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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PEREGRINOS ESPAÑOLES QUE ACOMPAÑARON
A SUS OBISPOS EN LA VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Miércoles 13 de noviembre de1991

 

Queridos Hermanos en el Episcopado,
amadísimos hermanos y hermanas:

Es para mí motivo de particular alegría recibiros esta mañana, peregrinos del sur de España que, con ocasión de la visita “ad limina Apostolorum” que están realizando vuestros Obispos, habéis venido a Roma, centro de la catolicidad, con el propósito de renovar vuestra profesión de fe, vuestra adhesión a Cristo y a esta Sede Apostólica.

Vuestra presencia aquí es también un claro testimonio de comunión y afecto hacia vuestros Pastores que, en el ejercicio de su ministerio apostólico, realizan en estos días su visita quinquenal para venerar los sepulcros de los Apóstoles Pedro y Pablo y encontrarse con el Obispo de Roma en reconocimiento y manifestación de comunión católica, presidida y garantizada en el nombre del Señor por los sucesores de Pedro. Sed pues bienvenidos a esta audiencia, queridos hermanos y hermanas de Jaén —que sois los más numerosos— y de toda Andalucía, así como de Murcia, Badajoz e Islas Canarias, que también forman parte de las circunscripciones eclesiásticas de Sevilla y Granada.

Tengo aún muy vivo el recuerdo entrañable de las fervientes celebraciones de fe y amor vividas con vuestras gentes durante mi primera visita pastoral a España, hace ahora nueve años. Entonces tuve la oportunidad de comprobar la nobleza de alma de vuestro pueblo, su espíritu acogedor y festivo, su carácter profundamente humano, su tesón y capacidad de resistencia ante la adversidad. Bien es verdad que tampoco faltan graves problemas que obstaculizan las legítimas aspiraciones de progreso y bienestar en vuestra región, pero ello no debe ser motivo de desánimo ni desaliento, pues contáis con la mayor riqueza que puede tener un pueblo: los sólidos valores cristianos que han de dar nuevo impulso a la construcción de una sociedad más justa, fraterna y solidaria.

Por ello es necesario que el cristiano, tome mayor conciencia de sus propias responsabilidades y, de cara a Dios y a sus deberes ciudadanos, se empeñe con renovado entusiasmo en su compromiso por el bien común dando siempre testimonio de su fe y de los valores evangélicos que han de informar una sociedad donde reine la honestidad, la laboriosidad, el espíritu de participación. A este respecto, deseo hacer mías las exhortaciones que os dirigieron vuestros Obispos en el documento colectivo “Algunas exigencias sociales de nuestra fe cristiana” (Cuaresma de 1986).

El 14 de diciembre próximo tendrá lugar en la ciudad de Úbeda la ceremonia de clausura del IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz. En señal de cercanía y afecto he querido nombrar al Señor Cardenal Antonio María Javierre Legado Pontificio para aquella solemne celebración en honor del gran místico carmelita español, tan ligado a las tierras andaluzas. Que esta efemérides sea ocasión propicia que os fortalezca en vuestras raíces cristianas y os corrobore en vuestra conciencia y testimonio de creyentes, fieles hijos de la Iglesia.

Como signo de vitalidad de las comunidades eclesiales de Andalucía, me complace señalar también que el año próximo tendrán lugar en Huelva el XI Congreso Mariológico y el XVIII Congreso Mariano Internacional. Por otra parte, y en el marco del V Centenario de la Evangelización de América, Sevilla será la sede del Congreso Eucarístico Internacional, que bajo el lema “Cristo, luz de los pueblos”, quiere irradiar la devoción eucarística que impulsó a tantos misioneros a dejarlo todo para llevar el mensaje de salvación por todo el mundo. También en Sevilla se desarrollará la Exposición Universal 1992 y hago votos para que ese magno acontecimiento contribuya a reforzar los lazos de amistad y solidaridad entre los pueblos y naciones.

Y siendo éste un encuentro con fieles procedentes de una región que con orgullo se proclama tierra de María Santísima, deseo finalizar dirigiéndome a la Madre de Dios, que vosotros veneráis fervientemente bajo diversas advocaciones. En efecto, Nuestra Señora de los Reyes, Nuestra Señora de las Angustias, Nuestra Señora de la Victoria, Nuestra Señora del Mar, Nuestra Señora de la Cinta, Nuestra Señora de la Capilla, Nuestra Señora de la Fuensanta, Nuestra Señora de la Candelaria, Nuestra Señora del Pino, Nuestra Señora de Guadalupe y Nuestra Señora del Rocío son rostros diferentes de la misma Madre Santa que a todos os abraza. A ella os encomiendo en mis oraciones para que esta peregrinación que con tanta fe y amor estáis realizando os confirme en vuestros propósitos de vida cristiana.

Antes de terminar, quiero dirigir también un cordial saludo de bienvenida a todos los demás peregrinos aquí presentes de otras regiones de España y de diversos países de América Latina. En particular, al grupo de Religiosas de María Inmaculada, a la “Hospitalidad Nuestra Señora de Lourdes” de Cartagena y de Valencia, a las peregrinaciones parroquiales de Cervelló (Barcelona) y Castell d’Aro (Gerona). A todos imparto con particular afecto la Bendición Apostólica.



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