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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS NUEVOS EMBAJADORES ANTE AL SANTA SEDE
*


Sábado 11 de enero de 1997

 

Excelencias:

Me complace daros la bienvenida al Vaticano y aceptar las cartas que os acreditan como embajadores de vuestros respectivos países ante la Santa Sede. Vuestra presencia aquí hoy testimonia tanto la unidad como la diversidad de la familia humana; una unidad en la diversidad, que constituye el fundamento de un imperativo moral apremiante de respeto mutuo, cooperación y solidaridad entre todas las naciones del mundo. A través de vosotros saludo a los amados pueblos de los países que representáis: Australia, Burkina Faso, Eritrea, Estonia, Ghana, Kirguizistán, Pakistán, Singapur y Tanzania.

La presencia y participación de la Santa Sede en la vida de la comunidad internacional es una expresión concreta de la convicción de la Iglesia de que el diálogo es el instrumento principal y más eficaz para promover la coexistencia pacífica en el mundo, y para eliminar el flagelo de la violencia, la guerra y la opresión. La Iglesia estima profundamente la contribución que dais como diplomáticos a la construcción de un mundo más justo y humano. La urgencia de este servicio a la humanidad es mucho más evidente a la luz de tragedias como las que afectan actualmente a los pueblos de la región de los Grandes Lagos en África. Cuando se desgarra el entramado de armonía y de relaciones justas entre los pueblos, nuestra humanidad común sufre.

Dentro de la comunidad internacional, la Santa Sede apoya todos los esfuerzos por crear estructuras jurídicas eficientes para defender la dignidad y los derechos fundamentales de las personas y las comunidades. Sin embargo, estas estructuras nunca son suficientes; se trata sólo de mecanismos que deben inspirarse en un firme y perseverante compromiso moral en favor de la familia humana en su conjunto. Para las comunidades, al igual que para las personas, el compromiso en favor de la solidaridad, la reconciliación y la paz exige una auténtica conversión del corazón y una apertura a la verdad trascendente, que es la garantía última de la libertad y la dignidad humanas.

Os aseguro la disponibilidad de los católicos de vuestros países para servir al bien común mediante los servicios educativos y asistenciales que brinda la Iglesia. Al mismo tiempo, me hago eco de su deseo de profesar libremente su fe y participar plenamente en la vida de la sociedad.

Excelencias, os expreso mis mejores deseos en este momento en que empezáis vuestra misión ante la Santa Sede. Sobre vosotros y sobre vuestras familias, así como sobre las autoridades y los ciudadanos de vuestros países, invoco abundantes bendiciones divinas.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 3, p. 8 (p.32).

 



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