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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA JUNTA Y DEL CONSEJO
DE LA PROVINCIA DE ROMA


Sábado 22 de febrero de 1997

 

Señor presidente de la Junta provincial;
señor presidente del Consejo provincial;
ilustres miembros de la Junta y del Consejo;
gentiles señores y señoras:

1. Me alegra encontrarme esta mañana con vosotros, con ocasión del tradicional intercambio de felicitaciones al inicio del año nuevo. Os dirijo un saludo cordial a todos y agradezco, en particular, al presidente de la Junta provincial, Sr. Giorgio Fregosi, las reflexiones y los deseos que me ha manifestado, interpretando los sentimientos de todos.

También yo os expreso a vosotros, ilustres señores y señoras aquí reunidos, así como a vuestros colaboradores y a la entera población de la provincia de Roma, mis mejores deseos para el año que acabamos de comenzar. ¡Que 1997 sea rico de proficua actividad al servicio del bien común y lleve serenidad y paz a todos los ámbitos de la convivencia civil!

2. Nos acaban de recordar que en nuestros días se presta gran atención a los deberes y las responsabilidades de la administración pública. Esta sensibilidad, bastante generalizada, con respecto a las instituciones va acompañada por una creciente demanda de participación en la gestión de la cosa pública y por el deseo de una valoración cada vez mayor de las autonomías locales. Esto constituye una nota significativa del actual momento histórico, caracterizado por rápidos y, con frecuencia, profundos cambios sociales. Aumenta en la opinión pública el deseo de una participación real en las decisiones que tienen que ver con el destino de toda la comunidad y, al mismo tiempo, se consolida la conciencia de que no se puede «usar» una institución, sino que se la debe «servir » con entrega desinteresada.

Ante tales expectativas, también la Administración provincial de Roma está llamada a brindar una contribución específica, basándose en sus competencias propias. En este servicio puede contar con la colaboración de la comunidad cristiana que, aun permaneciendo en su propio ámbito de intervención, desea dar un apoyo eficaz a la plena valoración de las potencialidades presentes en el territorio. En todo caso, es importante que se reconozca el carácter central de la persona humana, a cuyo servicio debe ponerse cualquier estructura y cualquier institución con el fin de edificar una sociedad cada vez más libre y solidaria. Lo digo pensando especialmente en los jóvenes, que esperan respuestas concretas a sus expectativas y a sus problemas y que contemplan, a menudo con preocupación, su porvenir. Es necesario saber «transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar» (Gaudium et spes, 31).

3. La atención a los jóvenes nos recuerda espontáneamente otros aspectos delicados de la vida social de nuestro tiempo: ante todo, el problema del desempleo, que muchas veces va acompañado por otras condiciones de precariedad, tanto personales como familiares. ¡Cuántos esfuerzos se van realizando en este ámbito y cuánto queda aún por hacer! Aun en presencia de notables dificultades, jamás deben fallar el compromiso y el esfuerzo conjunto de todos.

Además, la Iglesia está al lado de cuantos se dedican con valentía a mejorar las condiciones de vida, defendiendo y valorizando los recursos ambientales y culturales, así como también cuidando especialmente los asentamientos humanos. Se preocupa de que se preste la atención necesaria a todos los ámbitos de la existencia humana, tanto a los relativos a la salud física como a los que atañen a la esfera del espíritu. En efecto, precisamente partiendo de una concepción religiosa del hombre y de la naturaleza se puede fundar sólidamente el respeto a todo ser vivo. La conciencia de haber recibido de Dios la tarea de conservar la creación ayudará al hombre a no arruinar o dañar los recursos naturales y lo comprometerá a hacer de la tierra la casa de todos, donde reinen la justicia y la paz.

4. Ilustres señores y señoras, muchos otros temas merecerían ser tratados en circunstancias como éstas. Me he limitado a subrayar algunos, haciéndome eco de lo que el señor presidente de la Junta ha querido poner de manifiesto en su intervención inicial. Sin embargo, no puedo menos de mencionar la celebración del gran jubileo del año 2000. He apreciado la disponibilidad de la provincia de Roma a colaborar con las diócesis presentes en su territorio. Espero que este entendimiento se profundice cada vez más en la perspectiva del próximo acontecimiento jubilar.

A este propósito, la Administración provincial desea emprender algunas iniciativas concretas y amplias, que se sumen a las grandes obras de infraestructura ya preparadas. Expreso mi estima en especial por la organización de centros de acogida, y espero que estos proyectos contribuyan eficazmente a crear un clima de colaboración y participación con vistas al histórico acontecimiento. La Iglesia que está en Roma, como toda la comunidad cristiana, ha comenzado recientemente el trienio de preparación inmediata para esa meta histórica. Se trata, sobre todo, de un itinerario espiritual de conversión y renovación basado en el Evangelio: por eso en este período se distribuye a todas las familias de Roma el evangelio según san Marcos, que hoy me alegra ofreceros personalmente a cada uno de vosotros.

Todos están invitados a recorrer este camino, que seguramente suscitará brotes de esperanza en nuestras comunidades. Este fundamental itinerario espiritual va acompañado necesariamente por el esfuerzo de las administraciones públicas para predisponer también las iniciativas indispensables con vistas al jubileo. Agradezco a la provincia de Roma todo lo que pueda hacer en el ámbito de su competencia.

5. Con la mirada dirigida al comienzo del tercer milenio cristiano, os renuevo a todos vosotros, ilustres señores y señoras, mi deseo cordial de serenidad y paz para el año nuevo. Os aseguro, al mismo tiempo, mi recuerdo en la oración por vosotros, por vuestras familias y por vuestro servicio a la colectividad, mientras invoco sobre todos la bendición de Dios.

 



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