DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL FINAL DE LA MISA EN LA V JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO
Martes 11 de febrero de 1997
Fiesta de Nuestra Señora de Lourdes
Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:
1. Me alegra dirigiros a todos un cordial saludo, al concluir la santa misa con ocasión de la V Jornada mundial del enfermo, en la memoria litúrgica de Nuestra Señora la Virgen de Lourdes.
Esta jornada nos lleva idealmente ante la gruta de Massabielle, para recogernos en oración y encomendar a la protección materna de la Virgen, Salus infirmorum, a todos los enfermos, especialmente a los que más sufren en el cuerpo y en el espíritu.
La celebración oficial tiene lugar hoy en el santuario de Nuestra Señora de Fátima, por el que siento particular cariño, y que es bastante significativo en la fase actual de preparación para el jubileo del año 2000. El mensaje de la Virgen en Fátima, como también en Lourdes, es un llamamiento a la conversión y a la penitencia, sin las cuales no puede existir un auténtico jubileo.
También la enfermedad constituye para la persona humana un llamamiento a la conversión, a ponerse totalmente en manos de Cristo, única fuente de salvación para todo hombre y para todo el hombre. A ello nos invita el tema del Congreso organizado por la Obra romana de peregrinaciones, que se hace eco de la invitación universal del primer año de preparación para el jubileo.
2. Dirijo, de modo especial, un afectuoso saludo a los numerosos enfermos presentes, y lo extiendo de corazón a todos los enfermos que se han unido a nosotros mediante la radio o la televisión. Amadísimos hermanos y hermanas, que la Virgen obtenga para cada uno de vosotros el consuelo del espíritu y del cuerpo. También bendigo con mucho gusto a los acompañantes, a los voluntarios y a los miembros de la UNITALSI, reunidos aquí, y les agradezco la valiosa obra apostólica que realizan en favor de los enfermos, acompañándolos en los diversos santuarios marianos.
Agradezco, asimismo, a la coral «Monteverdi» y a la «Sociedad filarmónica » de Crespano del Grappa, la animación litúrgica de hoy y sus sugestivas ejecuciones. Os doy las gracias también por el regalo de la preciosa reproducción de la estatua de la Virgen del Monte Grappa, que vela sobre el monumental cementerio donde descansan miles de caídos de la primera guerra mundial. También por ellos, en esta ocasión, se eleva nuestra oración.
3. Todos los años la Obra romana de peregrinaciones propone un gesto profético de paz: este año se ha organizado una peregrinación a Hebrón, a la tumba de los patriarcas, lugar santo para las tres grandes religiones monoteístas, como deseo de paz en la Tierra santa.
Pido a Dios que este gesto, en nombre de Abraham, nuestro padre común, constituya el comienzo de un nuevo florecimiento de peregrinaciones de reconciliación, con vistas al gran jubileo del año 2000. Que Roma y Jerusalén se conviertan en polos de una peregrinación universal de paz, sostenida por la fe en el único Dios bueno y misericordioso. Queridos enfermos, os invito a elevar al Señor fervientes oraciones por esta intención, enriquecidas por la ofrenda de vuestro sufrimiento.
4. Y ahora, uniéndonos espiritualmente a los peregrinos congregados en el santuario de Lourdes y a cuantos se encuentran en Fátima para celebrar la Jornada mundial del enfermo, nos dirigimos con confianza a María, invocando su protección materna.
Os bendigo de todo corazón en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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