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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL ALCALDE DE ROMA Y  LOS ADMINISTRADORES CAPITOLINOS


Jueves 30 de enero de 1997

 

Honorable señor alcalde;
señores representantes de la Administración capitolina:

1. Os acojo con alegría y os doy a cada uno mi cordial bienvenida. Dirijo un saludo particular al señor alcalde, expresándole mi agradecimiento cordial por las amables palabras que me ha dirigido. Asimismo, deseo saludar a los miembros de la Junta, a los consejeros y a cuantos en los diversos sectores de la Administración capitolina prestan su servicio diario a los ciudadanos. Se trata de un trabajo con frecuencia oculto, que exige entrega, disponibilidad y competencia; un trabajo del que depende, en gran parte, la calidad de vida de nuestra ciudad.

Al inicio del nuevo año, esta cita tradicional ofrece al Obispo de Roma y a los encargados de la Administración la posibilidad de expresar su compromiso común en favor de la ciudad, reflexionando juntos en su vocación histórica y en lo que es necesario para realizarla.

2. Faltan solamente tres años para el gran jubileo del año 2000, fecha en que los cristianos conmemorarán los veinte siglos del nacimiento de Jesucristo. Es importante el papel que la Iglesia y la comunidad civil de Roma están llamadas a desempeñar en la preparación y celebración de este acontecimiento. Es una convicción común que pondrá a nuestra ciudad, quizá más que nunca, en el centro de la atención del mundo, haciendo también más concreto el título de «Caput mundi», que se le suele atribuir. Por tanto, es necesario aprovechar las mejores energías espirituales y materiales de la comunidad ciudadana, para que, cuando llegue a la cita jubilar, pueda mostrar a los numerosos peregrinos que la visiten su rostro más auténtico: la Roma conocida no sólo por su dimensión propiamente cristiana, sino también por su tradicional capacidad de acogida y su conciencia del papel universal que le ha confiado la historia.

3. Para contribuir a la realización de esos objetivos, he convocado la gran misión ciudadana, que comenzó en la plaza de San Pedro la pasada vigilia de Pentecostés y que continúa, entrando cada vez más en el entramado humano de la ciudad.

La Iglesia desea proponer con renovado vigor a todo cristiano que vive en Roma, así como al conjunto de la sociedad, el mensaje de salvación que se encarna en la persona, en las palabras y en las obras de Jesucristo. Como símbolo de este compromiso, en los próximos meses se entregará a cada familia romana el evangelio según san Marcos, escrito precisamente en Roma por el discípulo y fiel intérprete de Pedro, el Apóstol que aquí derramó su sangre. Me alegra entregaros hoy un ejemplar también a vosotros, con la convicción de que el «feliz anuncio de Jesucristo» es sabiduría de vida, que también promueve la convivencia civil de cuantos residen en la ciudad.

Como apoyo y coronación del anuncio misionero, la Iglesia continúa con su compromiso en favor de la promoción humana y del servicio a los últimos. A través de la Cáritas diocesana y las numerosas estructuras eclesiales que actúan en el territorio, sigue preocupándose por las innumerables necesidades materiales y morales de muchos habitantes, víctimas de antiguas y nuevas formas de pobreza. También se está esforzando por dotar a numerosas parroquias de la periferia de lugares de culto idóneos y de espacios de vida comunitaria, que constituirán para los nuevos barrios significativas referencias de fe y acogida, así como elementos de identidad y avanzadillas de cultura.

La comunidad eclesial trata de prepararse también para brindar digna hospitalidad a todos los que vengan con ocasión del próximo jubileo, que es un acontecimiento espiritual muy importante, cuyo éxito exige, ante todo, un compromiso de sincera conversión de las personas y las comunidades.

Por el hecho de ser evento público, el jubileo requiere la creación de condiciones estructurales, ambientales y morales que, de modo particular, incumben a los administradores de la ciudad. Con mucho gusto aprovecho esta ocasión para agradeceros a cada uno lo que estáis haciendo desde hace tiempo para resolver los problemas de la viabilidad, del tráfico, de los estacionamientos, de las estructuras de acogida y del ambiente. Ojalá que todo esto se realice siempre con pleno respeto de las finalidades religiosas propias del evento jubilar.

Por tanto, seguid esforzándoos para que las expectativas que tienen la Iglesia, los romanos y la comunidad internacional con vistas al Año santo se realicen plenamente y la ciudad pueda presentarse re novada material y espiritualmente a esta cita histórica.

4. Se trata de un objetivo ambicioso que exige incrementar aún más los esfuerzos para resolver los problemas antiguos y nuevos de Roma. Ante todo, es necesario afrontar una especie de parálisis económica, que afecta desde hace algunos años a la vida ciudadana y que se manifiesta en el retraso de algunos importantes sectores productivos y en la reducción preocupante del número de puestos de trabajo.

Esta situación afecta seriamente, sobre todo, a las familias. El desempleo es un problema que merece prioridad absoluta en el esfuerzo de los administradores públicos, de quienes la población espera intervenciones concretas para crear nuevas oportunidades de trabajo, especialmente para los que tienen a su cargo una familia o están a punto de formarla. Obviamente, el bienestar de las familias no depende sólo de mejores condiciones de vida material. Como enseña la historia de muchos pueblos, sólo conjugando de modo armonioso el bienestar material y moral es posible alcanzar elevadas metas de civilización.

Graves y sorprendentes episodios de violencia, que han afectado también a representantes del clero dedicados activamente al servicio de sus hermanos, son síntomas no sólo de la falta de seguridad en la que viven numerosos ciudadanos, sino también de la carencia de valores, que dificulta la convivencia civil.

5. La comprobación de estas situaciones no puede dejar de impulsar a los administradores municipales a realizar todos los esfuerzos posibles por hacer más acogedores y seguros los barrios de la ciudad. Sin embargo, la defensa del orden público, sin una adecuada formación de las personas y de la tensión ética, corre el riesgo de no conseguir éxitos duraderos. Por eso, es necesaria la cooperación de todos para promover iniciativas concretas que tutelen y sostengan los valores y las instituciones fundamentales de la sociedad, comenzando por la familia, fundada en el matrimonio. Es necesario resistir a las tendencias que, con el pretexto de un falso concepto de libertad, tratan de introducir en los ordenamientos legislativos y administrativos una indebida ampliación del concepto de familia o, por lo menos, una equiparación impropia con otras situaciones de vida, precarias no sólo desde un punto de vista moral sino también social.

Además, tanto en el ámbito de la política familiar como en el del tiempo libre, de la formación y de la solidaridad, es necesario prestar atención al mundo juvenil, indicando y testimoniando a las nuevas generaciones altos ideales humanos y espirituales, como el compromiso altruista, el respeto a la verdad y el cultivo del amor auténtico. Es preciso denunciar con coherencia y valentía actitudes ambiguas como las de quien expresa preocupantes juicios sobre la condición de muchos jóvenes, pero favorece de hecho conductas inspiradas en el laxismo y carentes de auténtico sentido moral.

Intervenir en tantas situaciones de marginación y degradación, presentes en el ámbito de Roma, no es fácil y, con frecuencia, vuestra disponibilidad tropieza con obstáculos y resistencias, que no permiten poner en práctica las soluciones deseadas. No hay que desanimarse, sino intensificar el esfuerzo para sanar las heridas todavía abiertas en la vida ciudadana, a través de intervenciones orgánicas y una vasta obra de sensibilización.

6. Señor alcalde, gentiles señoras e ilustres señores, siguiendo las huellas de la tradición bíblica, el jubileo, «año de gracia del Señor», os invita a considerar con un espíritu nuevo la relación con los hombres y a cumplir el deber de restablecer la justicia de Dios ante las situaciones de pecado y esclavitud, presentes en la sociedad (cf. Tertio millennio adveniente, 14-15).

Al inicio de 1997, primer año de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000, he querido presentar a la atención de cada uno de vosotros algunos problemas que he tenido ocasión de conocer mejor durante mis visitas a las parroquias, en mis encuentros pastorales y a través de los numerosos llamamientos que me llegan de los fieles romanos. Estas sugerencias son una invitación a realizar, también en la ciudad de Roma, el proyecto de justicia que, por la gracia del jubileo, el Señor confía a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Encomiendo a la Madre del Señor y a los apóstoles Pedro y Pablo los proyectos que esta Administración va elaborando al servicio del bien común, mientras imparto de corazón a cada uno de los presentes, a sus respectivas familias y a la amada ciudad de Roma una bendición apostólica especial.  

 



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