MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA CONGREGACIÓN ITALIANA
DE LA ORDEN CISTERCIENSE EN SU V CENTENARIO
Al querido hermano LUIGI ROTTINI
Abad presidente de la Congregación italiana de la orden cisterciense
La Congregación cisterciense de san Bernardo en Italia se prepara con alegría para conmemorar el V centenario de su institución, que tuvo lugar el 23 de diciembre de 1497, cuando el Papa Alejandro VI, con la constitución apostólica Plantatus in agro dominico, decidió autorizadamente su inicio. Recordar la unión de las dos provincias cistercienses de Toscana y Lombardía en la nueva congregación brinda la ocasión de alabar a Dios por los divinos favores que ha otorgado en estos quinientos años a la orden cisterciense. Asimismo, esta circunstancia es propicia para estimular a los monjes a proseguir con renovado empeño por el camino que trazaron sus fundadores san Roberto de Molesme, san Alberico y san Esteban Harding, fieles a la Regla de san Benito, que les transmitió el gran abad san Bernardo.
La Congregación italiana de la orden cisterciense va a celebrar este alegre aniversario, mientras la humanidad se prepara para cruzar el umbral del tercer milenio. Dios entró en el tiempo con la encarnación de su Hijo unigénito y precisamente a Cristo está dedicado este primer año del trienio de preparación al jubileo del año 2000. San Bernardo dio gran relieve a la persona de Cristo, subrayando la total kénosis del misterio de la Encarnación. El Verbo eterno de Dios vino a nosotros, se hizo obediente hasta la muerte y nos guía hacia la plenitud de la vida eterna por el sendero de la humilde y constante adhesión a la voluntad del Padre. Los creyentes, y en particular los que la divina Providencia llama a una misión especial en la Iglesia y en el mundo mediante la vida consagrada, tratan de ser fieles a ese ejemplo. Los monjes cistercienses, por su parte, precisamente mediante la humildad y la obediencia han conservado a lo largo de los siglos, aunque en medio de pruebas, la unidad de la Congregación, con gran beneficio de sus miembros.
Así pues, en esta feliz circunstancia, me alegra dirigirle a usted, venerado hermano, y a toda la Congregación monástica mi saludo y mis mejores deseos, recordando en especial la acogida cordial que me brindaron con ocasión de la visita pastoral del 25 de marzo de 1979 a la basílica de Santa Cruz de Jerusalén.
Ojalá que el jubileo, que os preparáis a celebrar, constituya una invitación a redescubrir cada vez más a fondo vuestro carisma peculiar. En sus cinco siglos de vida, la Congregación ha experimentado cómo la divina Providencia ha guiado a los monjes en una auténtica vida espiritual o, como dijo san Gregorio refiriéndose a san Benito de Nursia, a «habitar consigo mismos », dedicándose con empeño a la propia purificación en la ascesis penitencial.
Bajo el impulso de la concepción benedictina de la vida, numerosos monjes fieles al opus Dei y sin «poner nada por encima del amor de Cristo» (Regla de san Benito, cap. IV, 21), han vivido santamente su existencia buscando a Dios, sostenidos por la convicción de que el tiempo que se consagra a Dios no es tiempo perdido.
Formulo de corazón mis mejores deseos de que continuéis con renovado fervor y celo por este camino real, avalado por siglos de fecundidad espiritual, sin permitir nunca que el desaliento o el cansancio debiliten el entusiasmo de vuestra adhesión al Evangelio.
La Virgen María, a la que san Bernardo se dirigió con ardentísimo amor cantando sus alabanzas de forma apasionada, os asista y guíe vuestros pasos. Que ella obtenga de su Hijo nuevas efusiones de dones celestiales sobre vuestra familia monástica, a fin de que la Congregación de san Bernardo en Italia sea oasis de evangelización de cara al gran jubileo del año 2000.
Con estos deseos, le imparto a usted, venerado hermano, a toda la comunidad monástica y a los que están confiados a la solicitud pastoral de los monjes cistercienses, una bendición apostólica especial.
Vaticano, 13 de mayo de 1997.
JUAN PABLO II
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