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VISITA PASTORAL A LA REGIÓN ITALIANA DE  LAS MARCAS

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS TRABAJADORAS DE LA  FÁBRICA  DE CONFECCIONES
DE LA CIUDAD DE MATELICA


Martes 19 de marzo de 1991

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Os saludo cordialmente y os agradezco vuestra amable acogida. Saludo a vuestro pastor, mons. Luigi Scuppa, a las autoridades que han intervenido y a los dirigentes de la fábrica. Un pensamiento particular va a vosotras, las trabajadoras de este establecimiento «Confecciones de Matelica», que constituye la mayor empresa productiva del interior de la región de Las Marcas con plantilla de personal enteramente femenino. Agradezco vivamente a vuestra representante, que se ha hecho intérprete y portavoz de vuestros sentimientos. Sus palabras me han permitido conocer mejor vuestra realidad cotidiana, los problemas que debéis afrontar, las esperanzas y las preocupaciones que estáis viviendo. He apreciado los esfuerzos que se han llevado a cabo en la fábrica para organizar el trabajo, a fin de que se pueda conciliar con los compromisos familiares; me alegra comprobar cuán enraizada está en vuestra tradición la influencia del Evangelio y el deseo de poner en práctica sus enseñanzas.

Saludo al ministro Gerardo Bianco y al honorable Arnaldo Forlani, y les doy las gracias por haberme acompañado en las diversas etapas de la visita de hoy.

Estoy contento de encontrarme entre vosotras, sobre todo porque casi nunca tengo la posibilidad de visitar una fábrica donde trabajen sólo mujeres. Lo hice una sola vez, en Polonia, durante mi último viaje, en 1987. Y esta circunstancia me brinda la posibilidad de reflexionar, aunque brevemente, sobre vuestro papel en el mundo del trabajo y en la sociedad.

2. En Matelica, segundo centro industrial del alto Valle del Esino, se ha duplicado en la postguerra el número de sus habitantes; es el único ejemplo, junto con Fabriano, de crecimiento en la zona piamontesa. El fin del flujo migratorio y el incremento del desarrollo local han tenido lugar gracias a la iniciativa de algunos de vuestros coterráneos, a quienes conocéis muy bien; ellos han construido, con valentía y talento empresarial, una industria en sintonía con las necesidades del territorio y de la familia.

Un progreso y un desarrollo cuya consecuencia ha sido el pasaje de una sociedad agrícola a otra de tipo industrial y obrero. Pero la transformación social aún en curso, aunque ha elevado el tenor de vida, ha hecho surgir otras exigencias y nuevos problemas y contradicciones. Es necesario reaccionar, sin dejar de preocuparse jamás por el destino más profundo y definitivo de la persona humana; hay que seguir manteniendo vivos el deseo espiritual y el sentido religioso de la existencia, arraigados siempre en la comunidad cristiana de Matelica. Basta recordar sus antiquísimas tradiciones: Matelica era diócesis desde el siglo V y sus obispos tomaron parte en los concilios ecuménicos de los primeros siglos. Basta recordar el testimonio de los santos que vivieron aquí como por ejemplo san Bernardino de Siena, Santiago de la Marca, san Gaspar del Búfalo, y el de otros hijos de vuestra tierra, como el beato Gentile Finaguerra y la beata Mattia Nazzarei.

3. Ciertamente, la entrada de la mujer en la fábrica ha contribuido a cambiar el tradicional estilo de vida de vuestra ciudad, que ha quitado en parte a la figura femenina de esposa y madre la tarea, en otros tiempos casi exclusiva, de educar a los hijos y administrar la casa. El ritmo del trabajo, que responde a las exigencias de la fábrica, la ausencia prolongada de casa y la mayor autonomía, tanto económica como psicológica, no han dejado de influir profundamente en las costumbres mentales y en los comportamientos comunes hace algunos decenios. Todo esto no sólo ha tenido repercusiones positivas. Con frecuencia la mujer ha pagado a un precio elevado el progreso moderno. Es preciso que en este nuevo orden social la mujer se comprometa a redescubrir y reafirmar las razones fundamentales de su feminidad.

La personalidad femenina, como escribí en la Mulieris dignitatem, presenta dos dimensiones: la maternidad y la virginidad. Se trata de dos caminos de su vocación de persona que se justifican y se complementan recíprocamente. Sólo si se profundiza la verdad sobre la persona humana, que «no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (Gaudium et spes, 24), se puede abrir «el camino a una comprensión plena de la maternidad de la mujer» (Mulieris dignitatem, 18). En esta maternidad, unida a la paternidad del hombre, se refleja el misterio eterno de la generación que está en Dios mismo. Aunque ambos, el padre y la madre, son padres de su hijo, «la maternidad de la mujer constituye una parte especial de este ser padres en común, así como la parte más cualificada» (Mulieris dignitatem, 18). Es la mujer, en efecto, la que tiene que «pagar directamente por este común engendrar, que absorbe literalmente las energías de su cuerpo y de su alma» (Mulieris dignitatem, 18). El hombre contrae una deuda especial con la mujer. A la luz de estas consideraciones, es evidente que ningún programa de igualdad de derechos entre el hombre y la mujer puede ser válido si no contempla cuanto acabo de mencionar, pues sería humillante e injusto con las mujeres, a las que de palabra intenta promover y tutelar.

4. Cambian los tiempos y los modos de organizar la sociedad y se aceleran los ritmos productivos, pero la dignidad y el orden del amor deben permanecer inmutables. La mujer representa «un valor particular como persona humana y, al mismo tiempo, como aquella persona concreta por el hecho de su femineidad» su dignidad «es medida en razón del amor, que es esencialmente orden de justicia y de caridad» (Mulieris dignitatem, 29).

Cuando las transformaciones en una fábrica son tan rápidas que no permiten una preparación adecuada al cambio por parte de los empleados, puede suceder que las exigencias productivas tengan más importancia que la dignidad de las personas. Entonces entran en crisis los principios morales y las referencias éticas indispensables para la tutela de la persona humana; y, del mismo modo, disminuye el respeto por su dignidad intangible. No es el caso de vuestra fábrica, en la que se procura regular el ritmo del trabajo de acuerdo con vuestras exigencias como mujeres y madres; pero todos advertimos que hoy existen sectores laborales en los que la dignidad de la mujer está amenazada. Resulta indispensable que ella recupere su función peculiar y evite así el peligro de ser considerada casi como un objeto de producción.

El trabajo, como participación personal en la transformación de la creación y fuente de sustento digno, no debe quitar a la mujer, esposa y madre, la posibilidad de cumplir las funciones sociales y familiares que le son características, ya que sólo de esta forma ella encarna su vocación humana, incluso en el horizonte de su femineidad. Una ocupación que limitara los espacios de la mujer y la llevara fuera de su función de amor, impidiéndole la realización total de sí misma, privaría a la comunidad humana y cristiana de una protagonista indispensable para su evolución y su crecimiento como civilización.

¡Cuán necesario es, pues, poner en práctica una nueva evangelización y una pastoral del mundo obrero calificada y eficaz, de manera que responda concretamente a las exigencias que plantea la organización moderna del trabajo! Sólo así será posible reivindicar y promover un espacio real para el papel de la mujer, esposa, madre y educadora. Sólo en estas condiciones la familia no sufrirá la ausencia de la función femenina y los hijos no quedarán privados del afecto y del apoyo materno, indispensables para el crecimiento armonioso y el desarrollo equilibrado del núcleo familiar.

5. De hecho, el progreso, tal como ha venido configurándose, favorece a algunos y margina a otros. Existe el peligro de una desaparición gradual e insensible de la atención hacia el hombre y hacia todo lo que lo concierne. De ahí que sea de actualidad cuanto observaba en la conclusión de la Mulieris dignitatem: «En este sentido, sobre todo el momento presente espera la manifestación de aquel genio de la mujer, que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por el hombre, por el hecho de que es ser humano. Y porque es mayor la caridad» (Mulieris dignitatem, 30).

Formulo votos para que cada una de vosotras, queridas trabajadoras, consciente de la misión que le ha sido encomendada en el seno de la familia, de la Iglesia y de la sociedad, pueda llevarla a cumplimiento con generosidad, superando todos los obstáculos y dificultades. Con este fin, invoco sobre vosotras y vuestro trabajo la protección materna de la Virgen de Nazaret, la Madre de Dios, y lo hago el día de san José. No he mencionado a san José en este discurso porque, al parecer, es más bien el patrono de los trabajadores. Pero es el patrono del trabajo humano. Además, estando tan cercano a María en su trabajo, en su misión, en su vocación, hizo mucho por el mundo femenino. Desde luego, san José contribuyó —y esto a veces se olvida— y sigue contribuyendo mucho, —ésta es mi experiencia y mi oración— a promover la dignidad de la mujer: «Mulieris dignitatem». Os imparto a todas vosotras mi bendición.



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