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VIAJE APOSTÓLICO A GUATEMALA,
NICARAGUA, EL SALVADOR Y VENEZUELA

CEREMONIA DE DESPEDIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Aeropuerto internacional «Simón Bolívar» de Maiquetía
Domingo 11 de febrero de 1996

 

Señor Presidente,
queridos hermanos en el episcopado,
excelentísimas autoridades,
amados hermanos y hermanas de Venezuela:

1. Ha llegado el momento de deciros adiós, después de haber pasado dos días en medio de vosotros como peregrino de esperanza. Han sido momentos de alegría espiritual y de encuentros
llenos de afecto mutuo, que me han llenado de gozo y de confianza en el futuro de la Iglesia en Venezuela y de la vida de esta comunidad nacional.

Por eso, mi primera palabra quiere ser de gratitud al Señor Presidente de la República por los gestos tan deferentes hacia mi persona. Esta gratitud se extiende también a las diversas Autoridades que han cuidado con tanta diligencia los aspectos que han hecho posible la realización de los diferentes actos. De modo especial quedo muy reconocido a mis Hermanos Obispos: al Señor Cardenal José Alí Lebrún, al Arzobispo de Caracas, al Presidente y a los miembros de la Conferencia Episcopal, que han preparado de forma esmerada mi Visita Apostólica. Expreso asimismo mi sincero agradecimiento a los sacerdotes, personas consagradas y laicos, por la acogida que me han dispensado, y de forma particular a quienes con ilusión y tesón han dedicado numerosos esfuerzos para llevar a cabo esta Visita.

2. Aunque en esta ocasión mi estancia se ha limitado a Guanare y Caracas, sin embargo he tenido presentes a todos los hijos de esta nación. Desde mí primer encuentro con los recluidos en el Retén de Catia hasta el que he tenido hace pocos momentos con los jóvenes en el Estadio Olímpico de la Ciudad Universitaria, he sentido vuestra sincera acogida, experimentando que lleváis al Papa en el corazón, como yo os llevo a todos en el mío. En Guanare he comprobado la honda devoción mariana, expresada en el amor a la Virgen de Coromoto, tan arraigada en la vida de los venezolanos. En Caracas os he visto comprometidos de forma seria y decidida en la evangelización, que siendo siempre necesaria, lo es aún más ante los actuales y apremiantes desafíos. En los encuentros con los responsables de los diversos sectores de la vida nacional y con los jóvenes, he podido constatar el inmenso potencial humano de la Nación.

Por todo ello, me voy con la esperanza de que Venezuela, con la ayuda de Dios y el esfuerzo incansable de sus hijos, tiene por delante un futuro mejor. Dentro de unos años se celebrará el V Centenario de la llegada de la fe, cuya conmemoración la Iglesia prepara con diversos programas pastorales que, llevados a cabo con ilusión y eficacia, serán una importante y hermosa contribución a la vida del País. Por eso, os invito a comprometeros en ellos, favoreciendo así la construcción de una sociedad cada vez más justa, solidaria y fraterna. Os aliento a un renovado empeño en la vivencia y testimonio de vuestra fe, haciendo de los valores cristianos y éticos, que han configurado vuestro ser como Nación, un factor de cohesión social, de progreso y de paz.

¡Que Dios bendiga a Venezuela! ¡Que Dios bendiga a todos los hijos e hijas de este noble Pueblo!

¡Alabado sea Jesucristo!

 



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