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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UN CURSO ORGANIZADO
POR EL COLEGIO DE DEFENSA DE LA OTAN
*


Viernes 2 de junio de 1995

 

Señor general;
señoras y señores:

Hace cincuenta años cesaban las hostilidades de la segunda guerra mundial en Europa. Las celebraciones de dicho suceso han sido una ocasión para meditar en las causas y en los efectos de ese conflicto. Sin embargo, no han podido realizarse en un clima pacífico, como deseaban todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Aún hoy, en el continente europeo, algunos pueblos se hacen la guerra, y personas inocentes son víctimas no sólo en su cuerpo a causa de las armas, sino también en su corazón debido al odio y a la violencia.

Vosotros, diplomáticos y militares procedentes de numerosos países miembros de la Organización para la seguridad y la cooperación en Europa, habéis venido a Roma para perfeccionar vuestra cualificación profesional y para que vuestros respectivos pueblos, gracias a vosotros, puedan conocerse y apreciarse más, en la perspectiva de vuestra misión esencial, que es la de construir la paz.

Ciertamente, en esta tarea el diplomático y el militar tienen funciones diferentes pero un mismo objetivo: crear una sociedad más humana, más justa y, por tanto, más pacífica. En sus esfuerzos por lograrlo, afrontan las exigencias de sus responsabilidades, que no se limitan a la defensa de los intereses legítimos de sus naciones, sino que hacen de ellas constructoras de una comunidad internacional digna de la persona humana.

Una sociedad internacional justa se basa en la conciencia moral de quienes son sus responsables en todos los niveles. Permitidme recordaros que vuestra conciencia no puede evadirse ante la verdad, ni eludir su responsabilidad personal ante Dios y ante la historia. Como sabéis, las causas que condujeron a la segunda guerra mundial no fueron sólo cuestiones de intereses nacionales o estratégicos, sino que hubo también un oscurecimiento de la conciencia moral, que fue incapaz de reconocer y respetar a su semejante en cada persona humana, cuya dignidad fundamental es la de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por eso, hoy, como en el pasado, para que el continente europeo recupere la paz es indispensable que las conciencias se despierten, a fin de que cada uno asuma sus responsabilidades, tornando como base principios como el respeto a los demás, la protección del pobre y del necesitado, la defensa de la vida, la solidaridad, la generosidad y la magnanimidad. Para el cristiano, todo esto se resume en el mandamiento del amor al prójimo.

Que Dios os acompañe a vosotros y a vuestras familias, y bendiga vuestros esfuerzos.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 25, p.5.



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