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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE SUECIA ANTE LA SANTA SEDE
*

18 de marzo de 1993

 

Señor embajador:

Le recibo con alegría con ocasión de la presentación de las cartas, mediante las que su majestad Carlos Gustavo, rey de Suecia, lo acredita como embajador extraordinario y plenipotenciario del reino de Suecia ante la Santa Sede.

Tanto su presencia en la sede del Sucesor de Pedro como su estancia en la ciudad eterna ponen de relieve la importancia que las autoridades de su país y todos los suecos atribuyen a los estrechos vínculos diplomáticos que los unen a la Sede apostólica, así como la estima que sienten por sus actividades internacionales, en particular en las zonas del mundo en las que la paz y la justicia no se respetan todavía plenamente y, de manera especial, a nuestras puertas, donde los combates fratricidas que se libran son como una espina en la carne de los europeos.

Usted sabe, señor embajador, que en la vida internacional la Iglesia persigue sólo el objetivo de defender al hombre, su vida personal, su libertad espiritual y el buen entendimiento entre los pueblos, para que toda persona y toda comunidad humana puedan encontrar su lugar, afirmarse y beneficiarse de las riquezas y de las bellezas de la creación.

Las palabras que acaba de pronunciar, y que agradezco vivamente, testimonian el interés primordial que su nación tiene por la paz, el desarme, la solución pacifica de los conflictos, la tolerancia y la solidaridad entre los hombres que viven en un mismo territorio, entre las naciones del Este, que la historia reciente ha acercado y con las que deseáis establecer relaciones armoniosas y diversas formas de colaboración. La Santa Sede comparte profundamente estas mismas preocupaciones. El fin que persigue su país y los esfuerzos que ya despliega en el seno de la Conferencia para la seguridad y la cooperación en Europa lo han llevado a adherirse plenamente a las instituciones que surgen en Europa, procurando afianzar su unidad y fundarla en los valores humanos y espirituales.

En este momento en que empieza su misión, me complace recordar el acontecimiento ecuménico que vivimos en la basílica de San Pedro el 5 de octubre de 1991, con ocasión del sexto centenario de la canonización de santa Brígida. Esa fiesta me brindó la oportunidad inolvidable de orar ante la tumba del apóstol Pedro en comunión fraterna con obispos católicos y luteranos de su país, entre quienes se hallaba el primado de la Iglesia luterana de Suecia, el querido arzobispo BertiI Werkstrom. Espero, señor embajador, que Roma sea para usted, al igual que lo fue para su lejana compatriota Brígida, una segunda patria, a fin de que, como acaba de expresar, se refuercen las buenas relaciones entre el reino al que representa y la Santa Sede.

Después de años de reorganización social, a veces difícil, durante los cuales todos han tenido que hacer sacrificios para el bien de la colectividad, nuevos lazos de solidaridad han surgido entre los habitantes de su país, a fin de que cada uno pueda tener con justicia lo que necesita para vivir de modo libre y digno. Esto ha llevado a sus compatriotas a hacer opciones que los honran, con vistas a una distribución fraterna y más equitativa del trabajo y de las riquezas dentro de la comunidad nacional.

Conservo vivo el recuerdo de la visita pastoral que tuve la alegría de realizar a su país en 1989, y durante la cual pude constatar una vez más las cualidades de acogida y diálogo de los suecos, interesados en aceptar el pluralismo cultural y religioso. Siguiendo el ejemplo de santa Brígida, que trabajó en favor del acercamiento de las diversas confesiones religiosas, el servicio religioso en la catedral de Upsala testimonia que el Espíritu obra en el corazón de los hombres para acercar a los pueblos entre sí.

Por su parte, las autoridades de su país se interesan por que cada comunidad cristiana goce de libertad y disponga de los medios necesarios para su misión. Las relaciones fraternas y dinámicas entre católicos y luteranos, tanto en las parroquias como en los movimientos, permiten que crezcan la estima, la gratitud y el amor mutuos. Son el camino necesario hacia la unidad querida por Cristo, unidad a la que aspira un buen número de suecos. Estas relaciones dan, asimismo, frutos concretos en la colaboración entre el Gobierno y Caritas, con miras a ayudar a las personas más necesitadas del tercer mundo y a los refugiados que hallan en su tierra un lugar donde se puede vivir bien.

Estoy seguro de que usted proseguirá la tarea emprendida por sus predecesores y la desarrollará aún más. Sepa que, para cumplir bien la misión que se le ha confiado, puede contar con la acogida y la ayuda solícita de mis colaboradores.

Le ruego transmita a sus majestades el rey Carlos Gustavo y la reina Silvia, a quienes ya tuve la alegría de recibir en este mismo palacio el 3 de mayo de 1991, mis saludos deferentes, y les asegure mis mejores deseos para su persona, su familia y todos sus compatriotas.

Invoco la bendición de Dios sobre usted, sus seres queridos, sus colaboradores y todos los suecos, por intercesión de santa Brígida, de quien todos siguen siendo muy devotos.


*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española n.15 p.10 (p.190).



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