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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA CEREMONIA DE ENTREGA
DEL «PREMIO INTERNACIONAL PABLO VI»
AL SEÑOR JEAN VANIER


Jueves 19 de junio de 1997

 

Señores cardenales;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os saludo cordialmente a todos vosotros, aquí reunidos para la entrega del premio que el Instituto Pablo VI de Brescia confiere en memoria de mi venerado predecesor, que nació en Concesio, precisamente hace cien años. Se trata de un premio que hasta ahora ha sido otorgado principalmente a personalidades del mundo de la cultura y del arte. Este año es conferido, por primera vez, a un representante del mundo católico, que está comprometido activamente —también con motivada inspiración teórica— en el campo de la formación humana y de la caridad, y me alegra particularmente entregarlo personalmente al señor Jean Vanier, fundador de las Comunidades del Arca. Él es un gran intérprete de la cultura de la solidaridad y de la «civilización del amor», tanto en el ámbito del pensamiento como en el de la acción, y en el compromiso en favor del desarrollo integral de cada hombre y de todo el hombre.

Ya dos veces, en 1984 y en 1987, tuve el placer de acoger al señor Vanier aquí en el Vaticano, junto con representantes de las comunidades que ha fundado. Esta circunstancia es muy apropiada para expresar la gratitud de la Iglesia por una obra que, con apreciado estilo evangélico, acompaña a las personas minusválidas, brindándoles un servicio social original y, al mismo tiempo, un testimonio cristiano elocuente.

Saludo al querido obispo de Brescia, monseñor Bruno Foresti, y le agradezco las palabras que acaba de dirigirme. Doy la bienvenida a los responsables del Instituto Pablo VI y, de modo particular, a su presidente, el doctor Giuseppe Camadini, y al arzobispo Pasquale Macchi, que estuvo tan cercano al Papa Pablo VI. Renuevo a todos mi aprecio por las múltiples iniciativas promovidas por ese benemérito Instituto y, en especial, por este premio, que en cierto modo prolonga la singular atención del siervo de Dios Pablo VI hacia las personalidades que el hombre contemporáneo reconoce como «maestros», porque son ante todo «testigos» (cf. Evangelii nuntiandi, 41).

En la motivación de la actual edición del premio se hace referencia oportunamente a la encíclica Populorum progressio, que el Papa Pablo VI promulgó hace treinta años, llamando la atención de todos a las exigencias espirituales y morales del auténtico desarrollo. Hoy, mientras se confiere un importante galardón a Jean Vanier y a las Comunidades del Arca, damos gracias a Dios porque hace nacer y crecer en su Iglesia signos concretos de esperanza, que muestran que es posible realizar las bienaventuranzas evangélicas en la vida diaria, incluso en situaciones a veces complejas y difíciles.

2. En un mensaje dirigido a un grupo de peregrinos de la asociación «Foi et Lumière» que habían venido a Roma en 1975 para el Año santo, Pablo VI escribió que la atención prestada a las personas minusválidas es «la prueba más significativa de una familia plenamente humana, de una sociedad totalmente civilizada y, a fortiori, de una Iglesia auténticamente cristiana» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de noviembre de 1975, p. 9).

Por el camino que ha recorrido durante más de treinta años, tal como ha recordado el presidente del Instituto Pablo VI, el Arca se ha transformado en un germen providencial de la civilización del amor, un germen verdadero, que entraña un dinamismo evidente. Se observa a través de su notable expansión en numerosas regiones del mundo. En efecto, está presente en veintiocho países de los cinco continentes. Sin embargo, no se limita a la filantropía ni a una simple asistencia. A pesar de su crecimiento y difusión, el Arca ha sabido conservar el estilo de sus orígenes, un estilo de apertura y comunión, de atención y escucha, que considera siempre al otro como una persona a la que hay que acoger y respetar profundamente.

Sin duda alguna, esto deriva de la dimensión espiritual que el señor Jean Vanier ha sabido poner siempre en el centro de la comunidad del Arca. Es un mensaje elocuente para nuestro tiempo, sediento de solidaridad, pero sobre todo de espiritualidad auténtica y profunda.

A este respecto, ¿cómo no pensar espontáneamente en el padre Thomas Philippe, dominico, que inspiró y alentó al señor Vanier a seguir el camino al que el Señor lo llamaba? Después, lo acompañó siempre con su oración y su presencia. A él, que vive ahora en el «Arca del cielo», le rendimos hoy un ferviente homenaje de gratitud.

¿Y cómo no evocar a todos los hombres y mujeres que han prestado a las diferentes comunidades del Arca su servicio silencioso y generoso? El premio otorgado hoy corresponde, al mismo tiempo, a todas esas personas. Honra también, y sobre todo, a las personas minusválidas, desde las dos primeras que acogió el señor Jean Vanier, hasta el gran número que atiende actualmente el Arca. En efecto, ellos son los protagonistas principales del Arca, pues, con fe, paciencia y fraternidad, hacen de ella un signo de esperanza y un testimonio gozoso de la redención.

3. Mientras me congratulo vivamente con el señor Jean Vanier, formulo votos para que la obra que ha fundado —en su conjunto y en cada comunidad— vaya siempre acompañada por la luz y la fuerza del Espíritu Santo, a fin de responder adecuadamente al proyecto del Señor, aliviando así los sufrimientos y las necesidades de tantos hermanos y hermanas.

Para este fin invoco la protección constante de María santísima, y os imparto de corazón una especial bendición apostólica a todos vosotros y, de modo particular, al Instituto Pablo VI, así como al fundador y a los miembros del Arca.



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