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VIAJE APOSTÓLICO A SARAJEVO

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA COMUNIDAD ORTODOXA

Arzobispado de Sarajevo, domingo 13 de abril de 1997

 

Excelentísimo metropolita de Dabar-Bosnia, monseñor Nikolaj;
queridos hermanos en Cristo:

1. Doy gracias a la divina Providencia, que me ha permitido encontrarme con vosotros durante esta visita a Sarajevo. Saludo «con el beso santo» (Rm 16, 16) de la paz y de la caridad del Señor Jesús a todos los serbo- ortodoxos de Bosnia-Herzegovina, por quienes siento un profundo respeto.

Mi saludo cordial va, ante todo, a usted, excelentísimo metropolita Nikolaj, y se extiende también a todos los que le ayudan en el ministerio de gobernar, santificar y guiar a los fieles de la Iglesia ortodoxa serbia.

Mi pensamiento deferente y mi saludo fraterno se dirigen a Su Beatitud, el patriarca Pavle, y a los pastores de vuestras comunidades, que guían espiritualmente esta porción del pueblo de Dios en Bosnia-Herzegovina, anunciando el Evangelio y celebrando los misterios divinos.

2. La gracia divina nos une en la fe en Dios uno y trino, que se reveló en Cristo, y nos asocia en la estima y el amor a las sagradas Escrituras, que constituyen las raíces comunes de la doctrina que predicaron los Padres y que ya enunciaron los primeros concilios ecuménicos. Estamos llamados a ser heraldos de esta doctrina, siguiendo las huellas de los Apóstoles, a quienes se encomendó el ministerio de la reconciliación (cf. 2 Co 5, 18).

Es una tarea que, en el marco de las dificultades actuales, nos impulsa a aunar esfuerzos para ofrecer a nuestros contemporáneos, atraídos con frecuencia por los halagos del mundo, la única Palabra que verdaderamente cura y la gracia que infunde esperanza. Después de los años de la tristísima guerra fratricida, ya en la aurora de un nuevo milenio cristiano, todos sentimos la urgencia de una reconciliación real entre católicos y ortodoxos, de modo que, con un corazón nuevo y un espíritu nuevo, podamos reanudar el camino de un seguimiento cada vez más perfecto de Cristo, sumo sacerdote y único pastor de su grey. Perdonemos y pidamos perdón: este es el comienzo para suscitar nueva confianza y nuevas relaciones entre cuantos reconocen en el Hijo de Dios al único Salvador de la humanidad.

3. El patrimonio que nos une, don vivo del Espíritu Santo, es mucho más grande de lo que nos separa todavía, impidiéndonos proclamar en total sintonía nuestra fe. La unidad de todos los cristianos es don del Señor, y lo imploramos constantemente en la oración.

Cristo resucitado vive con nosotros, camina con su Iglesia, suscita constantemente discípulos, y otorga abundantemente su perdón que sana y su gracia que vivifica. Por tanto, la voluntad del Maestro nos compromete a esforzarnos juntos para evangelizar a todo hombre. Juntos nos sentimos animados por el deseo de que la fe crezca y de que brote de ella la paz entre todos los pueblos de Bosnia-Herzegovina.

Todos somos conscientes de que el mundo no puede dar la paz. Por esta razón, nos dirigimos a Cristo y escuchamos una vez más su voz: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 14, 27).

4. El compromiso de realizar la paz nos hermana aún más en nuestro testimonio común del Señor de la historia. También esta es la oración que hoy elevamos juntos a él, uniéndonos espiritualmente a todas nuestras comunidades.

Todos somos hijos de un testimonio de amor, el de Dios que «tanto amó al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). Cada uno está llamado a gustar y comunicar los estupendos dones que Dios ha querido derramar, mediante la obra de la salvación, en nuestro corazón y en la historia de la humanidad. Que la nostalgia de una paz plena y la voluntad concreta de edificarla, unidas al vivo deseo de una perfecta unidad, guíen también hoy nuestros pasos.

Con estos sentimientos, quiero expresar a toda la comunidad ortodoxa de Bosnia-Herzegovina el deseo del Apóstol: «Que él, el Señor de la paz, os conceda la paz siempre y en todos los órdenes. El Señor sea con todos vosotros» (2 Ts 3, 16).

 



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