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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO EJECUTIVO
DE LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL DEL TURISMO

Jueves 26 de noviembre de 1992

 

Señora Presidenta;
Señor Secretario General;
señoras y señores:

 

1. Me alegra acoger hoy al Consejo ejecutivo de la Organización mundial del turismo, después de haber sido tan amablemente recibido, hace diez años, en su sede central de Madrid. Este encuentro me ofrece la oportunidad de manifestaros la estima que siento hacia vuestro trabajo. La presencia de un observador permanente de la Santa Sede ante la Organización, así como las relaciones entabladas entre su Secretaria general y el Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, constituyen un signo y una prenda de esa estima.

2. Los documentos publicados al término de vuestras asambleas generales de Manila y Sofía, sin olvidar las recomendaciones de la Declaración de La Haya, manifiestan claramente la atención creciente que prestáis a las contribuciones que el turismo puede dar al desarrollo del hombre. Como lo exige el código del turismo, por el bien de las generaciones presentes y futuras, es necesario velar por la protección del entorno turístico, pues, en virtud de sus componentes humanos, naturales, sociales y culturales, forma parte de la herencia de todos los habitantes de un país. Si es verdad que el turismo, por su creciente importancia económica, puede representar un elemento motor del crecimiento de los pueblos, «el verdadero desarrollo, según las exigencias propias del ser humano... implica... una viva conciencia del valor de los derechos de todos y de cada uno a la utilización plena de los beneficios ofrecidos por la ciencia y la técnica» (Sollicitudo rei socialis, 33). Eso supone, especialmente en el caso de los países que están en vías de desarrollo, nuevos destinos de las vacaciones.

3. El turismo, que experimenta en nuestros días una gran expansión, no debería perder de vista su finalidad esencial: el hombre, el hombre más abierto al mundo, más capaz de acercarse a las otras tradiciones de sabiduría o de pensamiento religioso. Hablando del puesto central que ocupa el hombre en la actividad económica, escribí en la encíclica Centesimus annus: «No se trata solamente de elevar a todos los pueblos al nivel del que gozan hoy los países más ricos, sino de fundar sobre el trabajo solidario una vida más digna, hacer crecer efectivamente la dignidad y la creatividad de toda persona, su capacidad de responder a la propia vocación y, por tanto, a la llamada de Dios» (n. 29). La ventaja que representa el turismo para el hombre de hoy consiste precisamente en que le permite, por medio de una educación bien llevada, que «el viaje atento y respetuoso de unos y la hospitalidad abierta de otros se transformen de simples visitas en auténticas visitaciones» (Discurso al IV congreso de pastoral del turismo). Por eso, con acierto habéis puesto el tema de la educación en el orden del día de vuestro congreso: educación para los oficios del turismo, pero también educación para los viajes.

4. En este momento siento el deber de haceros participes de la preocupación de algunos obispos de Asia ante el hecho degradante del turismo sexual. Muchos jóvenes, chicos y chicas, son arrastrados por ese comercio, que los trata como simples objetos. Al igual que vosotros, escucho la voz de centenares de miles de niños, objetos de abusos y destruidos en su dignidad moral y física: piden que se les asegure de verdad la protección afirmada en los acuerdos internacionales y exigida por la conciencia humana.

5. También al igual que vosotros, espero que el turismo, correctamente dirigido, contribuya al desarrollo armonioso de las naciones y al descubrimiento de los dones que el Creador y Padre de todos ha sembrado abundantemente en el universo y en el corazón de los hombres de toda raza, lengua y cultura. Esos son los caminos de la paz.

Que el Dios de la concordia y de la paz os bendiga y os guarde, os asista en vuestros trabajos y os acompañe a diario.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.52 p.9.



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