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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE BOSNIA-HERZEGOVINA
*

Jueves 8 de septiembre de 1994

 

Señor Presidente,
autoridades civiles y religiosas,
hermanos y hermanas
:

1. Desde hacía mucho tiempo deseaba realizar este viaje para ver con mis propios ojos la aflicción de esta ciudad, compartir vuestro dolor, elevar con vosotros la mirada hacia el cielo e implorar al Dios de la vida y de la paz.

Durante estos largos e interminables años de guerra, Sarajevo ha estado verdaderamente en el centro de mi corazón. Estuve presente aquí, espiritualmente, junto con mis hermanos de diferentes confesiones cristianas y creyentes de otras religiones, durante la Jornada de oración que se celebró en Asís el 9 y el 10 de enero de 1993. Aquí vine en peregrinación espiritual el 23 de enero pasado, durante la Santa Misa celebrada en la Basílica de San Pedro por la paz en los Balcanes. He pensado continuamente en vosotros en las repetidas ocasiones en que lancé llamamientos apremiantes para una rápida pacificación.

Sólo ahora el Señor ha acogido mi deseo de estar también físicamente en medio de vosotros, para compartir de cerca vuestras esperanzas y vuestras lágrimas. Por desgracia, se trata de una visita muy breve, pero espero ardientemente que marque el comienzo de una nueva aurora de paz y concordia para este amado y martirizado País.

2. Gracias, Señor Presidente, por su amable acogida. Al dirigirle mi saludo cordial, que extiendo con deferencia a las autoridades presentes y a cuantos han colaborado para hacer posible esta visita, tengo ante mis ojos a los ciudadanos de Sarajevo y de toda Bosnia-Herzegovina: bosnios musulmanes, serbios y croatas, así como miembros de minorías nacionales. Deseo estrechar a todos en un único abrazo. Pienso con afecto en la amada comunidad católica; en los hermanos de la venerable Iglesia Ortodoxa; en la numerosa comunidad islámica; en la pequeña y querida comunidad judía, dispersa una vez más. Todas han sido víctimas de las acciones violentas de un nacionalismo insensible ante los valores de la convivencia pacífica entre los pueblos.

Pienso con gratitud y admiración en las organizaciones religiosas y humanitarias, en particular en las de las Naciones Unidas, y en las numerosas personas que han brindado su solidaridad concreta, de muchos modos y con diversos medios, sin preocuparse por los peligros y, a veces, hasta afrontando la muerte para que otros pudieran vivir.

Participo en el dolor de cuantos lloran la pérdida de sus seres queridos, especialmente de hijos e hijas jóvenes, truncados por los horrores de una guerra que no perdona nada ni a nadie.

He venido como mensajero de concordia y paz, impulsado solamente por el deseo de estar al lado de las víctimas del atropello y la violencia, para repetir una vez más: «¡No estáis abandonados; estamos con vosotros, y seguiremos estando con vosotros!».

Mi visita quiere ser una peregrinación de paz a una región afectada por muchos sufrimientos e injusticias; una región en la que han muerto miles de personas, y en la que los heridos y los prófugos son innumerables a causa de una violencia absurda y ciega. ¡No, esta guerra no puede ni debe seguir!

3. Esta ciudad de Sarajevo, encrucijada de tensiones entre culturas y naciones diversas, puede considerase la ciudad de nuestro siglo. En efecto, precisamente aquí comenzó la Primera Guerra Mundial, en 1914. Y nos ha tocado venir aquí, al final de este siglo: en 1994. Pero ¿qué ha sucedido en Europa durante estos ochenta años? Muchas cosas. Ante todo, cayeron las grandes potencias construidas durante el siglo pasado. El año 1918 significó el comienzo de la independencia para muchos países de Europa Central. Esa Europa duró veinte años. Las nuevas potencias vinieron a ocupar el lugar de las antiguas: en el Oeste, el régimen Nazi; en el Este, el Comunista de la Unión Soviética. Dos potencias, dos sistemas enemigos, pero dispuestos a ponerse de acuerdo para realizar programas imperialistas.

El fin de la guerra, en 1945, marcó la derrota del Nazismo alemán. La frontera del Comunismo victorioso se corrió entonces hacia el Oeste. De este lado del telón de acero, en el Oeste, la comunidad europea comenzaba a dar sus primeros pasos. En el Este, por el contrario, las naciones se vieron obligadas a librar una dura batalla para defender su identidad y su independencia política.

Momento de importancia histórica en esa batalla fue el año 1989, que marcó el fin del imperio comunista, pero también el comienzo de las tensiones y, después, de la terrible guerra en los Balcanes entre los pueblos de la ex-Yugoslavia. Es un nuevo desafío para todos, dado que en el conflicto balcánico están implicados católicos, ortodoxos y musulmanes: se trata de creyentes que confían en la fuerza de la oración y que tienen en común una misma preocupación.

4. ¿Qué preocupación? Volvamos con el pensamiento al año 1945. Una vez que salieron de la Segunda Guerra Mundial, las naciones que habían sufrido atrocidades indecibles cayeron en la cuenta de una necesidad urgente: aliarse contra la guerra. Uno de los primeros pasos en el camino hacia la paz fue la Declaración Universal de los Derechos del hombre. La guerra está contra el hombre. Si se quiere evitar la guerra, es necesario garantizar el respeto a los Derechos fundamentales de la persona humana, entre los cuales ocupa el primer lugar el derecho a la vida, que todo hombre tiene desde su concepción hasta su muerte natural. Hay, además, otros derechos, como el de la libertad religiosa y el de la libertad de conciencia, que definen los principios de la convivencia de los hombres en la dimensión espiritual. El concilio Vaticano II les dedicó una declaración especial: la Dignitatis humanae.

Además, la convivencia de las personas y de los pueblos se basa en los Derechos de las naciones. Al igual que cada persona, también cada pueblo tiene derecho a la existencia y al desarrollo, según los recursos culturales de las naciones. De ellos se sirven las familias que, educando a sus hijos, transmiten a las futuras generaciones los bienes de la cultura de la propia patria. Varias veces me he referido a este tema, particularmente en mi discurso a la UNESCO, durante mi visita de 1980 (cf. L’Osservatore Romano, edición en Lengua española, 15 de junio de 1980, pág. 11).

Así nace, se construye y se defiende la paz, respetando los derechos de las personas y de las naciones.

5. Por eso, la paz es una gran tarea, confiada al esfuerzo de todos. Desde luego, mucho depende de quienes tienen responsabilidades públicas, ya sea en el ámbito de las partes en conflicto, ya sea en el de los organismos internacionales. ¡Cómo no impulsar los nuevos esfuerzos de la comunidad internacional a favor de la paz en Bosnia-Herzegovina! Es necesario que esos esfuerzos prosigan coherentemente, ateniéndose a los principios sancionados por el Derecho Internacional y reafirmados por las numerosas resoluciones tomadas a ese respecto.

Sin embargo, es evidente que, en gran parte, el destino de la paz no se confía sólo a las fórmulas institucionales que, de todos modos, han de establecerse eficientemente mediante el diálogo sincero y el respeto a la justicia; el destino de la paz depende, sobre todo, de la recobrada solidaridad de los ánimos. Y ésta supone, en el trasfondo de tanta sangre y de tanto odio, la valentía del perdón. Es preciso saber pedir perdón y perdonar.

Esto no quiere decir que la justicia humana tenga que dejar de condenar los crímenes – algo que, por el contrario, es necesario y debido –; pero la justicia ha de mantenerse alejada de todo instinto ciego de venganza, dejándose guiar, mejor, por el profundo sentido del bien común, que tiende a recuperar al que se equivoca.

6. Sólo ese horizonte espiritual puede constituir un terreno propicio para la paz y favorecer el éxito de las negociaciones en curso. Las propuestas y los contactos de estos últimos tiempos, tan loables en su intento de poner fin al conflicto, no han logrado el acuerdo necesario para alcanzar la meta anhelada. Es necesario que esos contactos prosigan y se intensifiquen. Ya no se puede ignorar la imploración de cuantos hombres, mujeres, jóvenes, ancianos y niños esperan con ansia que se ponga fin al enfrentamiento y se haga posible el encuentro.

Por eso, quisiera repetir aquí lo que dije al comienzo de este año: «Lo que se ha obtenido o se ha eliminado con la fuerza no honra jamás al hombre o la causa que quiere promover» (Discurso al Cuerpo Diplomático, 15 de enero de 1994; L’Osservatore Romano, edición en Lengua española, 21 de enero de 1994, pág. 18).

El método del diálogo, que, a pesar de las resistencias, va afirmándose, requiere lealtad, perseverancia y magnanimidad en cuantos participan en él. Sólo basándose en estos principios se podrán resolver los desacuerdos y las divergencias existentes, y habrá lugar para la esperanza concreta en un futuro más digno para todas las poblaciones que conviven en este territorio.

7. Le confío a usted, Señor Presidente, estas consideraciones, que quieren reafirmar la esperanza en un futuro más sereno para todos los habitantes de este amado País. Desde luego, en las condiciones en las que se encuentra la ciudad de Sarajevo, y, como ella, otras muchas ciudades y aldeas, la esperanza podría parecer un espejismo o una evasión de la dura realidad diaria. Con todo, hay que tener esperanza, confiando en Dios, que no nos abandona.

Anhelo vivamente que, cuando termine finalmente el tiempo de la tribulación y de la división, comience enseguida la era de la tolerancia, de la concordia y de la recobrada solidaridad entre pueblos hermanos.

Como recordé en otra ocasión: «la guerra no es una fatalidad; ¡la paz es posible! Es posible porque el hombre tiene una conciencia y un corazón. Es posible por que Dios nos ama a cada uno, tal como somos, para transformamos y hacernos crecer» (Discurso al Cuerpo Diplomático, 15 de enero de 1994; L’Osservatore Romano, edición en Lengua española, 21 de enero de 1994, pág. 18).

Quiera Dios, Creador y Señor de todo hombre, consolar a todos, reforzando en los ánimos los deseos de diálogo, de acuerdo y de esfuerzo común en favor de la paz y la reconstrucción. Señor Presidente, ésta es la oración que elevo al Omnipotente, invocando su bendición sobre toda Bosnia-Herzegovina y, especialmente, sobre las personas en las que las huellas de la guerra son más profundas y visibles y anhelan más ardientemente la paz.


*Texto preparado para la visita a Sarajevo que fue aplazada por motivos de seguridad. L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.37, p. 7, 8.



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