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VIAJE APOSTÓLICO A JAMAICA, MÉXICO Y DENVER

CEREMONIA DE BIENVENIDA EN DENVER

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Jueves 12 de agosto de 1993

 

Señor presidente;
queridos amigos;
querido pueblo de Estados Unidos;
queridos jóvenes:

1. Aprecio mucho sus generosas palabras de bienvenida. La Jornada mundial de la juventud, que se celebra este año en Denver, me brinda la oportunidad de reunirme con usted y expresar una vez más al pueblo norteamericano mis sentimientos de profunda estima y amistad. Le agradezco a usted y a la señora Clinton el amable gesto de haber venido aquí personalmente, con su hija, a recibirme.

Aprovecho esta oportunidad para saludar a los demás representantes del Gobierno federal, del Estado de Colorado y de la ciudad de Denver presentes aquí, y para agradecer a todos los que han contribuido de un modo u otro a preparar esta visita. Doy las gracias a los obispos de Estados Unidos por su colaboración en la organización de esta octava Jornada mundial de la juventud y, en particular, a mons. Stafford, arzobispo de Denver, y a la Iglesia católica que está en Colorado por servir como anfitrión de este importante acontecimiento internacional.

Sé que los Estados Unidos están sufriendo mucho a causa de la reciente inundación del Medio Oeste. Me he sentido cerca del pueblo norteamericano en esta tragedia y he orado por las víctimas. Invoco la fuerza y la consolación de Dios todopoderoso sobre todos los que se han visto afectados por esa calamidad.

2. Siento una alegría especial al venir a Estados Unidos para la celebración de esta Jornada mundial de la juventud. Una nación, aún joven según los criterios históricos, acoge a los jóvenes venidos de todo el mundo para hacer una reflexión seria sobre el tema de la vida: la vida humana, don maravilloso de Dios a cada uno de nosotros, y la vida trascendente, que Jesucristo, nuestro Salvador, da a quienes creen en su nombre.

Vengo a Denver para escuchar a los jóvenes reunidos aquí, para experimentar su búsqueda inagotable de la vida. Cada Jornada mundial de la juventud ha sido una confirmación de la apertura de los jóvenes al significado de la vida como don recibido, don al que desean responder, luchando por un mundo mejor para sí mismos y para sus semejantes. Creo que podríamos interpretar correctamente sus aspiraciones más profundas, diciendo que piden que la sociedad —especialmente los líderes de las naciones y todos los que rigen el destino de los pueblos— los acepte como verdaderos colaboradores en la construcción de un mundo más humano, justo y compasivo. Piden que se les permita contribuir con sus ideas y energías a esa tarea.

3. El bienestar de los niños y jóvenes del mundo debe ser una gran preocupación de todos los que tienen responsabilidades públicas. En mis visitas pastorales a la Iglesia en todo el mundo me ha conmovido profundamente la situación casi general de dificultad en que los jóvenes crecen y viven. Soportan demasiados sufrimientos a causa de calamidades naturales, hambre, epidemias, crisis económicas y políticas, y atrocidades de las guerras. Y donde las condiciones materiales son al menos adecuadas, surgen otros obstáculos, entre ellos la pérdida de los valores y de la estabilidad de la familia. En los países desarrollados, una seria crisis moral ya está afectando a la vida de muchos jóvenes, dejándolos a la deriva, a menudo sin esperanza, e impulsándolos a buscar sólo una gratificación inmediata. A pesar de eso, en todas partes hay muchachos y muchachas preocupados por el mundo que los rodea, dispuestos a dar lo mejor de sí mismos al servicio de los demás, y muy sensibles al significado trascendente de la vida.

Pero ¿cómo podemos ayudarles? Sólo inculcándoles una elevada visión moral puede una sociedad garantizar que sus jóvenes tengan la posibilidad de madurar como seres humanos libres e inteligentes, dotados de un gran sentido de responsabilidad para el bien común y capaces de trabajar con los demás para crear una comunidad y una nación con un fuerte temple moral. Los Estados Unidos se construyeron con esa visión, y el pueblo norteamericano posee la inteligencia y la voluntad necesarias para hacer frente al desafío de volver a dedicarse con nuevo vigor a promover las verdades en las que se fundó este país y por las que creció. Esas verdades están contenidas en la Declaración de independencia, la Constitución y la Declaración de derechos, y aún hoy gozan de un amplio consenso entre los norteamericanos. Esas verdades fundan los valores que han impulsado a los pueblos de todo el mundo a mirar a los Estados Unidos con esperanza y respeto.

4. A todos los norteamericanos, sin excepción, les hago esta invitación: detengámonos y reflexionemos juntos (cf. Is 1, 18). Educar sin un sistema de valores basado en la verdad significa abandonar a la juventud a la confusión moral, a la inseguridad personal y a la manipulación fácil. Ningún país, ni siquiera el más poderoso, puede perdurar, si priva a sus hijos de ese bien esencial. El respeto a la dignidad y al valor de cada persona, la integridad y la responsabilidad, así como la comprensión, la compasión y la solidaridad para con los demás, sobreviven sólo si han sido transmitidos en las familias, las escuelas y los medios de comunicación social.

Los Estados Unidos tienen una fuerte tradición de respeto a la persona, la dignidad humana y los derechos humanos. Reconocí eso con mucho gusto durante mi visita anterior a este país en 1987, y quisiera repetir hoy la esperanza que expresé en esa ocasión: «América, eres hermosa de verdad, y bendecida de innumerables maneras... Pero tu mayor belleza y tu bendición más generosa está en la persona humana: en cada hombre, mujer y niño, en cada inmigrante, en cada nativo o nativa... La prueba definitiva de tu grandeza está en el modo en que tratas a cada ser humano, pero especialmente a los más débiles y a los más indefensos. Las mejores tradiciones de tu tierra presumen de respetar a quienes no pueden defenderse. Si quieres la misma justicia para todos, verdadera libertad y paz duradera, entonces, América, ¡defiende la vida! Todas las grandes causas que hoy defiendes tendrán sentido sólo en la medida en que garantices el derecho a la vida y protejas a la persona humana» (Discurso de despedida en Detroit, 19 de septiembre de 1987; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 8 de noviembre de 1987, p. 23).

5. Señor presidente: mi referencia a las verdades morales que fundan la vida de la nación no deja de tener importancia para la posición privilegiada que ocupan los Estados Unidos en la comunidad internacional. Frente a las tensiones y conflictos que numerosos pueblos han sufrido durante mucho tiempo —pienso, en particular, en la región medio-oriental y en algunos países de África— y en la nueva situación que se ha producido desde los acontecimientos de 1989 —especialmente ante los trágicos conflictos que están sucediéndose ahora en los Balcanes y el Cáucaso— la comunidad internacional debe crear estructuras más efectivas para mantener y promover la justicia y la paz. Esto implica que se debería fomentar un concepto de interés estratégico basado en el pleno desarrollo de los pueblos, que excluye la pobreza e incluye una existencia más digna, excluye la injusticia y la explotación e incluye el respeto más pleno de la persona humana y la defensa de los derechos humanos universales. Si las Naciones Unidas y los demás organismos internacionales, mediante la cooperación sabia y honrada de las naciones miembros, tienen éxito en la defensa efectiva de las poblaciones afectadas, ya sean víctimas del subdesarrollo, ya de conflictos o de violación masiva de los derechos humanos, entonces realmente hay esperanza para el futuro. Porque la paz es obra de la justicia.

6. La generosidad y la providencia de Dios han atribuido una gran responsabilidad al pueblo y al Gobierno de los Estados Unidos. Pero ese peso representa también la oportunidad de una verdadera grandeza. Junto con millones de personas en todo el mundo comparto la profunda esperanza de que en la actual situación internacional los Estados Unidos no ahorren esfuerzos para fomentar la libertad auténtica y favorecer los derechos humanos y la solidaridad.

Que Dios guíe esta nación y mantenga viva en ella —para las infinitas generaciones que han de venir— la llama de la libertad y la justicia para todos.

Dios os bendiga a todos. Dios bendiga a los Estados Unidos.

Estados Unidos, te expreso mi gratitud por haberme acogido con la lluvia.



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