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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO SOBRE LAS VOCACIONES AL SACERDOCIO
Y A LA VIDA CONSAGRADA EN EUROPA

 

Queridos participantes en el Congreso europeo sobre las vocaciones:

1. Me alegra saludaros y expresaros mis mejores deseos al comienzo de los trabajos sobre el arduo tema: «Nuevas vocaciones para una nueva Europa». El congreso, preparado cuidadosamente con la colaboración de muchas personas dedicadas a la pastoral de las vocaciones, constituye un gran signo de esperanza para las Iglesias del continente europeo y confluye providencialmente en el gran río de experiencias de fe, que recuerdan a Europa sus raíces cristianas y a las Iglesias la misión de anunciar a Jesucristo a las generaciones del tercer milenio.

Esta oportuna iniciativa quiere centrar la atención en la pastoral vocacional, reconociendo en ella un problema vital para el futuro de la fe cristiana en el continente y, en consecuencia, para el progreso espiritual de los mismos pueblos europeos. No se trata de un aspecto parcial o marginal de la experiencia eclesial, sino de la vivencia de la fe en Jesucristo, único Proyecto capaz de colmar plenamente las aspiraciones más profundas del corazón humano.

2. La vida tiene una estructura esencialmente vocacional. En efecto, su proyecto hunde sus raíces en el corazón del misterio de Dios: «Dios nos ha elegido en él —en Cristo— antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor» (Ef 1, 4).

Toda la existencia humana, por consiguiente, es respuesta a Dios, que hace sentir su amor sobre todo en algunos momentos: la llamada a la vida; la entrada en la comunión de gracia de su Iglesia; la invitación a dar testimonio de Cristo en la comunidad eclesial, según un proyecto totalmente personal e irrepetible; y la llamada a la comunión definitiva con él en la hora de la muerte.

Por tanto, no cabe duda de que el compromiso de la comunidad eclesial en favor de la pastoral vocacional es uno de los más graves y urgentes. En efecto, hay que ayudar a todos los bautizados a descubrir la llamada que Dios les dirige en su proyecto, y a disponerse a acogerla. Así, al destinatario de una vocación particular al servicio del Reino le resultará más fácil reconocer su valor y aceptarla generosamente. En efecto, no se trata de educar a las personas para que hagan algo, sino para que den una orientación radical a su vida y realicen opciones que determinen para siempre su futuro.

3. En esa perspectiva, este congreso sobre las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada en Europa constituye un acto de fe en la acción eficaz y constante de Dios; un acto de esperanza en el futuro de la Iglesia en Europa; y un gesto de amor al pueblo de Dios del «viejo continente», que necesita personas consagradas plenamente al anuncio del Evangelio y al servicio de sus hermanos. Queréis determinar las estrategias oportunas, a fin de ayudar a quienes el Señor elige para esta entrega total a descubrir su llamada y a pronunciar su «sí» sin reservas.

Vuestra atención se dirige, sobre todo, a los jóvenes, para que sepan acoger la invitación del Maestro a seguirlo. Jesús fija en ellos su mirada penetrante, de la que habla el evangelio de san Marcos (cf. Mc 10, 21): una mirada evocadora del misterio de luz y amor, que envuelve y acompaña a toda persona humana desde el primer instante de su existencia.

Son bien conocidas las dificultades que hay que afrontar hoy para acoger la propuesta de Cristo. Entre ellas se hallan: el consumismo, la visión hedonista de la vida, la cultura de la evasión, el subjetivismo exasperado, el miedo a los compromisos definitivos, y una difundida carencia de proyectos.

Como el joven rico, del que habla el evangelio (cf. Mc 10, 22), muchos jóvenes sienten fuertes resistencias interiores y exteriores a la llamada de Cristo y, con frecuencia, se retiran entristecidos, cediendo ante los condicionamientos que los frenan. La tristeza que se apoderó del rostro del joven rico es el riesgo que suele correr quien no se decide por el «sí» a la llamada; y la tristeza es sólo un reflejo del vacío de valores que reina en lo profundo del corazón y que, a menudo, induce a su víctima a seguir la senda de la alienación, la violencia y el nihilismo.

El Congreso, con todo, no puede detenerse a examinar los problemas, bastante evidentes, que caracterizan el mundo juvenil. Su tarea consiste, sobre todo, en indicar a las comunidades cristianas los recursos, las expectativas y los valores presentes en las nuevas generaciones, dando al mismo tiempo sugerencias concretas para la elaboración, basándose en esas premisas, de un serio proyecto de vida inspirado en el Evangelio. Quien ama a los jóvenes no puede privarlos de esta nueva y exaltante posibilidad de vida, a la que Cristo llama a la persona con vistas a una realización más plena de sus potencialidades, como premisa de una alegría íntima y duradera. Por tanto, es preciso hacer todos los esfuerzos posibles para que los jóvenes lleguen a poner a Cristo en el centro de su búsqueda y a seguir dócilmente su eventual llamada.

4. Gran luz pueden brindar a vuestro congreso las palabras del Apóstol, que delinean el estatuto teológico de toda comunidad eclesial: «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos» (1 Co 12, 4-6). En esta perspectiva, las Iglesias particulares deben comprometerse a sostener el desarrollo de los dones y los carismas que el Señor no deja de suscitar en su pueblo. Engendrar en el Espíritu nuevas vocaciones es posible cuando la comunidad cristiana es viva y fiel a su Señor. Esta fecunda vitalidad implica una fuerte atmósfera de fe, la oración intensa y asidua, la atención a la calidad de la vida espiritual, el testimonio de comunión y estima con respecto a los múltiples dones del Espíritu, y el celo misionero al servicio del reino de Dios.

Por tanto, hay que reafirmar que la pastoral vocacional no puede agotarse en iniciativas ocasionales y extraordinarias, que se yuxtaponen al camino normal de la comunidad eclesial. Más bien, debe ser una de las preocupaciones constantes en la pastoral de la Iglesia particular.

A este propósito, el mismo año litúrgico constituye una escuela permanente de fe, gracias a la cual todo bautizado está invitado a entrar en lo más vivo del misterio de Dios, para dejarse modelar a su imagen y semejanza.

5. Es sabido cuán urgente resulta hoy la atención pastoral a la mediación educativa. Más aún, una Iglesia particular sólo puede mirar con confianza hacia su futuro si es capaz de realizar esta atención pedagógica, cuidando de modo constante de sus formadores y, ante todo, de sus presbíteros.

Por tanto, este congreso es una invitación a todos los llamados —sacerdotes, consagrados y consagradas— a ser testigos gozosos al servicio del Reino, sabiendo bien que su vida es presencia siempre significativa al lado de los jóvenes: alienta o desalienta, suscita el deseo de Dios o constituye un obstáculo para seguirlo. El testimonio coherente de Cristo resucitado representa la primera propuesta vocacional. El congreso, además, quiere favorecer el crecimiento de una auténtica conciencia educativa en los mismos formadores, llamados a una responsabilidad grave y exaltante al lado de los jóvenes: la de acompañarlos en su búsqueda, haciéndoles sentir el deseo de dar una respuesta generosa a su vocación, para renovar en esta etapa de la Iglesia el milagro de la santidad, verdadero secreto de la anhelada renovación eclesial.

6. Amadísimos hermanos y hermanas, ante vosotros tenéis una tarea ciertamente difícil, pero la oración incesante, que está acompañando este encuentro de las Iglesias en Europa, alimenta la esperanza en la promesa de Dios y en las respuestas radicales a su llamada, que también son posibles en nuestros días. La oración es el secreto capaz de garantizar el renacimiento de la confianza dentro de las comunidades cristianas. La oración es el apoyo constante a cuantos están llamados a servir a la causa del Evangelio y a promover la pastoral de las vocaciones durante estos años difíciles, pero con claras señales de una nueva primavera espiritual. El Señor no permitirá que falte a su Iglesia, ya en el umbral del tercer milenio, el don de la profecía del radicalismo evangélico.

María, modelo de toda vocación y ejemplo transparente de respuesta sin reservas a la llamada de Dios, os acompañe en vuestro esfuerzo pastoral al servicio de «nuevas vocaciones para una nueva Europa».

Con estos sentimientos, os imparto a todos una especial bendición apostólica.

Vaticano, 29 de abril de 1997

 



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