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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA CONFEDERACIÓN ITALIANA DE EX ALUMNOS
DE LA ESCUELA CATÓLICA (CONFEDEREX)


Sábado 26 de febrero de 1994

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra encontrarme con vosotros hoy y a cada uno le doy mi cordial bienvenida. Saludo en particular a la profesora Liliana Beriozza Ripamonti y al padre Umberto Ceroni, respectivamente presidente y asistente nacionales de vuestra confederación, que reúne a las asociaciones de ex alumnos y ex alumnas de la escuela católica.

Con ocasión del cuadragésimo aniversario de la fundación de vuestra asociación, habéis querido reuniros en un congreso para reflexionar en vuestra misión de testigos de los valores cristianos ante las necesidades más urgentes de la sociedad. Se trata de una tarea que se manifiesta también gracias al espíritu que anima a vuestra organización: no sólo espíritu de organización, sino también y sobre todo espíritu comunitario, abierto a la colaboración mutua, y dispuesto a enriquecerse con múltiples experiencias e iniciativas.

2. Desde luego, son numerosas las urgencias del mundo actual, que exigen de los creyentes una constante atención y un intenso esfuerzo apostólico. Con todo, hoy destaca una con mayor claridad y prioridad: se trata de la defensa y el apoyo que es preciso brindar a la comunidad familiar y a su insustituible carácter educativo.

Por ese motivo, en este Año de la familia, y pocos días después de la publicación de mi Carta a las familias, deseo subrayar una vez más el importante papel religioso, social y formativo que desempeña la familia. Precisamente por esto escribí que la familia «es el primero y el más importante» de los caminos de la Iglesia, la cual «considera el servicio a la familia una de sus tareas esenciales» (n. 2).

Con gran oportunidad, por tanto, el Estatuto que regula vuestra confederación subraya entre sus fines institucionales «la afirmación de los principios religiosos y morales de la familia... para un compromiso social de evangelización y promoción humana» (Estatuto, 3 c).

Además, como ex alumnos y ex alumnas, y ahora como educadores y padres, habéis experimentado y comprendéis muy bien el papel decisivo que desempeña la educación familiar y escolar en el crecimiento de la persona y os proponéis promoverla.

Educar no es simplemente instruir; es participar y hacer participar en la verdad y en el amor, «engendrar» en sentido espiritual (cf. Carta a las familias, 16), hacer crecer en el orden del ser.

Como discípulos de Cristo maestro, no podemos quedar indiferentes ante esa misión esencial, sea que la desempeñemos directamente, sea que nos convirtamos en sus promotores colaborando solícitamente en ella con los padres, que son «los primeros y principales educadores de sus propios hijos, y en este campo tienen incluso una competencia fundamental: son educadores por ser padres» (cf. Carta a las familias, 16).

3. Se trata de una tarea que no es exclusiva de ellos, ya que, como recordé en la Carta a las familias, los padres «comparten su misión educativa con otras personas e instituciones, como la Iglesia y el Estado». Pero añadía que eso «debe hacerse siempre aplicando correctamente el principio de subsidiariedad», en virtud del cual la ayuda ofrecida a los padres «encuentra su límite intrínseco e insuperable en su derecho prevalente y en sus posibilidades efectivas». Así pues, una de las consecuencias de la correcta aplicación del principio de subsidiariedad es que «cualquier otro colaborador en el proceso educativo debe actuar en nombre de los padres, con su consentimiento y, en cierto modo, incluso por encargo suyo» (cf. Carta a las familias, 16).

En esa perspectiva se colocan, por tanto, las actividades de vuestra asociación encaminadas a apoyar la misión formativa de los padres y de los mismos profesores. En efecto, la escuela católica está llamada a ser una comunidad viva dentro de la cual se transmitan los valores de fidelidad a Cristo, verdad del hombre, que pueden dar esperanza y sentido a la vida humana.

Amadísimos hermanos, a la vez que os agradezco el bien que realizáis con tanta generosidad, os deseo que todos vosotros prosigáis cada vez con mayor entusiasmo, disponibilidad y generosidad, el camino emprendido al servicio de las familias, de la escuela y de la sociedad. Con ese fin invoco la ayuda de Dios y la intercesión de María, Sede de la sabiduría, mientras con gusto imparto de corazón a cada uno de vosotros, y a vuestras familias, la propiciadora bendición apostólica.



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