DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DE LOS LEGIONARIOS DE CRISTO
Viernes 18 de diciembre de 1992
Amadísimos hermanos:
Antes de concluir vuestro Segundo Capítulo General Ordinario habéis querido tener este encuentro con el Papa, para reafirmar un punto clave del espíritu de los Legionarios de Cristo: la adhesión a esta Sede Apostólica como signo de vuestro amor a la Iglesia. Por mi parte, os recibo con mucho gusto y doy gracias a Dios por el carisma que anima vuestra consagración y apostolado. Ante todo, saludo cordialmente al Padre Marcial Maciel, fundador y superior general, a los miembros del Consejo y demás padres capitulares, así como a todos los miembros de vuestro Instituto.
No hace mucho habéis celebrado los cincuenta años de fundación. Desde los humildes inicios en la Ciudad de México, a través de diversas iniciativas y obras apostólicas, habéis extendido vuestra labor a otros muchos países, siempre con el afán de hacer conocer y amar a Cristo, y de extender su Reino en el corazón de los hombres, vuestros hermanos y hermanas. Dios Padre os ha bendecido con abundancia de vocaciones, a las cuales tratáis de dar una formación humana, doctrinal y espiritual de cara a los desafíos que se presentan a la Iglesia en la época actual. Con la vitalidad y alegría que os caracterizan, tenéis la posibilidad de contribuir –a través también del Movimiento Regnum Christi, que difunde vuestra espiritualidad entre los laicos, jóvenes y adultos– a la renovación cristiana de la sociedad según las exigencias del Evangelio, particularmente con la nueva evangelización, tan urgente en América Latina, en cuya cultura habéis nacido, y participando también en la gran misión ad gentes, que en tantas partes del mundo espera válidos refuerzos. No podéis dudar de la providencia amorosa de Dios sobre vuestras vidas y sobre la obra que representáis. Por lo cual estáis llamados a una generosidad siempre creciente, profundamente motivada por el amor a Cristo y a los hombres, amor que os compromete siempre que repetís vuestro lema: “Adveniat Regnum Tuum!”.
Extender el Reino de Cristo es ciertamente el gran ideal que ha inspirado los esfuerzos de la fundación de vuestro Instituto, y que ahora debe animar los proyectos que el Capítulo ha estudiado y aprobado para el futuro. Para vosotros, militantes de ese Reino, la fidelidad al propio carisma significa impregnar toda vuestra vida de los valores evangélicos. Significa hacer reinar en vuestros propios corazones la caridad y la justicia, el respeto de la persona humana, la apertura universal, la solidaridad hacia los mas necesitados, a través de iniciativas de servicio y de promoción humana. Cada uno tiene algo que aportar a la obra común, mediante la propia inserción en las diversas Comunidades eclesiales donde se desarrolla una labor apostólica, en estrecha armonía con los Pastores y en colaboración cordial y abnegada con todas las fuerzas vivas que el Espíritu va inspirando para la edificación de su Iglesia.
Al Capítulo ha correspondido buscar la aplicación de vuestro carisma específico, aprobado por la Iglesia en su momento. Esta fidelidad al propio carisma no puede ser estática, anclada en el pasado, sino que debe ser dinámica y capaz de adaptarse sucesivamente a los diversos ámbitos culturales y sociales a los que el Señor os llama a trabajar, como obreros a su mies. Por lo cual, vuestra labor en la Iglesia se debe realizar a través de la “militancia”, como misión apostólica, dinámica y ardiente con la que ha nacido vuestro Instituto.
Quiero alentaros a seguir impulsando la nueva evangelización por medio de las obras que con tanto fruto promovéis, principalmente la educación cristiana de niños y jóvenes, la formación y organización de juventudes misioneras, la promoción humana y cristiana de los grupos mas desamparados mediante la acción caritativa y evangelizadora de los empresarios y líderes de la sociedad, la promoción y defensa de la familia, la catequesis y los medios de comunicación social. En particular, habéis dado origen a una iniciativa prometedora como es el Colegio Internacional Maria Mater Ecclesiae, para ayudar a los Obispos, preparando futuros sacerdotes que puedan a su vez ser formadores en sus propios seminarios diocesanos. De este modo habéis respondido a una de las necesidades mas apremiantes de la Iglesia, tal como lo evidenció el último Sínodo de los Obispos sobre la formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales.
Por todo esto la Iglesia os contempla con gran esperanza. En efecto, mientras ella se enriquece con el ardor de vuestra entrega generosa, os exhorta a que en esta fase de vuestro desarrollo estéis atentos a la voz del Espíritu, que guía la Iglesia entera hacia los albores de un nuevo milenio cristiano, en circunstancias tan difíciles para la humanidad. Esto es apremiante, sobre todo cuando están implicadas la pureza de la fe, el vigor de la esperanza y la autenticidad del amor cristiano, a fin de testimoniar la presencia y cercanía de Dios en la vida de los hombres.
Por último, ya en la proximidad de las fiestas Navideñas, y como muestra de mi afecto por los miembros de vuestro Instituto, os encomiendo a todos a la Santísima Virgen, Madre del Verbo hecho hombre. Que Ella, humilde servidora y fiel discípula, os conforte e inspire en las grandes tareas que os proponéis para la extensión del Reino de su Hijo. A Usted, querido Padre Maciel, y a todos los Legionarios de Cristo imparto de corazón mi Bendición Apostólica.
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