanos con la abundancia de los bienes celestiales.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 8, p.10.



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