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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA EMBAJADORA DE COSTA RICA ANTE LA SANTA SEDE*


Jueves 12 diciembre de 1996

 

Señora Embajadora:

Me complace recibirle en este solemne acto en el que me presenta las Cartas Credenciales que la acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Costa Rica ante la Santa Sede, y le agradezco sinceramente las palabras que ha tenido a bien dirigirme, las cuales manifiestan las buenas relaciones que existen entre esta Sede Apostólica y esa noble Nación centroamericana, cuyos habitantes, como Usted ha señalado en sus palabras, a la vez que conservan en sus tradiciones profundos valores humanos, tienen en la religión católica una guía moral, lo cual repercute positivamente en la vida de la sociedad costarricense.

Agradezco asimismo el amable saludo de parte del Señor Presidente de la República, Ingeniero José María Figueres Olsen, que tuvo la amabilidad de visitarme el pasado mes de marzo, poniendo así de relieve sus sentimientos personales y el deseo de acrecentar la cooperación entre la Iglesia y el Estado para la consecución del bien común.

A ello correspondo reconocido rogándole que se haga intérprete ante el Primer Mandatario del país de mis mejores votos por su alta y delicada misión.

2. Costa Rica, que tuve la dicha de visitar en marzo de 1983 y cuyo recuerdo tengo siempre vivo, tiene una inmensa riqueza en los «profundos valores humanos, morales y religiosos que han construido y sostienen este país» (Discurso durante la ceremonia de despedida de Costa Rica, 6 de marzo de 1983). Esto me lleva a renovar mi deseo de que estos valores « sean conservados y consolidados, porque así se podrá mirar con esperanza y optimismo hacia el futuro» (Ibíd.).

Uno de esos valores, como ha recordado Usted, es su larga tradición de democracia, destacando cómo a lo largo de su andadura, los gobernantes de su país han tenido como meta la defensa del sistema democrático.

La Iglesia, que pone todo su empeño en promocionar cuanto pueda favorecer la defensa de la dignidad y progresivo perfeccionamiento del ser humano, que «es el primer camino que ella debe recorrer en el cumplimiento de su misión» (Redemptoris hominis, 14), promueve el valor de la democracia entendida como gestión participativa del Estado, a través de órganos específicos de representación y control, al servicio del bien común. Pero hay que tener presente que una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia (cf. Centesimus annus, 46)

En efecto, el respeto de los valores absolutos y de los derechos inalienables de cada persona, que no dependen de un orden jurídico establecido ni del consentimiento popular, requiere que el sistema democrático tenga siempre una base ética, pues como tuve oportunidad de escribir en mi Encíclica Evangelium Vitae «para el futuro de la sociedad y el desarrollo de una sana democracia, urge descubrir de nuevo la existencia de valores humanos y morales esenciales y originarios, que derivan de la verdad misma del ser humano y expresan y tutelan la dignidad de la persona. Son valores, por tanto, que ningún individuo, ninguna mayoría y ningún Estado pueden nunca crear, modificar o destruir, sino que deben sólo reconocer, respetar y promover» (Evangelium Vitae, 71).

3. Costa Rica tiene un papel activo y altamente apreciado en el conjunto de las naciones. Pasados los tiempos de los regímenes absolutistas, de las confrontaciones ideológicas y de las guerras civiles que azotaron al Istmo centroamericano por varias décadas, se han afianzado sistemas de democracia participativa, A este respecto, la Iglesia no se ha quedado al margen del proceso de reconciliación y democratización, y quiere seguir ofreciendo su apoyo y colaboración para que los valores como la justicia y la solidaridad estén siempre presentes en la vida de las Naciones de esa zona.

La Santa Sede ve con aprecio e interés el afán con que el Gobierno de su país está comprometido en el proceso de integración centroamericana. En un contexto de agrupaciones político-económicas cada vez más fuertes, cobra vigor la necesidad de una mayor solidaridad entre los países del Istmo, que, pese a sus diferencias culturales y sociales, están llamados a emprender una lucha común contra la pobreza, el desempleo, el narcotráfico y demás males que ponen en peligro su estabilidad y bienestar.

Costa Rica, que se distingue por su tradicional espíritu de apertura y respeto, está llamada a contribuir en buena medida para que estos ideales de integración y solidaridad regional se consoliden en beneficio de todos. Atención especial merece la situación de los inmigrantes llegados al país en búsqueda de pan, cobijo y trabajo. Es bien conocido el profundo sentido de hospitalidad del pueblo costarricense y el esfuerzo notable que las Autoridades están haciendo para regularizar la situación de estos emigrantes, de modo que se integren en la vida nacional.

4. Por otra parte, la sociedad costarricense está viviendo un momento de grandes transformaciones y profundos reajustes en los diferentes ámbitos. Su Gobierno está comprometido en la promoción del desarrollo económico y social, al que se ha de añadir el compromiso ecológico, que ha penetrado hondamente en el alma de los costarricenses, para evitar que un desarrollo incontrolado deteriore las bellezas naturales con que el Divino Creador ha dotado a su tierra. El potencial humano que es la juventud de la mayoría de la población, el rico patrimonio cívico, histórico y cultural, los logros alcanzados en el campo de la salud y la educación, no deben hacer olvidar que existen también motivos de preocupación como son, entre otros, la difícil situación económica, el desempleo, la deuda pública tanto interna como externa. A ello, en los últimos tiempos, se han unido los desastres naturales, como el huracán «César», que han sembrado muerte y destrucción, ante los cuales me consta que los fieles católicos, acogiendo el llamado de sus Obispos, se movilizaron con prontitud y mucha generosidad para socorrer a los damnificados.

Ante esos males, es necesario que todos los ciudadanos se comprometan, promoviendo el bien común mediante un trabajo serio y honrado, con renovado sentido de amor a la Patria y anteponiendo los intereses de la colectividad a los personales o de grupo. Si bien los ciudadanos tienen derecho a acceder a los servicios y al bienestar que necesitan, la Patria asimismo exige a todos que contribuyan a la paz y al desarrollo colectivo. En esta tarea la Iglesia colabora, desde el ámbito espiritual y moral, para formar las conciencias y crear una mentalidad positiva de responsabilidad, respeto y solidaridad.

A este respecto, resulta de primaria importancia salvaguardar y fortalecer la institución familiar. No cabe duda de que muchos males sociales tienen su origen en la desintegración familiar, por lo que se impone educar a las nuevas generaciones en el sentido del amor verdadero, de la entrega total e indisoluble a través del matrimonio, lo cual permita superar los momentos de incomprensión y desconfianza, de modo que cada hogar costarricense sea un lugar de amor y de paz, y una verdadera escuela de humanidad.

5. Señora Embajadora, antes de concluir este encuentro deseo expresarle mis mejores deseos, para que la misión que hoy inicia sea fecunda en frutos y éxitos. Le ruego, de nuevo, que se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante el Señor Presidente de la República, así como ante las demás Autoridades de su país, mientras que, peregrinando espiritualmente hasta el Santuario de Cartago, imploro de la Reina de los Ángeles, Madre de todos los costarricenses, la bendición de Dios sobre todos los amadísimos hijos de su noble Nación.


*Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. XIX, 2 p.966-970.

L'Osservatore Romano 13.12. 1996 pp.5, 10.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.50, pp.13, 14 (pp.645, 646).



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