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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE BENÍN ANTE LA SANTA SEDE
*

Lunes 25 de noviembre de 1991

 

Señor Embajador:

Bienvenido a esta audiencia en la que lo recibo con alegría con ocasión de la presentación de las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Popular de Benín.

Le agradezco de todo corazón las amables palabras que acaba de pronunciar. En este momento mi pensamiento va, en primer lugar, a Su Excelencia el Señor Presidente Nicephore Soglo. Le ruego le presente mis saludos deferentes y le manifieste mi agradecimiento por su mensaje cordial, del que usted acaba de hacerse intérprete. Formulo votos de felicidad para su persona, así como para todos los que colaboran con el servicio a su nación. En fin, saludo cordialmente a los hombres y mujeres de su país, comprometidos en la construcción larga y exaltante de una sociedad que responda a sus aspiraciones. De buena gana pido a Dios que bendiga los esfuerzos de todos en la edificación de la República de Benín, a fin de que sea cada vez más digna y próspera. Puede estar seguro del compromiso que la Santa Sede ha asumido de promover la creación de un nuevo orden económico internacional que se inspire en una solidaridad verdadera; dicho orden es necesario para fomentar el desarrollo de los países que quieren solucionar las dificultades surgidas a causa de las condiciones desfavorables de los últimos decenios.

Señor Embajador, me complace comprobar a través de sus palabras la estima que sienten los habitantes de su País por el «Estado de derecho», en el que la soberanía pertenece a la ley, no a la arbitrariedad de los hombres. Así lo recordé en la Encíclica Centesimus annus: «Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la «subjetividad» de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad» (n. 46).

Su País, impulsado de alguna manera por los demás miembros de la familia de naciones del continente africano, ha realizado un gran esfuerzo de renovación. A pesar de eso, como usted ha observado, la obra mas grande, «la más difícil de reconstruir, es el hombre mismo». Hoy, como en el pasado, la Iglesia Católica desea ofrecer la aportación estimulante del mensaje evangélico para llevar a cabo semejante empresa. Ella ha recibido de la revelación divina el «sentido del hombre», de manera que cuando anuncia la salvación a todo ser humano y orienta su camino mediante los mandamientos del amor a Dios y al prójimo, contribuye al enriquecimiento de la dignidad del hombre. Los fieles de la Iglesia Católica en Benín están preparados para contribuir al desarrollo de su nación siguiendo a sus pastores y colaborando fraternalmente con los miembros de las demás confesiones religiosas y respetando las creencias de cada uno. Lo harán en el ámbito de la actividad en la que ya están presentes, como por ejemplo la educación o la asistencia sanitaria; o, más específicamente, poniendo en práctica la Doctrina Social de la Iglesia, porque a ello los compromete su propio bautismo.

Señor Embajador, permítame dirigirles ahora, por medio de usted, un saludo cordial y decirles que pido por ellos en mi oración. !Ojalá sigan participando con competencia en el progreso de la sociedad de Benín y se esfuercen por promover, conforme al espíritu del Evangelio, los grandes valores de la justicia, la fraternidad y la paz!

Le expreso mis mejores deseos de éxito en el cumplimiento de su misión, que comienza ahora y, al mismo tiempo, le aseguro que aquí encontrará siempre una acogida atenta y una comprensión cordial.

Invoco abundantes bendiciones divinas sobre Su Excelencia, sobre el Señor Presidente de la República y todo el pueblo de Benín.


*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española n.1 p.10.



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