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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PEREGRINOS ESPAÑOLES QUE PARTICIPARON
EN LA CEREMONIA DE BEATIFICACIÓN
DE DOS MIEMBROS DE LA INSTITUCIÓN TERESIANA


Lunes 11 de octubre de 1993

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. En esta gozosa circunstancia deseo saludar cordialmente al numeroso grupo de peregrinos de lengua española, de modo especial a vosotras, miembros de la Institución Teresiana, que habéis asistido a la solemne Beatificación de Don Pedro Poveda Castroverde, vuestro fundador, y de Victoria Díez y Bustos de Molina, de la misma Institución, que derramaron su sangre por la fe.

Ayer ha sido propuesto al culto público de la Iglesia ese gran apóstol y sacerdote, cuya espiritualidad tenía como centro el misterio de la Encarnación, especialmente Cristo crucificado, hasta el punto de pedir a sus seguidores que fueran “Crucifijos vivientes”, basando en ello su programa de “formación seria” y “virtudes sólidas”, que exigía a quienes debían ser “tan singulares en lo interior como comunes en lo exterior” (Pedro Poveda Castroverde, Escritos espirituales).

Un aspecto esencial de su acción evangelizadora fue la enseñanza, fundamentada en la antropología derivada de la Encarnación. En el Evangelio encontraba él los medios para ayudar al crecimiento de la persona humana y responder, al mismo tiempo, a las necesidades de la sociedad en cada época de la historia.

2. La joven mártir, Victoria Díez y Bustos de Molina, es un primer fruto de santidad de la Institución Teresiana, en la cual realizó su vocación de entrega a Dios. Con una profunda vida interior y dedicada al apostolado, llegó a hacerse toda para todos. Desempeñó su profesión de maestra como una misión, favoreciendo la formación humana y cristiana de las personas a todos los niveles. Viviendo su fe en la realidad cotidiana, puso de manifiesto lo peculiar de la vocación laical, de la que hablaría más tarde el Concilio Vaticano II: “A modo de fermento, contribuyan (los laicos) a la santificación del mundo, y de esta manera, irradiando fe, esperanza y amor, sobre todo con el testimonio de su vida, muestren a Cristo a los demás” (Lumen gentium, 31).

El ejemplo de estos dos Beatos mártires debe alentar a todos los miembros de la Institución Teresiana, presentes en tantos países, a seguir trabajando de manera abnegada en la promoción religiosa y cultural de todas las clases sociales. Sobre vosotras y sobre cuantos vivís la espiritualidad de esa Institución, imploro la constante protección de los nuevos Beatos, a la vez que os imparto con afecto la Bendición Apostólica.



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